dijous, 12 d’agost del 2010

León Ortega sobre campañas realizadas por Pablo Morillo



1819




Señor.



Después de haber acompañado por doce año sin intromisión a vuestro general Don Pablo Morillo, los siete primeros en la guerra de la Nación española contra Napoleón Bonaparte para volver a V.M. al trono de sus mayores de que aquel le había privado; y los cinco siguientes en la reconquista de las provincias de Venezuela y virreinato de Santa Fe; admirando en tan dilatada carrera de servicios las virtudes, constancia y particular amor de dicho general hacia V.R.P.,como igualmente los muchos días de gloria que ha proporcionado a las armas españolas en el citado tiempo: cuando ya me hallaba decidido a sacrificar a su lado gustosamente me asistencia en la horrible guerra que sostiene en aquellos países, recién en el mes de septiembre último la terminante orden sin que se me admitiese escusa alguna de pasar a esta Corte con la amarga y muy dura comisión de exponer a A.L.R.P de V.M. (a resultas de la entrada del rebelde Simón Bolívar en la capital de San Fe) que era llegado ya el momento que tenía anunciado por todos los medios posibles que por falta de auxilios, el fruto de tantos trabajos y de tanta gloriosísima sangre derramada por los valientes de aquel Ejército expedicionario quedase inútil desapareciendo sus conquistas, sin tener otro consuelo su general que el de sepultarse en las ruinas de aquel continente, como solamente lo ofrecía por mi a V.M.

Sensible me es señor ser el conductor de tan desagradables noticias: dichoso yo si al ponerme a A.L.P de V.M. tuviese la suerte que a otros mis compañeros de armas en los tiempos felices de aquel ejército, de venir a anunciar la reconquista de grandes plazas y provincias; pero penetrado que por más que repugne a mi amor hacia V.R. persona el poder con mi voz turbar de algún modo su tranquilidad, el mismo amor me impone la obligación de expresar los males para que si aun es tiempo, puedan remediarse, habiéndome impuesto antes este deber la comisión del general en jefe: paso a manifestar a V.M. cuanto me encargó la hiciera presente.

Ya antes que yo, y cuando por la perdida de la provincia de Guayana, y necesidad de abandonar la reconquista de la isla de Margarita, presintió el general Morillo en septiembre de 1817, los resultados que habían de ofrecerse el ser dueños los enemigos de la navegación de Orinoco al Meta, y de todos los que en éstos dos desembocan haciéndoselos aumentar extraordinariamente las fuerzas de mar y tierra vino a esta corte un oficial de aquel ejército, que de palabra y por escrito tuvo el honor de pintar a V.M. conforme a las instrucciones que traía, el triste cuadro de la situación en que quedaba aquella guerra, la necesidad absoluta de enviar fuerte expedición que quitase a los enemigos la base que tenían en Margarita y Guayana, y guarneciese el virreinato de San Fe, en el cual no se encontraba un solo soldado europeo, excepto la guarnición de la plaza de Cartagena, yendo al mismo tiempo buques suficientes de guerra para cubrir un país que todo es costas, y determinándose que las cajas se habían de remitir que situados que sufragasen los indispensables gastos de hospitales y proporcionasen media paga a aquellos beneméritos militares.

Sabe muy bien V.M. que ni la comisión de este oficial que vino hace dos años, ni la correspondencia de oficio que trajo, ni la que ha venido después, ha ofrecido otro resultado que algunas esperanzas lisonjeras, más no se ha enviado un solo buque ni un solo hombre.

V.M. no ignora por qué motivos el general Morillo cuando en principios del año de 1817, llegó a Venezuela, se halló con una nueva guerra, y con que la isla Margarita se había vuelto a separar de la debida obediencia: no dudo se halle muy presente en la memoria de V.M. que según los planes, convencidos en esta corte con el general antes de su salida, debió tocar en a dicha isla la expedición que a principios de 1816, pasó a Panamá, y sin perjuicio algunos del servicio, antes por el contrario refrescando útilmente por quince días la tropa, se hubiera deshecho con esto solo el levantamiento de aquellos habitantes que acababa de suceder: repetidas veces se ha hecho presente las faltas cometidas en la dirección de la guerra de Venezuela, mientras don Pablo Morillo se hallaba en Santa Fe recibiendo partes tan felices como ajenos de la verdad: de consiguiente pues que hasta dicha época supongo muy enterado a V.M. de los acontecimientos de aquella guerra, juzgo pues, conveniente llamar solo su atención a los que dan principio en la campaña de 1818, época toda nueva, y de la cual nadie ha hablado hasta el presente a V.M. en comisión del general como testigo de vista.

