divendres, 23 d’agost del 2013

El África bizantina. Epílogo

ANEXO I: Algunas consideraciones referentes a la cuantificación de efectivos en las guerras arabo-bizantinas del siglo VII
Desde luego resulta muy difícil determinar cifras en la valoración del tamaño de los ejércitos del siglo VII, árabes y bizantinos, en el caso que nos ocupa. Cierto es que ésta es siempre una tarea muy delicada. Incluso a día de hoy tampoco es fácil; basta ver la divergencia en los “informes oficiales” que se han puesto a la luz en un conflicto relativamente reciente como es el de Vietnam (finalizado el 30 de Abril de 1975), por no hablar de los presentes “partes de guerra” en el sufriente Irak de hoy mismo o las discrepancias en cuanto a los asistentes a las manifestaciones de orden político-social según el “sentir” de los diversos grupos mediáticos, para tener clara conciencia de ello. Desde luego ceñirse a las fuentes para esbozar cuestiones de número es ocioso placebo, un callejón sin salida o más bien un palmario modo de confundirse y caer en el absurdo. El camino más seguro (tal vez la única vía) a nuestro humilde entender, es considerar in situ las cuestiones y plantearse respuestas tras el análisis geo-táctico de las batallas cuyo escenario es conocido. En este planteamiento nos atrevemos a ofrecer los siguientes párrafos, referidos a dos entornos precisos y trascendentales en la larga y dura guerra árabo-bizantina del siglo VII: Constantinopla y Cartago. Los ejércitos enfrentados en Constantinopla. Aunque ya tiempo antes la presión sobre los estrechos se había hecho muy angustiosa, Constantinopla se mantuvo asediada de firme entre la primavera del 674 y finales del 677. A juzgar por relatos y el sentido lógico del combate, los árabes intentaron en una primera etapa el bloqueo total de la urbe, conseguido por tierra con facilidad pero que no resultó completo durante el tiempo suficiente en el mar, debido a la efectividad de los nuevos dromones ligeros con fuego griego que hábilmente manejaron los bizantinos. Sabemos que los árabes construyeron una empalizada continua y con base en el Hebdomón lanzaron sucesivas intentonas en los veranos, mientras durante el invierno se esmeraban en impedir todo acceso de viandas o pertrechos. Si alguien visita la Estambul actual y recorre los casi 7 Km. del muro de Teodosio y el perímetro de las murallas marítimas, el Kadikoy (Hebdomón) y Uskudar (Calcedonia), en el lado opuesto del Bósforo, se dará perfecta cuenta que ese entorno amplísimo, hoy, ayer y siempre, no se ciñe y controla con menos de 70.000-80.000 hombres y eso siendo muy optimista y manteniendo brechas del orden del 75% “a controlar por caballería o partidas móviles. Este cuerpo de ejército tuvo que hacer frente (como todos en cualquier época de la humana actividad guerrera), a una continua reposición con “refrescos” que debían ser, como poco, una cantidad muy próxima al 50% de la inicial (hablamos de un total de 100.000-120.000 combatientes árabes participando en la campaña, de modo sucesivo a los largo de 5 años, para mantener un “activo” en torno a esas 8 decenas de millar). Insistimos, se juzgan cifras “mínimas”. Para cubrir las defensas del lado terrestre en ningún caso menos de 5.000 a 7.000 combatientes son necesarios (y aquí no caben espacios “vacíos”). Los contrincantes, para poder “incidir” y hacer ofensiva puntual en lugar tan fuerte necesitarían del orden de cuatro veces más (hablamos de unos 20.000-30.000 efectivos “terrestres” sólo desde el frente “tracio”). Si consideramos casi 4-5 años de guerra y el goteo de bajas, (en verano iniciativas álgidas pero en invierno también frecuentes acechanzas), no es descabellado pensar en un 30% antes de tirar la toalla y sopesar una retirada sarracena, (hablamos de unos 7.000-10.000, a los que debemos sumar los marinos y aquellos del “frente del estrecho”, como poco algunos otros millares, ¿25.000 en subtotal?). Aún habría que añadir las pérdidas en la retirada que se señalan tanto o más numerosas (los manuales de táctica suelen presentar “medias” que a lo largo de la Historia militar se tienen por “referencias”: así otro 25% de caídos se consideraría una derrota seria, si alcanza el 50% del restante llegaría a ser “descalabro” y una superior implicaría que no hubo “retirada” sino desbandada; aunque ese no parece ser el caso en Constantinopla). Hablamos pues de entre 40.000 (mínimo), y 100.000 (máximo), con una media plausible de 60.000 - 80.000 muertos/heridos islámicos en el primer gran asedio de Constantinopla113. Asumiendo todo ésto, no queda otro remedio que aceptar un montante de otro tanto para los efectivos disponibles en totalidad por parte del califato (por cada combatiente al menos dos de apoyo), de modo que hablamos en torno a los 150.000 -200.000 hombres (minimum), para las fuerzas árabes del periodo. Una pérdida de 60.000 - 80.000 en ese lustro, explica las dificultades para sofocar las rebeliones en Palestina y la falta de disposición en el frente de África. Tardarían algunos años en recuperarse y se inicia cierto punto de inflexión (todavía serán la fracción militar más importante durante otros 30 o 40 años) pero ya en línea meseta-descendente. La destrucción de Cartago y sus “cifras” A principios del