La conquista árabe. El final del África bizantina
1 Consideraciones iniciales: previos
El imperialismo árabe, que brota al socaire de una
revolución religioso-cultural a comienzos del siglo VII y alcanza su clímax en
el VIII, tiene unas características muy propias y distintivas, al menos en relación
a los antecedentes que le eran más inmediatos. Roma, China o Persia habían sido
civilizaciones-imperios eminentemente “laicos” en su origen, formas y motivos
de expansión; con un perfil menor del aspecto religioso (aún cuando tuviera su
indiscutible importancia), que en ningún caso fue un elemento definitorio ni
eje jerárquico-cultural. Por contra, el Imperio árabe encontrará “principio y
fin” en una nueva gran religión “inspirada”, plena de trascendencia y
proselitista hasta la belicosidad, con un rígido monoteísmo que lleva la
impronta del dogma judío y cristiano en versión extrema sobre tales aspectos.
Ella será fuente de ardor guerrero y, a la par, mecanismo de integración para
los sometidos. En el mundo mediterráneo aquello era una novedad. El poder
romano, que había sido capaz de crear una gran y cohesionada nación en toda la
cuenca, basaba su uniformidad en el enorme éxito y legado greco-latino: unos
valores materiales, la vida en la polis, la ingeniería civil, el cultivo de vid
y cereal, sumados a otros de estirpe espiritual, destacando entre ellos aquel
genial pensamiento lógico y humanismo helenísticos, la moral estoica y el, tal
vez más importante, valor absoluto y superior del derecho civil. Sobre ese
armazón se articularía, no sin graves conflictos, el cristianismo; una
corriente “interna” que no pretendía, en principio, suplantar sino convencer,
sin tener demasiado en cuenta la pertenencia a una u otra estructura de Estado.
La síntesis o simbiosis de ambas cuestiones, fe y administración, sólo sería
posible gracias al genio y clarividencia de un Constantino I que, por ello,
sería honrado en la memoria colectiva como “el Grande”. Lo cierto es que bien
parece que entre los siglos I y el VI se sucedieron desde el Medio Oriente
flujos mesiánicos en sucesivas oleadas que encuentraron la última y más
“rompedora” manifestación en lo que se llamará Islam. El choque entre una débil
y comprometida Roma medieval (Bizancio), y el Califato habría de durar cuatro
largos centenares de años; y, pese a que en primera instancia todo apuntó a un
colapso de los rumis que habría dado la llave de Europa a los sarracenos, al
final se consiguió el equilibrio que, en gran medida, explica la actual
división norte/sur en el área. Un repaso a la segunda fase de aquel conflicto,
una larga guerra (casi un siglo) despiadada, con escenario en la vieja África
(actual Magreb), y en Siria-Anatolia de manera simultánea, merece algo de
nuestro tiempo y un ameno debate, si es posible y hay ganas.
El periodo de Constante II (641-646)
2 Desertización y pavor en Cirenaica y Tripolitania. Años 641-646
La región que, en la doctrina de guerra árabe y apuntando
hacia África, correspondía “desertizar” era la esquina de Cirenaica y
aún Tripolitania si ésta se empeñaba en resistir; entendiendo que el
objetivo primordial radicaba en conseguir el sometimiento posterior, con poca
dificultad por mor de pactos de sumisión, en la Byzacena, Numidia y
Proconsular, las más preciadas por su riqueza y valor estratégico. En
este segundo aspecto la base de Cartago y el entorno del Cabo Bon debían
convertirse en el trampolín táctico hacia Sicilia e Italia. Tras la muerte de
Heraclio, lo cierto es que a todo lo largo del año 641 se suceden crisis en el
entorno del Palacio Sagrado de Constantinopla que habrían de mermar, y mucho,
la capacidad de enfrentar la amenaza musulmana, de la que ya a nadie se le
escapaba su tremenda envergadura. Entre los miembros de la familia heráclida
tuvo lugar una lucha sórdida que paralizó la actividad política. Constantino
III murió muy pronto, hacia el 20 de abril, y le sucedió oficialmente el
pequeño Heracleonas bajo la tutela de su madre Martina, tan ambiciosa como
incapaz. En el mes de noviembre, ambos fueron desplazándose en favor de otro
nieto del “africano”, Constante II, con apenas 11 años de edad. A la debilidad
extrema de una post-guerra persa se sumó la ausencia de liderazgo y la total
desorientación de los mandos militares locales. Durante esos preciosos meses
los árabes lograron afianzarse en Egipto. La rebelión del general Valentinus
tuvo como consecuencia la desastrosa pérdida de Alejandría, cuyo puerto sufrió
una devastación sin precedentes en aras a dificultar cualquier intento de
retorno de una flota imperial, y, como núcleo de control-concentración de
efectivos, los árabes levantaron (usando esclavos rumi) la gran base de Fosat
(lo que será el germen de la futura El Cairo) ( Los persas habían saqueado casi
todas las ciudades importantes del Egipto bizantino y en particular se habían
apropiado del tesoro público y las riquezas de la Iglesia de Alejandría. La
situación a la llegada de los árabes de Amr era de extrema penuria y ello, más
que las querellas monofisitas, explicaría la aparente falta o debilidad en la
resistencia de una población que pasaba hambre y no veía claro el horizonte, se
podían sentir sencillamente abandonados a su suerte cuando la marina hubo de
hacerse a la mar, incapaz la guarnición en tierra de defender los muros. Cuando
el magister Manuel retornó en 645, en la ciudad apenas quedaba una quinta parte
de los habitantes; las instalaciones industriales y portuarias yacían en un
estado tan ruinoso que su rehabilitación era prácticamente imposible. Como
centro estratégico, la vieja ciudad fundada por el griego Alejandro ya había
perdido todo su valor. Los bizantinos no se empeñaron mucho en conservarla de
ese modo. Para un pormenorizado relato de tales hechos: BUTLER, A.J. The Arab
Conquest of Egypt and the last thirty years of the Roman Dominion, Oxford, 1902).