Desde que los rebeldes fuesen dueños de la provincia de Guayana, y navegación del Orinoco, empieza, señor, la escandalosa época en que los enemigos de los derechos de V.M. en aquellos dominio, no son solo los criollos americanos (nunca los indígenas) sino una porción infinita de aventureros que correspondiendo a diferentes países del globo, traen particularmente el distintivo y salida de Inglaterra, reclutados públicamente con lisonjeras ofertas por comisionados al efecto; equipados, armados y organizados en expediciones a la vista de gobiernos amigos de V.M.

El general en jefe para oponer resistencia a los planes, que con la llegada de dicha gente se formase en el Orinoco, se decidió después de evacuada la isla de Margarita, a curar los males que el mal sistema, apatía y otras causa, de que ya he dicho supongo bien enterado a V.M. habían originado en Venezuela, y trató desde luego de llamar así, y lisonjear de todos los modos posibles a los antiguos oficiales y jefes de Boves y Morales que se hallaban licenciados sin destinarlos según estaba mandado, y aun desarmados. Con ellos reclutó la mayor parte de los soldados que se hallaban dispersos habiendo antes servido, y procuró organizarlos insensiblemente para que siendo más útiles se evitasen los antiguos desordenes. De este modo aumentó considerablemente sus fuerzas, y disponiendo y dotando lo mejor posible las europeas abrió su campaña de 1818, en términos tan brillantes, que sus operaciones han sido el asombro de la Europa ilustrada, y lo serán aun más cuando la Historia cuente a la posteridad los pormenores de once acciones campales en las que siempre triunfo el Ejército Real, pero cuyos triunfos para conseguirlos fue necesario se derramase la sangre de todos los jefes de aquel ejército, pereciendo gloriosamente muchos, y cuando próximo a tener esta suerte el mismo general en jefe por una horrorosa herida, e igualmente su segundo el mariscal de campo don Miguel de La Torre.

Salvase en aquel año de este modo Venezuela; disolvieronse las masas enormes que salieron de Guayana repetidas veces a poner en la capital de Caracas el estandarte de la rebelión y del crimen: vieronse obligados a volverse los enemigos de V.M. a sus rochelas del otro lado del Orinoco y bajo Apure para pasar la estación de las inundaciones; y la pequeña parte de nuestro ejército que quedó ileso, se situó en observación de aquellos; cuan hermoso aunque sensible espectáculo presentaban entonces los pueblos de Venezuela. Todos, señor, los que se hallaban en la dirección de la capital habían sido hollados, robados, y aun quemados por los enemigos, pero en todos con su sangre habían lavado los crímenes que habían cometido. En cada calle, en cada casería, en cada mata de los campos intermedios, habría tenido lugar alguna acción terrible, en que los soldados de V.M. con todos sus jefes siempre a la cabeza, hambrientos, descalzos, y sin pagas al solo grito de viva el Rey habían deshecho la mayoría de las masas enemigas en las que brillaba la dirección de los extranjeros, habiendo introducido entre aquella gente de color, a la que sobre valor personal, el modo de hacer útil la suma de estos mismos valores. En cada uno de los pueblos principales habían sido preciso establecer hospitales militares en que se curase la inmensa multitud de heridas que había producido la campaña, sirviendo de mucho consuelo observar que asombrados los habitantes de valor del Ejército Real, y conmovidos en vista de la más rígida disciplina quedaba en medir del furor de las acciones, el paso que los insurgentes todo lo devoraban, manifestaron el más vivo interés por los desgraciados, y la opinión general se decidió a nuestro favor.

Si entonces para empezar la siguiente campaña de 1819, cuando el Ejército Real se hallaba en medio de tantas victorias reducido a un esqueleto únicamente sostenido por el entusiasmo de la gloria adquirida en tantas batallas ganadas, hubiese ofrecido algún resultado la comisión y pliegos que trajo el oficial que ya he hablado: si cuando no el todo de lo que pidió, a lo menos hubiesen llegado en esta situación a las bocas del Orinoco algunos buques de guerra, tres mil hombres con sobrantes de armas y municiones, y algunos situados en La Habana y Veracruz para mantenerlos: no lo dude V.M. en la campaña última antes de mi salida de aquel continente se hubiese asegurado para siempre en él la paz y la debida obediencia y plaza de Guayana, con todos sus almacenes siendo casi imposible escapasen en dirección alguna ni los buques que estaban dentro del río, ni los jefes de aquella revolución, pues sabe bien V.M. que todo el país comprendido en las desembocaduras de los ríos Apure y Arauca, habiendo hecho el último esfuerzo posible con los que se destruyeron las fortificaciones y rochelas que se juzgaban impenetrables de los jefes rebeldes del llano.