siglo V, la ciudad de Cartago cubría unas 321 hectáreas; densamente pobladas según atestigua un área cementerial que forma una franja sin (A lo que habría que considerar la “calidad” de esas fuerzas. A día de hoy, casi no hay rincón o torre de Estambul que no recuerde a un “hazreti” o “mártir” árabe caído en el combate y los turcos han elevado una mezquita en honor de cada uno, con su correspondiente catafalco en torno al que los fieles musulmanes dan en orar (por supuesto los cuerpos de los “héroes” venerables “se encontraron” (en paralelo a la conocida “invención” cristiana de reliquias) sin que cupiera albergar sombra de duda cuando 700 años después de los hechos la ciudad cayó en manos otomanas). El famoso Abu Eyub servirá para el gran templo donde acuden los turistas al socaire de las romanzas decimonónicas de Pierre Loti, sin atisbar siquiera su significado real, en la mayor parte de los casos. Para mayor abundamiento en la importancia del contingente árabe frente a Constantinopla se pueden recordar las ingentes cantidades de “cipos” o estelas funerarias que en el área del Hebdomón (base o cuartel principal de los generales de Moawiya en esos años), se hallan a menudo en cuantas ocasiones hay para revisar el espacio arqueológico; muchas se almacenan y exponen ahora en el museo local.)solución de continuidad a todo lo largo del perímetro con una anchura media de 1 km., mucho mayor aún en el lado sudoeste. En el siglo IV todavía no tenía muralla; fue en el 425 con Teodosio II (igual que en el caso de Constantinopla), cuando se dotó de una notable defensa cuyas características se conocen bastante bien después de los estudios suscitados por la Campaña Internacional de la UNESCO para la salvaguarda de Cartago en la década de 1980-90. La muralla, excavada en su mayor parte, tenía una longitud de casi 8 km. y estaba bien mantenida en el periodo de la invasión árabe. Sobre la capa de cenizas (típica de incendio-saqueo), se destacan abundantes señales de lucha, en casi todos los entornos (escombros, esqueletos e indumentaria militar, desde espadas a broches, correspondientes a la época). Implica ello un “frente” que no podría ocupar menos de 8.000 hombres a la defensa y 4 veces más al ataque, unos 30.000 sarracenos (máxime cuando todo lo material apunta a un asalto simultáneo y masivo, con un no despreciable “tren de poliorcética”). Es indudable que las tropas atacantes no serían una “totalidad”; en Kairouan restarían efectivos amén de otros contingentes que deberían haber hecho frente a las guarniciones de plazas fuertes para “fijarlas” o impedir la convergencia (incluidos los “auxiliares beréberes del Aurés). Sumamos (sigue siendo “un minimun”) unos 40.000 - 80.000 efectivos sarracenos en la campaña de Hassan.
ANEXO II: Santa Salsa; reliquias, iglesia y la ciudad de Tipasa. Crónica de un destino perdido al borde del Mediterráneo
Las ruinas de la ciudad de Tipasa se hallan no muy lejos de Cherchel (la antigua Cesarea), en Argelia; pero sobre el camino de la Tingitana. Un lugar evocador sin medida, que Albert Camus ha sabido cantar, a la vera de un Mediterráneo de inmenso color, con la cresta del macizo incidiendo sobre sus aguas casi siempre calmas, envuelta en el olor de las mil flores, protegida por guardianes de raíces firmes, acebuches y pinos. Con una historia que está por contar y un destino que se desvaneció en el tiempo, y en el silencio. Según nos relata con detalle la Vita Sancta Salsa, habitaba en esa urbe portuaria, hacia el periodo de Constantino el Grande, una adolescente llamada Salsa; de padres ( La arqueología también ha puesto en evidencia la demolición intencionada de grandes sectores, amén de las instalaciones portuarias lo que implica la decisión ya por entonces de construir Túnez, prueba indirecta de la poca confianza que los musulmanes albergaban sobre la docilidad de los habitantes civiles en la antigua capital, tal y como señalaban las fuentes. Sin duda, representa la voluntad del general árabe una vez tomada la ciudad por segunda vez; una dura faena que no pueden llevar a cabo unos pocos albañiles, desde luego. Es posible que se emplearan prisioneros y/o esclavos pero vigilar esa masa y controlar el entorno del Cabo Bon implicaba utilizar 5.000  guerreros que no tendrían ocasión de participar durante meses en ninguna otra actividad, que sin embargo sabemos que tampoco fueron pocas ni menores (asedio a Iustiniana Capsa y toma al asalto de las ciudades en las que restan también señales de lucha y destrucción, sin posterior vuelta a utilizar de los hábitat). paganos pero que ya muy precoz profesaba la religión cristiana y estaba empeñada en servir al Altísimo y morir virgen. Parece que tuvo ocasión de que su deseo se cumpliera de forma cabal. Dice que cuando llegaron las báquicas, festejos en honor del dios Baco (típicas del inicio otoñal, cuando la recolección de la uva), fue obligada a presenciar las libaciones, cantos y ofrendas en el viejo templo donde se guardaba un horripilante ídolo... jornadas que terminaban en voluptuosa vorágine, impía de ebriedad y hasta desenfreno sensual. Asegura que, sin poder reprimirse, a la noche cuando todos dormían, Salsa volvió al lugar y con un mazo, asistida de fuerzas no humanas, arrancó la