Se desarrolló entonces un largo proceso, aproximadamente entre el 642 y
667, en el que los musulmanes ejecutaron maniobras sucesivas y coordinadas a
uno y otro frente, dirección ora Constantinopla y ora Cartago, sin dejar
traslucir nunca las prioridades y últimas intenciones. La primera etapa (como
siempre) consistió en “desertizar”; las víctimas fueron Cirenaica y Tripolitania
por un lado y Armenia - Siria por el otro. El martillo
islámico golpeó con cadencia muy corta e imperturbable durante cinco largos
años, hasta el 646-7 y consiguió casi a plena satisfacción ese objetivo previo.
A principios del año 642, el mismo jeque Amr ben Al-Âs (el “conquistador” de
Egipto, miembro de la familia de los quraiquitas de La Meca), intentó ya testar
las defensas de Cirenaica. El limes, cerrado ahora de urgencia también hacia el
Este por nuevos puestos en la comarca del actual Tobruq (donde se rendía culto
a San Pablo Primoeremita, cuyas reliquias atraían numerosos peregrinos de uno y
otro lado en el romano Norte de África)44, respondió bien; sin duda porque los
limitanei esperaban el golpe. Y es justo por ello que debieron conformarse con
pequeñas escaramuzas y, de vuelta, combates más al Sur, en el entorno del oasis
de Siwah con ciertos beréberes en vías de cristianización, tal vez los llamados
Lawâta. Algunas crónicas tardías árabes buscan un laudatorio término a la
expedición y hablan del sometimiento de estos últimos, pero ello es más que
dudoso o en cualquier caso poco trascendente. Aquello era una medida de
“diversión y tanteo” ya que en el otoño el esfuerzo musulmán se volcó hacia el
lado opuesto, Armenia, ejecutando allí un segundo raid que provocó dolorosos
daños, sobre una tierra ya muy castigada antes, hasta el punto de que parte de
los notables comenzó a cuestionarse la utilidad de estar en alianza con
Bizancio. Es en el verano siguiente cuando, con una división importante de
guerreros trasladados desde las bases mesopotámicas, Amr se lanzó en tromba
sobre el saliente del golfo de Sirta y se empeñó, con una crueldad
“ejemplarizante”, en la toma de ciudades pentapolitanas. El valor a raudales,
el celo y la inquina de hombres que no temían morir en aras a conseguir el
paraíso se puso ahora en África, por vez primera, de manifiesto en toda su
máxima expresión. Una tras otra cayeron, para sufrir salvajes destrucciones,
las antiguas y hermosas ciudades de Apolonia, Ptolemaida, Cirene, Teuquira y
Berenice; que llevaban más de ocho siglos sin ver la guerra y menos aún en ese
grado de místico ardor45. En cuanto a Apolonia, ésta era por entonces la
capital (desde el 450) y antaño muy famosa por su impresionante templo de
Apolo, tendría por entonces unos 12.000 habitantes. Hay evidencia de que los
árabes cortaron el acueducto y sometieron a la ciudad por sed (su precariedad
en pozos siempre había sido grande y la única fuente importante distaba unos
diez kilómetros), pero una vez abiertas las puertas la matanza duró varios
días, después se prendió fuego a lo que quedaba (Laronde Andrè, “Apollonia
de Cirenaique. Archeologie et Historie”, Journal de Savants, 1996). Hacia
el invierno, con enorme botín, el “gazhi” volvió a Fosat para recibir los
parabienes del Califa. Pero no se entretuvo mucho, porque a su sentir quedaba
faena, y
44 Las
fortalezas de Antipirgos y Praetorium; cuyas olvidadas ruinas, más de un
milenio después, verían verterse de nuevo la sangre a raudales en su alrededor,
con ocasión de la batalla entre los alemanes de Rommel y los ingleses de
Montgomery. 45
Tan solo en
Teuquira lograrían sobrevivir algunos habitantes, dirigidos por el gobernador
Apolonio, atrincherados en un reducto improvisado, sin cimientos ni esperanza:
“la capitulación se escribió con letras de fuego, sobre las piedras tomadas al
asalto dos años después” (Bachielli, Lidiano, Cirenaica, la sua
historia, pág. 188). Así, la región que viera nacer al poeta y
enciclopedista Calímaco en el periodo clásico y al erudito Sinesio en el
bizantino, quedó prácticamente desierta hasta el siglo XI, cuando llegaron unas
tribus emigrantes desde Egipto (los Banu Hilal y Beni Soleim), los mismos que darían
un nuevo nombre a la arcana Cirenaica, la “Grennah”.