Mas como nada llegó señor: como que los valientes de aquel ejército, en los mismos extraordinarios servicios que hacían desaparecían, sin ser reemplazados; al paso que en el citado año de 1819 llevaron a 59 los aventureros arribados a Margarita y Guayana a sostener la insurrección de aquellas provincias lo cual sin tales auxilios hubiera desaparecido: como que mientras esto pasaba en Tierra Firme, sucedía en los mares que la bañan multiplicarse los piratas y buques correspondientes a los insurgentes, por la nulidad de la llamada escuadrilla Real: el general don Pablo Morillo se vio en la dura precisión de reconcentrarse repasando los ríos Arauca y Apure para poder de este modo a lo menos sostener la capital de Venezuela, entrando pronto a acudir a desembarcos anunciados, y verificados después sobre sus costas enteramente abandonadas a los buques enemigos que hacían el doble daño de saquearlos e incendiarlas cuando querían, e impedir constantemente el comercio exterior reduciendo de este modo al más espantoso estado de miseria a aquellos habitantes.

Sin escuadra absolutamente: sin refuerzos ni reemplazos el ejército destruido en sus mismas victorias en un país entregado enteramente a la miseria contra un ejército reforzado con 50 soldados bien organizados, provistos los almacenes de 300 fusiles, e igual número de vestuarios: contra una escuadra insurgente e inmensa multitud de buques corsarios; que era ya posible, señor, que sucederá. Lanzose Simón Bolívar dueño de la navegación del Orinoco, Meta y Upia sobre los llanos de Caranare y Chire, y atacó la división que cubría la cordillera que da paso a la capital del virreinato de Santa Fe, y después de varios encuentros felices, sufrimos una derrota que le hace dueño de dicha capital desapareciendo con ella absolutamente la pequeña fuerza que guarnecía aquellos países desde su reconquista. El coronel Calzada se retira sobre Popayán con 1.000 hombres y el virrey don Juan Sámano sorprendido con noticia no esperada sale fugitivo para Honda, abandonando por la precipitación armas y caudales, y embarcándose en el Magdalena llegó a Monposo y Cartagena donde al mismo tiempo le llamaba la atención la expedición de MacGregor sobre el río Hacha. Dueño Bolívar de aquel hermoso virreinato sin que jamás sea posible al general Morillo intentar arrojarle de él, pues a penas pudo siendo muy feliz deshacer la expedición de 1.500 ingleses, y 10 criollos que al mismo tiempo que aquello pasaba en Santa Fe, desembarcaron en Barcelona; que nos queda, señor, que esperar sucederá en la compañía que al presente estará pasando. Aseguro a V.M. que como militar testigo de vista de nuestra situación, y la de los enemigos ya no tengo otra esperanza que la de que el general y sus valientes se sepulten en las ruinas de aquel continente como he dicho al principio me encargó especialmente expusiese a V.M. que estaba decidido a hacerlo; y que tal vez esta decisión dé por fruto se retrasarse algunos meses más la partida de tan vastos dominios, y el haber vertido inútilmente la sangre de tantos valientes.