cabeza de la estatua de bronce para después arrojarla al fondo de una sima. Cuando se descubrió, los estupefactos paganos no daban crédito, incapaces además de saber quien había sido. Fue restituida, pero a poco la joven lo intentó de nuevo. Esta vez los guardias estaban al quite y prendieron a la sacrílega. Condenada, se la golpeó con piedras hasta la muerte y metida dentro de un saco se arrojó su cuerpo al mar; afán inútil de castigar a quien estaba por encima del hierro. Al cabo de pocos días, un barco mercante cuyo capitán se llamaba Saturnino, arribaba a la bocana del puerto cuando topó con el cadáver, al que no hizo el menor caso. Justo entonces se desencadenó un terrible temporal que impedía entrar al navío a refugio. Una y otra vez los marinos se veían rechazados hasta llegar al nivel donde flotaba la incomprendida Salsa. Saturnino captó el mensaje, izó a bordo el incorrupto cuerpo del que emanaba un olor sublime y pudo entrar sano y salvo en la ciudad. La santa recibió sepultura en un pequeño “martirium” extramuros. El relato hagiográfico que resumimos, tan hermoso como la mayoría y más verosímil que la media, era conocido en los círculos piadosos y académicos muy especializados, que lo fechaban en el siglo IV. Durante más de un milenio y algunas centurias, apenas nada más se sabía sobre el fundamento y devenir de todo aquello. Por fortuna y para disfrute de los amantes de las historias muy vetustas y poco fomentadas, como aquella de Bizancio en África; a principios del siglo XX, el profesor M. Gsell pudo interrogar a las piedras de Tipasa. y ellas respondieron con loable precisión. La ciudad romano-bizantina se extendía sobre un conjunto de pequeñas colinas y en la más hacia el Este se encontró el cementerio pagano. A la búsqueda del periodo alto-imperial, siempre el preferido, se analizó a conciencia dicho estrato dejando para ulteriores campañas las demás etapas. Sin embargo, entre muchas, una lápida llamó la atención; el epitafio latino decía: “Consagrado a los dioses Manes. A Fabia Celsa, madre muy santa, muy única, incomparable, muerta a la edad de 63 años, 2 meses, 27 días y 9 horas, como recuerdo de sus deudos, sus hijos, sus hijas, sus nietos, han elevado este monumento a aquella que les honra y quien consolidó su fortuna”. Son palabras paganas, la tradicional religión de Roma, pero resulta que sobre ella se elevaba un martirium paleo-cristiano justo para albergar tal enterramiento en su seno; obra tan “inserta” en la anterior que no hubo modo de dejar para más tarde su análisis. Con delicadeza, se pudo distinguir que tiempo después la inscripción se había disimulado con una fina capa de cementum. ¿La tumba original de Salsa, enterrada en el mismo hueco que su madre, al modo pagano, y años después honrada por los cristianos? La arqueología siguió respondiendo. Al excavar en los alrededores se pudo ver que el arcano monumento martirial, hacia el siglo V, se había visto englobado dentro de una enorme basílica con un brillante suelo de mosaico provisto de la hermosura acostumbrada. Entre la previa tumba y el ábside, en una prominente y rica losa rectangular apareció esta otra inscripción: “Estos presentes que tu ves y que realzan la brillantes de los santos altares son la obra y la ofrenda de Potentius, satisfecho de poder cumplimentar con lo mejor la tarea que le ha sido confiada. Aquí está la mártir Salsa, más dulce que el néctar; ella ha merecido vivir para siempre en el cielo, en medio de los bienaventurados; ella se regocija de acordar al santo Potentius favores recíprocos y dará testimonio de sus méritos en el reino celeste”. Potentius resultaba ser el obispo de la ciudad de Tipasa, conocido por otras vías y coetáneo del Papa San León. Evidentemente había tenido a bien adornarlo todo con esmero. El intervalo vándalo se pasaría con dificultades, tal vez, pero a la vuelta de Bizancio-Nueva Roma supimos que resurgió la iglesia. En el estrato correspondiente, los investigadores ponen a la luz los basamentos de un nuevo diseño que dobla la longitud del templo previo, ampliando 20 metros hacia delante el muro de la fachada, elevando tribunas y, lo más llamativo, ubicando en medio del coro un sólido pedestal que habría estado recubierto de vistoso mármol, enmarcado por una verja o cancela. Tal obra soportaba un gran sarcófago con escenas pías... el que yacía volcado sobre una de sus caras. No hay duda de que allí se alojó entonces la carne mortal pero intacta de la santa. ¿Y después? Una penúltima capa mostraba las trazas siniestras de un incendio; es el final del siglo VII y sabemos que Hassan o Musa cabalgaban en aquel entorno. Pero no fue el final. Si la basílica quedó destruida y desierta tras el expolio, no lejos de allí se encontraron los vestigios de otra capilla; ésta humilde hasta el extremo, conformada por materiales varios reutilizados a expensas de la anterior y de otros edificios próximos también abandonados. Una pequeña comunidad rumi continuó perseverante, enterrándose en las proximidades de su patrona durante dos siglos más: los últimos grabados cristianos latinos se fechan a inicios del siglo X. De las reliquias de Santa Salsa nada más se encontró. Tipasa duerme, un sueño de piedra y guarda aún, seguro, muchos misterios...