en un segundo episodio de muerte y desolación sin piedad
ahora le tocó el turno a Tripolitania, donde Sabrata, Oea y Leptis Magna
tuvieron entonces el epílogo sangriento de su milenaria historia como centros
de inquieta y próspera vida46. Así fueron posibles no solo la velocidad sino
también el ataque simultáneo en puntos por lo demás relativamente lejanos,
hechos que quedaron atestiguados en significativos detalles. Al-Hakan en su
conocido texto recogió una tradición anterior que recordaba aún el modo en que
se destruyó la ciudad de Sabrata, que no tuvo ninguna oportunidad de
defenderse. Aunque los datos que aporta el autor siempre deben tomarse con
mucha precaución dada su propensión a confundir nombres, pueblos y fechas
(escribía más de dos siglos y cuarto después, en un mundo radicalmente
distinto, en torno a los años 860-870) esta cita tiene rasgos muy definidos que
además encajan con lo obtenido por la arqueología: “Los habitantes de
Sabrata se habían fortificado. Al tener noticias de que Amru había sitiado
Trípoli sin haber logrado ni tener posibilidad se confiaron. Pero en cuanto
Amru consiguió Trípoli, envió la misma noche un fuerte destacamento de
caballería y le ordenó que acelerase la marcha. Los jinetes llegaron de mañana
a la ciudad de Sabrata y la sorprendieron; las puertas estaban abiertas para
que el ganado pudiese ir a pacer. Entraron en la población sin que pudiera
escapar de ella una sola persona. Las tropas de Amru se hicieron con cuanto en
ella había y salieron al encuentro de su jefe” (Ibn Abd AL-Hakam (803-870),
Conquista de Africa del Norte y de España, ed. Vidal Beltran, pág. 19).
Una información más precisa se aporta en el trabajo de Bonacasa Carra, R.M.,
Sabratha cristiana, en RAC, 72, 1996, págs: 383-391. En cuanto a Leptis
Magna, los estudios arqueológicos in situ han demostrado el pavoroso incendio
de toda la zona y aún los extra-radios así como la demolición a conciencia del
faro y las instalaciones portuarias. Un gran número de esqueletos se encuentran
sin haber recibido sepultura casi en cualquier rincón, prueba de la matanza.
Fue el fin de la que había sido patria chica de los emperadores Severos (Laronde,
A. Le port de Lepcis Magna, en CRAI, 1988, págs: 337-353). Todas las
áreas quedaron tan afectadas que ya no se recogió cosecha organizada ni tributo
alguno para Constantinopla en el tiempo que aún fue territorio oficialmente
imperial y aún después cuando era “tierra de nadie” o del califato; las urbes
derruidas y humeantes quedaron desiertas, hasta el día de hoy. Los guerreros
árabes volvieron a sus cuarteles de invierno y justo en la primavera del
siguiente año (644), le tocó el turno a la sufrida Armenia; que apenas ofreció
ya resistencia hasta el punto de que los jinetes llegaron a intentar un primer
golpe contra la ciudad-fortaleza de Amorium, puerta de la meseta hacia
Occidente. Una primera devastación del área se llevó a
46 No hay
duda de que para estas operaciones del 642 y 643, tan destructivas, se
utilizaron muchos efectivos, algo que obligó al mando árabe a otorgar un
respiro inaudito en Armenia.
efecto y le cupo el dudoso honor de ser la primera en una
inacabable serie, que duró algo más de un siglo, en Anatolia y particularmente
afectando a Capadocia47. Con todo, aún en el 645 y 646 se vino a rematar la
tarea en Cirenaica. La escasa población urbana de pequeñas villas que no
había huido a Byzacena lo hizo en esta última ocasión; la “humanidad” en
tal prefectura fue por entonces “anecdótica” y constituida por grupos aislados
que apenas vivían de ciertos huertos sostenidos con gran pena y siempre en
precario48. Así pues, en tres campañas y cinco años, el éxito de dosis de
terror hacia Occidente había sido pleno, el nuevo “desierto” previo se había
conseguido y la situación estaba madura para las “grandes operaciones”. Pero
¿dónde pensaba Utman plantar la enseña verde primero, en África o
Constantinopla?
3 La batalla de Sufetula.
Primer asalto a Byzacena. Año 647
La respuesta a la gran pregunta estratégica debería
obtenerse sondeando la capacidad bizantina de resistir en uno y otro polo. La
prueba (“toma de contacto y valoración” en el argot militar), no se hizo
esperar. Finalizando el invierno del 647, los árabes lanzaron una campaña de
cierta envergadura con alrededor de 12.000 jinetes al mando de Abd Allâh ibn
Saad contra el extremo de Tripolitania y los márgenes de Byzacena.
Superaron, sin necesidad de tomarlo, el fortín que los bizantinos tenían en la
misma sede del antaño prestigioso “altar de los filenos” y marcharon
imparables. De nuevo los campos de la dorsal fueron arrasados y el invasor no
tardó en llegar al umbral de la provincia de Byzacena, justo cuando
terminaba la primavera y de nuevo se avecinaba un periodo crítico del ciclo
agrario. El patricio Gregorio, exarca del África, decidió entonces enfrentarse
a los invasores, aunque contaba con apenas los batallones de fuerzas locales y
limitanei. ¿Cuales fueron sus razones? Tal vez el deseo de proteger a los suyos
en el momento más crítico que pondría al borde de la hambruna para el año
siguiente y, aún más importante, el deseo de ganar una gloria que le
catapultara a la púrpura. Su enemistad con el emperador Constante II se había
hecho ya oficial un año antes y contaba con el apoyo del influyente partido clerical-ortodoxo
del intrigante Máximo,
47 Las
ciudades “trogoloditas”, reclamo turístico hoy en Turquía, tienen en estas
barbaridades su origen y causa; las poblaciones no encontraron otro modo de
sobrevivir que “enterrarse” literalmente bajo la tierra, con almacenes, silos,
iglesias, foros y viviendas incluidas. Impresionante manifestación del apego a
una tierra y su voluntad de resistir a las peores calamidades que idea el ser
humano. 48 En los alrededores de Oea,
no obstante, quedaría una comunidad rumi durante algunos siglos más. Las
necrópolis de Aïn Zara y de N'gila poseen tumbas cristianas con epitafios
latinos que llegan hasta el siglo X (Aurigemma, Salvatore: L'Area
cemeteriale cristiana di Aïn Zara presso Trípoli di Barbería, Rome,
Istituto di Archeología cristiana, 1932).