¿Y podremos permanecer tranquilos cuando son tan precioso los instantes para la salvación de objetos tan dignos de la predilección y cariño de V.M.? En nombre, señor, de aquel general y ejército: en nombre de tanta familia desventurada por ser fieles a V.M., en nombre de la misma humanidad horrorizada de tanta víctima como será inmolada en aquellos países sino volamos a salvarlos, ruego a V.M. que dando lugar preferente en medio desbaratar atenciones, a meditar sobre cuanto llevo expuesto y sobre lo que expresa el pliego del general en jefe su fecha 13 de septiembre en el cuartel de Valencia, mande V.M. se tomen las medidas más eficaces para que si perdida de momentos se verifique no solo la expedición que sin pérdida de momentos se verifique no solo la expedición marítima anunciada; o que estaba dispuesta a salir, sino también con el competente número de transportes se embarquen a lo menos 60 hombres, pudiendo muy bien ser los 30 en pelotones sin regimentar que sirvan el reemplazo de los cuerpos que se hallan en aquel ejército: que se remitan al mismo tiempo 100 fusiles que sirvan para formar gente del país que puede luego de ocupado Santa Fe, pasar al virreinato del Perú a ofrecer allí el servicio que nadie duda es susceptible el batallón que se envió de Numancia, en inteligencia que hay allí tanta escasez de armas que de los auxilios prestados por La Habana ha sido preciso en lugar de socorrer al soldado, emplearlos en comprar malos y caros fusiles al extranjero: que se remita el mayor número posible de quintales de pólvora y balas que de pronto sea posible reunir; que se fije el situado con que de La Habana deba mensualmente socorrerse a Venezuela para hospitales y alguna parte de paga mensual: que al frente de la expedición además de los brigadieres nombrados haya un general capaz de encargarse de la dirección de aquella guerra, si desgraciadamente hubiese perecido, o pereciesen don Pablo Morillo, el cual ya poco puede servir activamente por los achaques que a resultas de su herida recibida en la acción de la Puerta le aparecen cada día, estando ya casi imposibilitado de ponerse a caballo, siendo en este citado que luego que con su opinión recibidos los auxilios, restablezca el orden, se le haga venir a tener el consuelo de ser antes de morir a V.M. según desea, y exhalar sus últimos alientos en los brazos de su familia abandonada y aun olvidada por el amor extraordinario que profesa a su rey y a su patria.

Si V.M. como lo espero de su justicia se digna mandar a quienes corresponde que con el más vivo interés dispongan lo necesario a verificar los auxilios pedidos sin permitirla menor dilación, ni disminución de cuanto he dicho, pues por la circunstancias presentes he rebajado lo que el mismo general pide en su citada carta que he traído, tendrá el consuelo que los vasallos de aquel continente le llamen su redentor y su padre, y que aquel ejército viendo coger el fruto de su sangre derramada, y de la muerte de tantos compañeros de armas, lo den todo por bien empleado, remueven su entusiasmo por la defensa de aquella causa, y pidan al Ser Supremo por la conservación de V.M. que en medio de apuradas y aun tristes circunstancias conmovido al oír si lamentable suerte, se dignó entender sus paternales desvelos para salvarlos: más tiemblo señor, al pensar si se pierden los momentos, será horrible la desesperación en que perecerá la inmensa multitud de familias que por ser fieles a V.M. sufren ya hace diez años todo género de privaciones, andando fugitivas de los pueblos que ocupan los insurgentes; y momentos terrible la amargura del ejército al sepultarse con la utilidad de sus sacrificios en las rimas de aquel continente en él que ya no es posible dar un paso sin que los sacrificios de la fidelidad de la mayor parte de sus habitantes, y la heroicidad del ejército español enviado para salvarle.

En el mes de mayo, señor, es la época que empiezan las inundaciones del llano, a decir que si un mes antes no han llegado los auxilios a Venezuela para poder parar con buena estación a arrojar a Bolívar de la capital de Santa Fe, no es posible después hasta el mes de diciembre en cuyo tiempo habrá podido sacar tanta gente y dinero de aquel virreinato regimientándola con la multitud de oficiales extranjeros, y con la tranquilidad de ocupar por más de un año dicha capital sin zozobra ninguna, que podrá hacer después una tan horrorosa irrupción ya sobre Popayán, ya sobre Venezuela que creo inútil hasta el pensar en que aquello podamos salvarlo, sino que sucumbió todo bajo el yugo de los rebeldes, empezándose entonces con toda decisión la guerra de color que nadie duda inundará de sangre aquel país luego que desaparezca el ejército español que sostiene la mayoría de fuerza de los blancos. De consiguiente debiéndose contra cuarenta días a lo menos para que una expedición salida de Cádiz recalase sobre Tobago o la Trinidad, está demostrada la urgencia de aprovechar los momentos.

El amar verdaderamente a V.M. deseando en su reinado sucedan extrañas desgracias como las que he anunciado, mi deber y cariño hacia el general y ejército y buenos habitantes de Costa Firme, han conducido ni pluma en cuanto llevo expuesto: no he buscado ideas terribles para conmover a V.M., por el contrario ansiando el no turbarle he procurado disminuir, y aun disimular en cuanto no necesario al objeto de salvar aquello, las más tristes que me ocurren: ruego a V.M., pues, que en cuanto con la mayor sumisión y respeto tengo el honor de exponer A.S.P. reciba el homenaje más puro de amor y sumisión hacia su Real Persona a quien el cielo haga tan feliz como deseo y justamente merece.



Madrid 3 de febrero de 1820 = Señor A.L.R.P. de V.M. León de Ortega = Coronel ayudante de campo del general en jefe del ejército de Costa Firme.

Es copia.

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