ANEXO III: CEUTA, EL ESTRECHO Y TINGITANA
Consideraciones históricas en torno a Ceuta y el estrecho de Gibraltar (a propósito de Geografía, civilización, cultura, religión y estados en el área: mutabilidades y permanencia) Un océano rodea en círculo la tierra o en su totalidad o la mayor parte (pues a este respecto no tenemos todavía un conocimiento exacto) pero está dividida en dos continentes por una especie de canal que, penetrando por la parte occidental, forma este mar nuestro, que comienza en Gadira (Cádiz) y se extiende hasta el lago Meotis (Mar de Azov). De estos dos continentes, el que queda a la derecha, según se penetra en nuestro mar y que llega hasta el lago Meotis, comenzando en Gadira y la más meridional de las Columnas de Heracles (Monte Abila), recibe el nombre de Asia115. A la fortaleza que allí se alza, los nativos la llaman Septo, por las siete colinas que pueden verse en ese lugar, ya que Septem significa “siete” en lengua latina. Todo el continente que queda frente a éste recibió el nombre de Europa. Y el estrecho que se encuentra en ese punto separa los dos continentes en más de ochenta y cuatro estadios. Los mosaicos de Cartago, en el África Proconsular o los de Volúbilis en la Tingitana, por poner sólo dos de los numerosos ejemplos visibles en museos, nos permiten desvelar una sociedad rica, dinámica; donde al arte, el urbanismo y la cultura eran la norma. Cuando visitamos las ruinas de Volubilis, en el actual reino de Marruecos, nos preguntamos: ¿quienes eran aquellos seres (millares de personas) que 115 En aquella época, los cronistas y geógrafos tenían divergencia en cuanto a qué considerar, ¿Asia o África?, el área al sur del Mediterráneo, el “mar latino” o “mar nuestro” de los romanos. Para los hombres de los siglos I al VIII, África no era un continente, era una provincia y el Mediterráneo, ambas riberas, su hogar y civilización, la greco-romana; limitada al Norte por los impenetrables bosques de Germania, al Sur por el inhumano desierto, al Oeste por el tenebroso Atlántico y al Este por la vieja Persia, el único rival digno de ser considerado otra civilización, vivían entre aquellas piedras, con acueductos, regadíos, cisternas, cloacas, servicios públicos, circos, hipódromos, termas y bibliotecas? El territorio que hoy denominamos Magreb (a partir de la denominación que aplicarían los conquistadores árabes de “Djezirat el Maghreb”, la isla de poniente), en su franja costera (desde el mar hasta el desierto sahariano) y que ahora ocupan fundamentalmente los estados modernos de Marruecos, Argelia, Túnez y Libia, fue, en el periodo que oscila desde el siglo I al VI, un territorio habitado mayoritariamente por población de lengua latina, en el marco de una civilización romana que siguió la evolución propia de ese imperio-nación y cultura. Un limes (frontera fortificada), se extendía, fluctuante según momentos, en la vertiente sur, un paso por delante de las granjas y huertos, que se consolidaban con complejos sistemas de regadío. El proceso de la llamada romanización tendría características similares a las que se dieron en las áreas vecinas, más conocidas en nuestro país, la romana “Hispania”117. La Tingitana, una de sus divisiones, conformaba los territorios más al Oeste, abarcando el norte del actual reino de Marruecos y las plazas de soberanía bajo titularidad del Estado español (Ceuta, Melilla, los peñones de Vélez de la Gomera y de Alhucemas, las Islas Chafarinas y algunos otros islotes). La urbanidad de la Tingitana ya era una arcana realidad y tradición al inicio del Imperio, remontándose al tiempo fenicio-griego-cartaginés. La población indígena greco-púnica y mauri más evolucionada asumió la romanidad a todos los niveles (político-administrativo, institucionales, económicos, sociales, religiosos, artísticos, urbanístico-arquitectónico) del mismo modo que el resto de territorios adyacentes: aculturación (fácil por la similitud en casi todos los órdenes), integración en la administración y el ejército, amén de ciudadanía plena. Se sumará una emigración itálica y de otras regiones imperiales, muchos campanienses e hispanos, en una cifra sin duda muy importante. En conjunto conformarán los “roums” de los cronistas árabes y los “romanos” para sí mismos y después según los historiadores bizantinos (ellos a su vez también roums) o de la “esfera bárbara”, visigodos, etc.). Septem-Ceuta, bien precisada y citada a menudo en las fuentes, se desarrolló como una ciudad media dentro de la muy “cívica” y próspera provincia de Mauritania Tingitana que, durante la mayor parte del tiempo, dependería