llamado el Confesor49. Tal vez su único éxito fue el de
abortar, con su propio fracaso, una insurrección que amenazaba ser ruinosa si
conseguía reunir las fuerzas del África, incluidos los dromones de Septem para
acudir a la capital y reclamar su opción al trono. El choque tuvo lugar en las
proximidades de Sufetula (Sbeitla)50, y resultó en flagrante derrota bizantina.
Soldados que huían en desorden y la población rural en masa acudió a refugiarse
en Iustiniana Capsa (Gafsa),que poseía una amplia y bien cimentada
fortificación, y, sobre todo, en Tisdrus51 (El Djem), donde hasta el viejo y
enorme coliseo sirvió para acoger refugiados.
49 A comienzos del 646, los
obispos de Proconsular, Numidia, Byzacena y las Mauritanias
se habían reunido en sendos concilios provinciales. Su interés era
reafirmarse en el apoyo al prelado de Roma contra la voluntad del emperador;
uno de los pulsos entre autoridad civil y religiosa. Constante II, con apenas
17 años pero de una precocidad que prometía inteligencia y fuerte personalidad,
pretendía profundizar en la política de su abuelo Heraclio y del Patriarca
Sergio, en vías a aparcar las disputas para centrarse en una necesaria, íntima
unión entre todos los romanos, por encima de partidos y sectas. Máximo,
exiliado en África, había conseguido convencer a Gregorio de que “Dios mismo
aprobaría sus sublevación y le garantizaba el éxito”, había escuchado en sueños
a los ángeles gritar “¡Victoria a Gregorio Augusto!”, (DIEHL, Charles,
L'Afrique byzantine, t.2, pág. 556). 50 Sufetula era una ciudad que ya
pertenecía a la proconsular y estaba situada a unos 72 kilómetros al sur de
Ammaedara. En aquella fecha no debía contar con menos de 10.000 habitantes y se
extendía sobre unas 50 hectáreas. Las excavaciones iniciadas a principios del
siglo XX han puesto a la luz un número considerable de basílicas, ricamente
decoradas. Aún se están investigando los abundantes resultados en inscripciones
y cerámica (Nöel Duval y François Baratte, Les ruines de
Sufetula, Sbeïtle, STD, 1973 y Nöel Duval, "observations sur
l'urbanisme antique de Sufetula", Cahiers de Tunisie, 1964, págs:
87-103). 51 La ciudad de Tisdrus tuvo
su origen en una colonia de veteranos fundada por Julio César, en aquel corazón
del duro Sahel tunecino. Era una fundación inmersa en un programa inteligente y
muy ambicioso que buscaba poner en función tierras hasta entonces yermas. En un
entorno que sería eje de comunicaciones. Los habitantes, con ingenieros romanos
y técnicas de irrigación egipcias, alcanzaron el milagro (apenas en unas
décadas) de convertir aquello en un vergel. Hacia la segunda mitad del siglo I,
el municipio tenía agua corriente, baños públicos, alcantarillado, escuelas
superiores de artesanos, biblioteca, un enorme teatro amén de hipódromo de
carreras y estaba conectado por vías empedradas con las otras áreas al Norte,
Sur, Este y Oeste (impresionante teniendo en cuenta que las condiciones
naturales eran muy adversas: ninguna posibilidad de irrigación superficial
importante, canteras de piedra muy alejadas, ausencia de barro o yacimientos
minerales de ningún tipo). En época de los severos, principios del siglo III,
Tisdrus pasó a ser una de las diez urbes más señaladas del África. Cosmopolita,
mercaderes que venían desde Egipto, Siria, Hispania y del Norte se mezclaban
con agricultores, funcionarios y profesores (una importante escuela de retórica
se ubicaba en el foro). Se comerciaba y se cultivaba trigo. Al arreciar la
competencia de otras plazas cerealeras, los habitantes llevaron a cabo un
tremendo trabajo agrícola: sembraron cientos de miles de olivos. La producción
de aceite devendría en la más rentable y famosa, no sólo del África sino de
todo el Imperio. Tisdrus tuvo, entre muchos, un muy insigne ciudadano. Allí
nació el que luego sería el futuro emperador Gordiano I, a principios del siglo
III, previamente procónsul de su tierra antes de recoger la púrpura. Fue este
ilustre “hijo de la ciudad” el que mandaría a construir el anfiteatro, cuyas
ruinas aún hoy pueden admirarse. Esta joya es el mejor edificio de su tipo
conservado en el mundo y en tamaño sólo fue superado por los anfiteatros de
Capúa y Roma. Cabían en su recinto 45.000 espectadores; el circo (visible en
las fotos aéreas) servía para 30.000 personas, las Termas (felizmente
excavadas) cubrían una superficie de 2.400 metros cuadrados y allí se han
encontrado bellísimos mosaicos que pasan por ser obras cimeras de ese arte y
que ahora se muestran en el museo in situ de El Djem, en el de Soussa y en el
Museo del Bardo de Túnez (Por cierto, éste pasa por ser el museo romano más