orgánica y Plinio y El Itinerario de Antonio y la Notitia Dignitatum sirven para reconocer el dibujo geográfico-político de primera y posterior épocas romanas en esta zona, también en África Romaine, donde da buena cuenta de los intentos “ideológicos” actuales neo-nacionalistas o neo-islamistas para ocultar la realidad de un mundo romano en África, tanto la vertiente clásica politeísta como la fase final, cristiana y bizantina. Los entonces llamados “mauri” (no integrados) se mantendrán al sur como poblaciones seminómadas, y las relaciones romano-mauri serán similares a las establecidas con los germanos y galos no integrados en el limes del Norte) de la península ibérica; por razones obvias de simplicidad y facilidad de comunicaciones hacia el centro, en Roma, y también por la existencia de cierta tradición previa, desde el periodo cartaginés. Así, en el primer tiempo, los viejos emporios púnicos y griegos crecieron junto a las nuevas ciudades-colonias costeras (como Rusadir, Igilgili, Saldae, Rusazus, Rusguniae, Gunugu, Cartennae, Zulilla) o interiores (véase Tubusuctu, Aquae Calidae, Zucchabar, Babba o Banasa), dependientes en la práctica de la Región Bética. El área iba a crecer sin cesar, en particular en la época del emperador Claudio I (fundación de Lixus, Cesarea, Oppidum Novum, Volúbilis, Rusucurru, Tipasa y Sala, Icosium, Choba, Auzium), al punto que Septimio Severo -los severos, precisamente fueron originarios de África- debió bajar el limes al suroeste de Rapidum, entrando la provincia dentro del tamaño común en el conjunto del Imperio. En el siglo III, el “cinturón defensivo de castella” se instaló al sur de Sétif. No obstante continuaría con la relación “más en dirección al Norte que hacia el Oriente”, y no debe sorprender la división establecida por Diocleciano: la Diócesis Hispaniarum -capital en Emérita (Mérida) o Hispalis, (Sevilla)- incluía siete provincias: Cartaginense, Gallaecia, Bética, Lusitania, Insulae Balearum y Mauritania (capitales respectivas en Cartago, Braga, Córdoba, Braga, Palma y Tánger). Más al Oriente, la provincia de África alcanza ya en época de Marco Aurelio, una de las plazas más prominentes en el conjunto del imperio, con Leptis Magna, Cartago y Hadrumetum entre las urbes más ricas y pobladas. Si uno de los rasgos más acusados de la romanización es su carácter cívico, África debía ser una de las provincias del Imperio más romanizadas a juzgar por la extensión de su red urbana, la Mauritania conoció una urbanización costera importante por obra de los fenicios que irradiaba hacia el interior tanto desde la costa mediterránea como la atlántica. Más allá de las Columnae Herculis estuvieron los oppida de Lissa y Cottae; hoy está Tingi, antigua fundación de Antaeus, llamada luego Traducta Iulia por el Caesar Claudius cuando la convirtió en colonia; se halla a 30.000 pasos de Baelo, el oppidum más próximo de la Bética. A 25.000 pasos de Tingi, en la costa oceánica, está la colonia de Augustus Iulia Constantia Zulil, que fue sustraída a la jurisdicción y atribuida a la Bética. A 35.000 pasos de ésta se halla Lixus. Convertida en colonia por el Caesar Claudius y de la cual han dicho los antiguos cosas quizá en extremo fabulosas: allí se alzó el palacio de Antaeus, tuvo lugar su combate con Hércules y estuvieron los Horti Hesperidum. Hay también una malva arbórea en Mauretania, en el oppidum de Lixus, sito sobre un estero, lugar donde antes estuvieron, según se cuenta, los huertos de las hespérides, a 200 pasos del Oceanus, junto al templo de Hércules, que dicen es más antiguo que el gaditano. Agrippa [dice que] Lixus [rio] dista del Fretum Gaditanum 112.000 pasos. Mas allá de esta montaña [el Ater, la negra] están los desiertos y la célebre Garama, cabeza de los garamantes. En los dos últimos siglos del Imperio entre las tierras peninsulares, las islas Baleares y Tingitana fue muy sólida. El “fretum gaditanum” era un permeable y concurrido puente a rebosar de actividad y libre transito, un eje de desarrollo como lo era también (y aún hoy así se muestra), el Bósforo entre Tracia y Anatolia, con dinámicas ciudades a uno y otro lado. Aceite, grano, oro, marfil, fieras, mármol, telas, esclavos y sal corrían en una y otra dirección, según circuitos que tenían sus propios puertos y comerciantes de raigambre; abundaban los collegia naviculorum. La reforma de Diocleciano fue la plasmación en el orden administrativo de una realidad que asumieron los restos en arte, religión, economía y sociedad. El cristianismo constituyó también un nuevo nexo, y no menor, entre África, la Tingitana y Bética o el resto de la Hispania. De hecho, el origen del cristianismo peninsular parece estar en la propia África (o será, cuanto menos algo “mixto”), como atestiguan los restos arqueológicos, la profunda impronta de San Cipriano de Cartago o los cánones del Concilio de Elvira. Los obispos tingitanos participarán de costumbre en los concilios peninsulares y las herejías de origen africano salpicarán casi siempre a sus colegas de los otro lado del estrecho (véase por ejemplo, la controversia donatista). La invasión vándala no significó un cambio profundo en la sociedad africana ni tingitana. Muchos de los elementos del periodo previo se mantuvieron, no obstante, con graves quebrantos. La más notable de las transformaciones fue la rotura parcial y/o debilitamiento general del limes con la irrupción, cada vez más al Norte de las tribus beréberes que con anterioridad nunca se habían instalado de manera permanente en el territorio tingitano. Aunque a veces se ha señalado “el abandono de territorios interiores por parte de los romanos” parece más un fenómeno progresivo que “brusco” 120 Tingi responde, como es bien sabido, a Tánger, Lixus es la actual Larache, por desgracia las ruinas de la ciudad púnica y después romana-bizantina esperan una merecida campaña arqueológica que a nadie parece interesar llevar a efecto. El río Lixus es el Lucus, que desemboca junto a Larache. Es notorio que las referencias que da Plinio sobre la región van siempre hacia el Fretum Gaditanum. La familia de los Balbus, originarios de Gades, serán durante los últimos tiempos de la república y primeros del imperio figuras locales que alcanzan cargos muy importantes (cónsules) y que dedicarán esfuerzo a dominar la región de los garamantes y asegurar así la Cirenaica.  y los continuos hallazgos arqueológicos a menudo sorprenden por la prolongación” que demuestran en la existencia roum, incluso al interior del territorio. Los problemas militares y la inclusión de la Mauritania Tingitana en la Diocesis Hispaniarum. La Notitia dignitatum señala las guarniciones y castella, al norte del río Lucus, casi en paralelo a la costa atlántica, con las siguientes cohortes y localizaciones: Tamuco, Duga (Cohorte secundae Hispaniorum), Auculus, Castrabariensi, Pacatiana. Importante precisión: No es difícil observar una tendencia a calcar” las antiguas divisiones diocesanas o provinciales romanas para los nuevos reinos bárbaros. En el caso de la Tingitana (y en la Baleárica también) esta es bien notoria. En determinado momento llegaría a ser objeto de pugna entre los visigodos (titulares de la Hispania y por ende inclinados a sentirse “protectores” de la Tingitana) y los vándalos que dueños ahora del África proconsular pero antes amos de la Bética (Vandalucía), entienden necesaria la posesión de los puertos tingitanos y las islas Baleares. Los historiadores, a día de hoy, suponen una “alternancia” en la posesión efectiva de plazas y regiones (Baleares, virtud al manejo de la flota vándala pertenecerá a ese reino norteafricano mientras la Tingitana, más menudo responderá al poder visigodo). Datos importantes: Isidoro de Sevilla nombra a la Tingitana como la sexta provincia de Hispania. Y no deja de recordar, con orgullo y justificada por su “hispanidad”, la toma visigoda de Septem por Sisebuto. La Tingitana, perdida definitivamente por los visigodos después de la corta y parcial reconquista de Teudis, se consideraba, en cualquier caso, una provincia de Hispania. La provincia de Bética visigoda tenía por metropolita al obispo de Hispalis, (Sevilla) y contaba con diez sedes sufragáneas: Abdera, Asidonia, Astigi, Cordoba, Egabro, Elipla, Iliberri, Italica, Malaga, Tucci y TINGI, (Tánger). Los bizantinos supusieron una reconquista que la población romana del África y de la Tingitana acogería con alivio intentó en el siglo V restablecer la comunidad mediterránea . Parece ser que la mayor parte de los habitantes seguían considerándose miembros de una “nación romana” y habitando una región del Imperio. Los visigodos se cuidarían durante mucho tiempo de mantener dicha ficción. La llegada de los bizantinos (romanos significa una amenaza tremenda, Leovigildo se hace llamar Flavio y los “intelectuales” del reino aluden a un nuevo patriotismo: el hispano en aras a pretéritos antecedentes más o menos amañados con San Isidoro, San Fulgencio y San Leandro-) . Los bizantinos heredaron el grave problema de los beréberes, que empujaban con mayor énfasis hacia el Norte y llegarían a ocupar áreas cada vez más próximas a los grandes centros urbanos y ejes económico-agrícolas. Gran