importante del mundo). Hay constancias arqueológicas y epigráficas de la
conversión al cristianismo de la población. Cuando a finales del siglo III la
mayoría ya había ejercido tal opción, una enorme basílica cristiana vino a
sustituir el templo de Júpiter en el foro. El obispo de la ciudad participaría
de todos los concilios regionales y aún viajaría a Roma y Córdoba para asistir
a otras reuniones importantes. La ciudad continuó siendo tranquila y próspera hasta
el 429 cuando los vándalos la dañaron considerablemente. No obstante sobrevivió
a la prueba aunque sin duda disminuida y temerosa (no dejaron los nuevos amos
guarnición pero impidieron que se la dotara de murallas, al mismo tiempo que
vedaron a los hombres el empleo de armas). Lo peor de la ocupación vándala no
fue la destrucción del primer momento, la verdadera lacra resultó del abandono
subsiguiente de cultivos y, sobre todo, la rotura o desaparición del viejo
limes. Por ende, no es de extrañar que hacia el 450 aparecieran las primeras
tribus de “moros” que, en hordas, se dedicaron a saquear la región. La
poblaciónde Tisdrus, inerme, asistió a la muerte del ganado y a la destrucción
de los cultivos y, lo que fue peor, de los sistemas y artefactos de regadío.
Los acueductos se cortaron por entonces y la arena invadió de nuevo las tierras
que hasta hacía poco habían estado en plena función. Cuando los bizantinos
(romanos) reconquistaron la provincia del África con el general Belisario
(535), Tisdrus era apenas una sombra de la gran plaza que había sido antaño.
Para los bizantinos, la expulsión de los moros no fue tarea fácil, a diferencia
de lo que sucedió con los vándalos. La mayor parte del esfuerzo imperial se
dirigió a formar un nuevo "limes" más al norte del previo y a
“limpiar” el interior de “moros”. La temeridad de Gregorio costaría muy
cara. Los sarracenos que en principio no contaban con atacar tan al Occidente,
se entretuvieron algunos meses saqueando la comarca, mientras desde Cartago la
falta de dirección (y el miedo) hacía retrasar la reunión de las secciones de Numidia
y Proconsular para expulsar al invasor. Se llegó a un acuerdo y
mediado el pago de un fuerte rescate-tributo los árabes retornaron después de
soltar a los cautivos que habían hecho y, probablemente, encerrado en cisternas
durante ese tiempo52. Las consecuencias fueron importantes para los dos
contendientes. Los árabes habían tenido un inesperado éxito en sangre y oro (o
frutos mayores al esperado); hasta el punto de que, por vez primera, harían
sentir su presencia entre los occidentales (la noticia llegó a Hispania y
Galia, donde la recogieron Isidoro Pacensis y Fredegario). Pero los bizantinos
entendieron muy bien la inoportunidad de centrar sus esfuerzos sólo en
Anatolia. Constante II tomó medidas al respecto (que en algo contribuyeron para
que los árabes tardaran veinte años todavía en volver a atacar directamente el
África), que le llevarían tiempo y sudores.
4 África en rebeldía.
La conspiración de Máximo el Confesor (648-650)
Al día siguiente de la marcha del jeque Abd Allâh y su
ejército, la situación del África se presentó sumamente confusa. Parece que si
Gregorio cayó en el combate (lo cual es puesto en duda por algunos autores),
ello no afectó a sus partidarios, que continuaron detentando el poder en la
región. El abad Máximo, intrigante y fanático, prosiguió excitando la rebeldía
contra el augusto, al que tachaba de hereje por su real o
ciudad los bizantinos dejaron una guarnición e intentaron poner en marcha
la riqueza olivarera de sus campos. Pero las guerras que tan gráficamente nos
describe Coripo resultaron devastadoras en la región. Los moros de Antalas
tomaron Hadrumetum y Tidris, esclavizando a hombres y mujeres y prendiendo
fuego a todo lo que no pudieron transportar. Ninguna de las dos ciudades
levantaría ya cabeza. Con todo, cuando la tribu de los Banu Isi llegó al lugar
en el siglo IX, encontró una pequeña comunidad rumi cristiana que habitaba en
alguna parte de la vieja ciudad (mientras el resto se hundía irremediablemente
en la arena) y vivía de cabras, grano local y algún olivo de los antaño tan
mimados y renombrados. Después seguiría silencio y olvido. 52 En el lugar hoy conocido como
“Oruga” que corresponde a la ciudad romano-bizantina de Barasus, a unos 30 km de Tisdrus, se encontró
bajo una losa de lo que había sido un despacho mercantil en el foro, un
importante tesoro de monedas, sólidos bizantinos. Por los datos recogidos, se
trata de una ocultación característica datada con precisión en ese año 647-648.