parte del esfuerzo militar neo-romano se encaminó, pues, a evitar ésta invasión desde el sur. La recuperación de Septem-Ceuta (año 533) y el resto de la Tingitana se hizo a la par que las islas Baleares y, al sentir de la mayoría de los especialistas, apuntaba claramente al siguiente paso de reconquistar Hispania, partes de la cual se venían a considerar. En ésta tesitura se entienden los importantes combates que tienen lugar en torno a Ceuta, entre ellos la celebrada incursión de Teudis. La administración bizantina asumió en su ordenación del territorio la arcana unidad Tingitana-peninsular. Se delimitaron en ese sentido dos provincias: África, con capital en Cartago y que incluía la vieja Proconsular, la Byzacena y Tripolitania, y Spania, que engloba los territorios que consiguieron dominar en el sur peninsular (la franja desde Valencia al moderno Algarbe), la Tingitana y las islas Baleares. El territorio bizantino de Spania fue considerado como la verdadera “Hispania romana”, por ende el obispo de Cartagena, principal ciudad bajo control del emperador de Constantinopla, rivalizaría con el de Toledo por la primacía (En el Concilio de Tarragona del 510 el obispo Héctor firmó como Episcopus Carthaginensis Metropolitanus. En el III de Toledo, el obispo de Cartagena no asistió -pertenecía a la Spania bizantina- y el obispo Eufemio de Toledo aprovechó para titularse Metropolita de la provincia de Carpetania, nombre antiguo exhumado para desbancar y a la par incluir las tierras cartaginesas). El sur de la vieja Tingitana no fue posible mantener el limes y en el siglo VI vemos un caudillo Masuna, rey de mauri y romanos, gobernando el territorio de la llanura entre Tafna y Chélif. No obstante toda la franja norte continuó habitada en su mayor parte por rumi y bajo control bizantino (salvo el Atlas). El frates Gaditanum siguió funcionando en los siglos bizantino-visigodos. Se mantuvieron los negociatores transmarini y desde el reino visigodo pasaron a Tingitana y Cartago, oro, cereales, aceite y miel, que llegarían en algunos casos hasta Constantinopla. Desde territorio bizantino, seda, púrpura, joyas, incienso y papiro, productos más costosos, como corresponde a una gran potencia frente a un estado menor. En nuestra opinión Justiniano ya tenía in mente intentar ocupar Hispania, de ahí que ordenara tomar posesión de Septem, lugar privilegiado para obtener información sobre ella y cabeza de puente ideal desde donde iniciar la conquista. Importante puntualización sobre Septem-Ceuta y la labor de Justiniano: Justiniano puso especial énfasis en la consolidación de Septem-Bizancio como ciudad (Oppidum), romana y cristiana. Sorprende el hecho de que se cite específicamente en una de sus Novellas y que Procopio hiciera referencia en su libro de las Guerras y también el De Aedificis. El emperador ordenó construir una gran fortaleza, base militar y una basílica notable en la que se albergó una “agia”, imagen de la Virgen, la llamada Nuestra Señora de África (la misma que en el sentir del pueblo ceutí se venera aún en la iglesia que le ha sucedido). En una vertiente de los Pilares de Heracles, a la derecha del estrecho, existía en tiempos una fortaleza sobre la costa llamada Septum, la cual fue edificada por los romanos en los primeros tiempos, pero siendo dañada por los vándalos permanecía postrada desde hacía algún tiempo. Nuestro emperador Justiniano la fortificó por medio de un muro y la puso en seguridad por medio de una guarnición. Pronto consagró a la Madre de Dios una muy notable iglesia, dedicando a ella el umbral de entrada al Imperio, y convirtiendo ésta fortaleza en inexpugnable para todas las razas del género humano. En vísperas de la conquista árabe de la Tingitana, los bizantino-romanos se refugiaron en torno a Septem-Ceuta, que por ese entonces conformaba un exarcado semi-independiente, de difícil sostenimiento entre los barbari visigodos al norte y los barbari sarracenos al sur-este, aunque dotándose de un poderoso exercitus septensianus, del que un tal Simplicius era Tribuno en la década de los ochenta del siglo VI. En principio los rumi se aliaron con el poder visigodo, también cristiano al fin y al cabo, declarándose, probablemente, vasallos del rey Witiza (así podría entenderse que Ibn Adhari y otros cronistas musulmanes señalaran a Ceuta como una dependencia del rey visigodo. Y no sería tampoco extraño entender una ayuda de Iulian, junto a los árabes, para restaurar a los witizanos y luchar contra el nuevo rey godo Rodrigo). Una segunda etapa, habitual en el primer periodo de conquista árabe (véase