Que su propietario no haya recuperado una suma tan notable (un montante de 268
monedas de oro) es prueba de que fue arrastrado en la matanza. Muchas otras
villas y ciudades pequeñas sufrieron el embate. En Tisdrus (El-Djem), mismo hay
constancia arqueológica del uso del famoso anfiteatro para acoger miles de
refugiados que debieron permanecer allí encerrados mucho tiempo, tanto como
para dejar abundantes restos y señales. No obstante, uno de los escenarios más
crueles radica también en aquella Barasus; los habitantes usaron el fortín
seguramente pero después debieron ser asesinados en masa. Se ha encontrado
muchos esqueletos en las capas bizantinas, de todas las edades con cráneos
machacados y fracturas en huesos. Parece haber sido un entorno estratégico no
elegido al azar. Allí radican unas enormes cisternas subterráneas (con un
volumen de 7.600 m3
sostenidas por un centenar de pilares macizos). Parece claro que amén de matar
se trataba de contaminar el agua, porque de tales depósitos se nutrían muchas localidades.
El lugar parece después haber sido tapado con tierra y dejado como gran fosa
común, el mejor modo que tuvieron los supervivientes, después de alejarse los
árabes, de enterrar a tantos muertos (Guery, Roger, Morrison, Cécile, Slim,
Hédi, Recherches archéologiques Franco-tunesiennes à Rougga. III. Le
Trésor de monnaies d'or byzantines, École Française de Rome, 1982).
imaginaria defensa de los valores monotelitas, aquella
teoría teológico-política que intentaba congraciar a mono y difisitas en la
estela del Patriarca Sergio. Les beneficiaba el cambio secular de rumbo de la
ofensiva árabe. Ese mismo año 647 o principios de 648, aparecieron diversos
grupos en Capadocia, asediando Cesarea y Amorium, que no cedieron pero
tampoco impidieron el saqueo del agro hasta llegar a Frigia. Al año
siguiente, sorprendiendo una vez más por su audacia sin complejos, lanzaron un
ataque puntual en Chipre, también en la “onda cruel”, a cargo del
general Muawiya, (familiar del nuevo califa Utman), para “foguear” un flamante
esbozo de marina. La acometida provocó la destrucción completa de la capital
Constanza, la muerte o esclavización de sus habitantes, la inutilización a
conciencia de las instalaciones portuarias y la consabida tabla rasa sobre las
tierras circundantes. Después, llegó una tregua de casi tres años, que no fue
baldía para los islámicos: aprovecharon ese tiempo para construir una flota de
guerra a la que pronto darían buen uso, contra objetivos más importantes. Fue
también un tiempo de regalo que quiso aprovechar Constante II para recuperar el
control y encarar las futuras agresiones. Sabemos que ese mismo año se fajó en
la cuestión que envenenaba las mentes y servía como semillero de localismos al
servicio de caciques regionales. Publicó un edicto de criterio intachable, el
llamado Typos53, que proclamaba la necesidad de olvidar toda la
cuestión religiosa y marcaba penas para aquél que persistiera en semejantes
debates: si era obispo sería depuesto, en el caso de legos sufriría azotes y
destierro. Se ponía énfasis en la gravedad de aquel tiempo de zozobra, la
necesidad imperiosa de paz interior, por el bien de la res pública, y la
urgente llamada a respetar la unidad nacional bajo la tutela del augusto sobre
cualquier otra consideración. No hay duda de que las llamadas al orden, por vía
del convencimiento, no tuvieron mucho éxito. Los poderes secesionistas,
clericales o civiles, no se avinieron en modo alguno. Persistió el interés
individual sobre la cordura y solidaridad; porque a esas alturas era bien notorio
que los intentos de “nadar sobre la cresta de la ola árabe” significaban un
suicidio a corto plazo para todos aquellos que, confundidos por promesas de
respeto a privilegios, se sumaban a la oferta. Entre tales se incluía el
papado. El sucesor amañado e ilegal de Teodoro, Martín I, convocó para octubre
una reunión de obispos en Roma. En el curso de aquel “sínodo luterano”, los
clérigos proclamaron “anatema” contra la Ektesis de Heraclio y el
Typos de Constante II. El abad Máximo (que había viajado desde
Cartago con otros monjes africanos de su cuerda, como Teodoro y Leoncio), fue
el verdadero “alma y rector” del acontecimiento; manejó las riendas para que
triunfara una enajenada defensa de la “pureza ortodoxa” (que nadie desde lo
civil había puesto en duda por entonces), excitando un verdadero odio
“teológico” contra el emperador. Las reprimendas y “condenas” más absurdas no
faltaron, desde el fallecido Patriarca Sergio hasta el contemporáneo Pablo, un
hombre que por lo demás había inspirado el susodicho Typos-Decreto sólo como
figura de tolerancia y en ningún caso como prueba de 53 "Decreto" de Septiembre
del 648.
renuncia al dogma difisita-ortodoxo. Dado “el crimen” del
soberano, sin nombrarla, pero se apoya la “insurrección del Occidente”, Italia
y África, contra semejante “monstruo”54. Constante II había recibido la mayor
afrenta posible y veía amenazada toda la labor de concentración ideológica
contra el invasor. El exarca Olimpio, radicado en Rávena, aunque se hallaba en
Sicilia, recibió la orden de dirigirse a Roma y detener a los sediciosos. Pero
no contaba con el poder del dinero y la capacidad de generar ambición que
parecían poseer el tandem Martín-Máximo. El gobernador se dejó convencer por el
canto de sirena de convertirse en emperador y se sublevó. Seguramente con el
apoyo del sucesor de Gregorio en África, tal vez un amigo de Máximo llamado
Gennadio. Graves inconvenientes que no tardaron en solucionarse, no obstante.