el archifamoso caso del conde Teodomiro) sería declararse tributario o súbdito nominal del poder califal. De una u otra manera se explica bien la colaboración de las naves ceutíes en la tarea de transportar las tropas musulmanas al otro lado del estrecho. Datos importantes: Limitándonos al entorno de Ceuta y Tánger, sabemos que en pleno siglo VII ciudades como Melilla (Rusadir) y Lixus mantenían una población íntegramente rumi (roums) y cristiana -El obispo de Lixus se cita expresamente-. JORGE DE CHIPRE señala a Septem en su crónica como la capital de la Tingitana. Obras bizantinas tardías (primeros años del VII) amén de muchas construcciones del siglo V y VI se han encontrado en ciudades tales como Agadir, Volúbilis y, desde luego, en Tánger (Tingi). Sobre las causas de la relativamente fácil y rápida conquista del resto de Hispania (al conquistar la Tingitana los musulmanes ya podían sentirse dueños de una parte de Hispania, según la tradición expuesta) no entraremos. Pero nos aventuramos a señalar, de nuevo, la a menudo soslayada teoría de una falta de integración germano-romana, amén de divisiones internas godas. Asturias resistirá porque los nobles godos consiguen la alianza de la población astur. Los mozárabes de baja extracción serán rumi, es decir romanos en el sentir de los musulmanes durante bastante tiempo después de la conquista (la gens gótica formará parte de la propaganda imperial del reino Astur). En realidad los ejércitos musulmanes encontraron en este país una situación agitada que debe relacionarse con una crisis profunda del orden sociopolítico de tradición romana que existía tanto en el África bizantina como en la mayor parte de España. Las luchas entre visigodos y bizantinos hasta principios del siglo VII pudieron contribuir a esta decadencia (Cartagena fue destruida por los soberanos de Toledo).
ANEXO IV: Oración del general Juan Troglita en vísperas de la batalla de Hadrumetum
Los romanos se lamentarían de la destrucción de África a manos de los moros en aquel siglo VI. Tanta tribulación y pesar quedaron reflejados en forma harto hermosa en poesías y crónicas. Remito las que creo son unas sentidas y preciosas palabras, en la pluma de Coripo, por la pérdida de vidas y riquezas, en un mundo (la latinidad africana) que desaparecía en la marea “mora” y que poco tiempo después terminaría barrida por la irremediable ola árabe procedente de Oriente. El escenario es la batalla en los alrededores de Hadrumetum, cuando el tribuno Juan acude para expulsar a los moros que acaban de saquear la ciudad y su comarca. Uno de los supervivientes, Liberato, durante la noche narra el horror de los días anteriores y los soldados romano-bizantinos que le escuchan “manchan sus mejillas, palidecen, enrojecen y no ocultan la rabia en sus rostros. Ya ansían que surja el día vacilante y el lento amanecer, quejándose ante la larga noche” tras la cual vendría la esperada batalla para liberar y vengar a la agonizante vieja urbe. (Preparativos para el combate y plegaria de Juan). Nacía el día gratísimo a los infelices africanos. Y ya los jefes animando al escuadrón con diversas palabras apremiaban a los valerosos soldados y a los ilustres tribunos, exhortando y dirigiendo cada uno a los suyos: les ordenan levantar el campamento y preparar las armas o esperar las órdenes de sus superiores. Los soldados cogen los estandartes, se preparan y se alegran al ver la brisa favorable que juguetea golpeando las banderas. Mas el noble Juan entristecido, levantándose se arrodilla con piadoso corazón y elevando sus manos y sus ojos, suplicante, pronuncia estas palabras, haciendo resonar su voz: “A ti, Cristo, padre poderoso, con razón te glorifican las lenguas de los hombres y mi corazón sin mancha; con gusto te alabo y doy gracias. No pretendo ensalzar a nadie más. Tú creador del universo, Tú vences pueblos y batallas, Tú aplastas las armas impías. Tú acostumbras acudir en nuestra ayuda. Mira las ciudades incendiadas por los pueblos salvajes, Todopoderoso, mira los campos. Ya ningún labrador cultiva sus tierras, ya ningún sacerdote es capaz de llorar en el templo por su pueblo; pues en las montañas todos, con las manos atadas a la espalda, soportan pesadas cadenas. Míranos, Padre santo, y que no cesen tus rayos. Esparce las bandas de moros bajo nuestros pies; libera a los cautivos africanos de los pueblos despiadados y compadeciéndote, según tu costumbre, contempla, benévolo, a tus hijos romanos y convierte, propicio, nuestro llanto en alegría” Coripo, Juanide, IV, 260-285.

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