De momento se buscó una tregua en Armenia, cuyos valientes hombres estaban en
verdad parando por entonces todos los golpes árabes. La misma sería tratada por
un embajador llamado Procopio y el mismo Muawiya, todavía en la fase de
construcción de la ansiada y prometedora flota militar (lo que consumía dinero
a raudales).
5 Una década de densa calma: 651-661
En el curso del año 652, el general Teodoro Caliopias
arribó a Italia dispuesto a restablecer el orden. Allí derrotó fácilmente a
Olimpio y detuvo a Martín (tal vez ya era primavera del 653). Se nombró de
forma “canónica” un nuevo papa, Eugenio I, que resultó ser una persona mucho
más razonable (con él se reanudó la división de poderes y la sujeción política
del clero). Aunque faltan datos, todo apunta que poco después se envió también
algún destacamento que retornó el África a la obediencia de Constantinopla. Con
ello se terminó con la “insurrección” de Máximo y sus zelotas55. Desde entonces
y hasta el año 668 parece que los árabes se centraron casi con exclusividad en
sus deseos sobre Armenia y las islas de Levante. La primera, un reino muy
correoso y que no había sido posible ni dominar ni tampoco desertizar, dada la
bravura de sus hombres y, sobre todo, lo intrincado del terreno (montañoso y
con
54 Al
parecer el Papa Teodoro ya había enviado una primera carta al Patriarca Pablo
de Constantinopla, advirtiéndole de que no podría garantizar la lealtad de
Occidente si el monotelismo persistía. Martín había sido apocrisiario de Roma
en la capital y tendría ocasiones para ganarse la antipatía de casi todos allí.
Era un fanático que sólo creía en la superioridad del clero y se atrevió a
nombrarse sin la preceptiva aceptación por parte del emperador, después de
anular a todos los compromisarios que no le apoyaban. Aunque acabó fracasando,
creó un precedente que luego se haría elemento fijo: la independencia del Papa
con respecto al emperador y los demás patriarcas, primer escalón para una
supuesta “primacía”. En el juicio que después se seguiría contra él, en
Constantinopla, será acusado “en letra” de “haber subvertido el Occidente todo
entero”, (“Subvertit et perdidit universum occidentem”, P.L. LXXXVII, 112-113).
55 La causa abierta al Papa
Martín revestía la máxima gravedad; ante el Tribunal del Senado que lo debía
juzgar el doble cargo fue el de “nombramiento irregular” y “traición”.
Condenado a muerte, por intercesión del patriarca, será rebajada la pena a
cadena perpetua. El escurridizo Máximo logró escapar y aún se ocultó en algún
monasterio de Constantinopla; allí al fin fue detenido hacia el 655 y pagó el
precio de su sostenida felonía con cárcel, hasta su muerte en el 662. Los
hagiógrafos de siglos posteriores adornarán sus figuras con dulzona falsedad y
ocultarán con sutil arte la verdadera causa por la que fueron condenados. muchos
recursos hídricos y ganaderos imposibles de “agostar”), se convirtió en la gran
pugna. Las segundas sufrieron, una tras otra, voraces asaltos y
depredaciones56. En el 654 volvió a la carga sobre Armenia el general Habib ben
Malasma, (finales de año). Llevaba con él tropas sirias junto a unos 8000 soldados
Kufan y otros 6000 iraquíes al mando de Salman ben Rabi. Derrotaron,
probablemente cerca de Dvin, a unos 8000 soldados bizantinos al mando del
general Maurianos, que murió en el combate. Teodosiópolis fue tomada y Resthuni
sólo recibió como premio un exilio dorado en Siria. Ese mismo año, los árabes
pusieron en marcha su bien elaborada y poderosa flota; tomaron la isla de Rodas
(la devastación fue brutal, vendiéndose a saldo los restos del famoso Coloso
entre los mercaderes de Edesa57), y después pusieron proa rumbo a Cos, Creta y
aún Lemnos. No es de extrañar que en el 655, Constante II quisiera encarar ese
peligro. Se enfrentó con la armada árabe en Licia (encuentro de Fénix o de “los
mástiles”), frente a la moderna Finike. Fue la primera gran batalla naval entre
musulmanes y cristianos. Y parece que el emperador no estaba al corriente de la
verdadera envergadura y número de los navíos sarracenos, porque la sorpresa fue
mayúscula. Resultó una terrible jornada para los bizantinos, sus barcos fueron
aniquilados y el mismo emperador se libró sólo gracias a que cambió sus ropas
por las de un simple soldado. El 17 de junio del año 656 ocurrió un cambio
importante en la cima de la jerarquía musulmana pero que, virtud a la pléyade
de grandes hombres que allí proliferaban, no redundó en el empuje del naciente
imperio. Ese día, el califa Utman fue asesinado en su casa de Medina. Alí, el
yerno del profeta fue elegido sucesor en el acto; Muawiya por su parte, que
había sido proclamado también en Siria, acusó al rival de complicidad en el
asesinato y juró venganza. La guerra intestina que se desató en las filas
árabes duró hasta el 661, con el triunfo del segundo. Podría haber sido un
grave inconveniente para los árabes, más lo único que ganaron los bizantinos
fue apenas tres años de tregua que pagaron aquellos con alguna divisa y
devolución de señalados prisioneros. 56 El
devenir en Oriente reviste interés, en cuanto se refiere al África, porque son
evidentemente los dos polos de una misma guerra. A principios del 653, Teodoro
Resthuni se comprometió a convertir Armenia en un reino aliado del califa, a
cambio del cese de las razias. Los bizantinos no se resignaban a perder ese
territorio, llave de Anatolia, y el emperador Constante II se presentó en Dvin.
Pasó allí el invierno queriendo convencer a la población de que contaba con el
socorro de sus legiones. Abandonó la región a finales del año y dejó algunas
tropas. Que fueron alejadas por Resthuni. Éste firmó un pacto con los árabes
muy significativo: no habría bases en su tierra, extendiendo por su parte un
compromiso de ceder una tropa de 15.000 arqueros a caballo previo pago de una
soldada y, en contrapartida un compromiso de ayuda militar si Constantino IV
intentaba invadir Armenia (en teoría esto suponía una independencia real del
país, tanto de árabes como de bizantinos). El trato fue muy difícil de
cumplimentar y pronto quedó en papel mojado. 57 No es ningún exceso afirmar que el
coloso “fue derribado”. Aunque tampoco se puede estar 100% seguro de que así
fuera. De lo que no cabe margen alguno de duda es de que, independientemente de
si estaba o no “erguido”, los rodios de época romano-bizantina seguían
considerando su coloso con orgullo, muestra de su pasado glorioso, manteniendo
y enseñando a los visitantes sus vestigios. La disección en trozos y el
transporte y venta forma parte de la humillación tras la victoria. Y los
historiadores se preocupan de señalar ese hecho, aunque sea “anecdótico”...
Cuando en el 661 el califa se sintió nuevamente seguro a
la cabeza de los suyos, se rompieron de nuevo todos los pactos y cesiones.
Incursiones leves empezaron a tantear Tripolitania y Armenia.
Nubes de gruesa guerra, apareciendo sobre el horizonte, pusieron a flor de
labios la tan consabida e indeseable pregunta: ¿dónde ahora?
6 El fracaso de una “gran idea”: años 662-668
El año 662 marcó un hito en la historia de Bizancio. En
esa fecha, Constante II tomó una decisión trascendental: desplazarse
personalmente con el ejército praesentalis hasta Sicilia. Su decisión de
fijar la capital en Siracusa era firme; había mandado llamar a su mujer e
hijos. Desde allí pensaba controlar mucho mejor la ofensiva árabe en ciernes,
sumando un nuevo ejército por leva local en provincias que habían sufrido menos
y teniendo la oportunidad de desplazar esa masa de maniobra hacia el lugar que
realmente lo necesitara más, virtud a la flota que se guarnicionaría en la
próspera isla. Incluso (reforma que de llevarse a efecto hubiera cambiado el
curso de la historia en Occidente), se propuso planificar y ejecutar la
distribución de tierras “militares”; lotes que se entregarían a familias de
campesinos libres a cambio de que éstos se preocuparan por aportar un soldado-ciudadano
pertrechado y dispuesto a desplazarse: nada más y nada menos que el sistema
“estratiótico” que tan buen resultado daría apenas un siglo después con los
llamados iconoclastas en Bizancio58. La original maniobra, sin embargo, no
salió bien. Faltó tiempo y el emperador, además, no contó con los possessores
ni con el clero occidentales. Los soldados profesionales entonces al uso
generaron gastos voraces, que pronto repercutieron en la economía de ricos y
pobres en Italia y África59. En la primera la presencia directa del augusto
servía de sordina y contención, pero en la segunda la situación era más laxa.
Los monjes seguidores de Máximo parecieron haber tenido su nueva “buena racha”
y consiguieron hacer cristalizar una insurrección. El exarca fue asesinado y se
proclamó nuevo gobernador a un tal Eleuterio. Justo cuando secciones árabes
volvían a aparecer en Tripolitania, sin ser avistadas a tiempo porque la
marchita Cirenaica estaba deservida de hombres y actividad alguna. Y no sería
la única desgracia. En la frontera de Anatolia, el estratega de los armeniacos,
el general Saborius, entró en rebeldía. Entabló negociaciones con el califa
Muawiya en Damasco, al que ofreció pagar un fuerte tributo si le garantizaba
tranquilidad para sus campos y una semi-independencia fáctica. Sólo la muerte
por accidente del rebelde no hizo llegar la cuestión más lejos. No obstante,
este corto
58 La
cuestión es debatida y razonada por el especialista Treadgold en uno de sus
textos más reconocidos: Treadgold, Warren; Byzantium and its Army,
284-1081, pág. 24. 59 Se
rehizo el catastro para un control más riguroso, aumentaron las tasas sobre el
comercio marítimo y los fundiarios; incluso se aplicarían a las iglesias y sus
propiedades, algo que sin duda tuvo mucho que ver también con la reverdecida
inquina de monjes y obispos en todo el Occidente.
periodo de secesión habría de permitir a los árabes
hacerse con la neurálgica Amorium y llegar en correría hasta el Bósforo. Faltó
poco, pues, para que la “Gran Idea del siglo VII” muriera casi antes de
nacer. La intriga triunfó incluso entre los suyos. Constante II, el último
emperador romano que visitó Roma formando parte de su Imperio, fue asesinado el
15 de julio del 668 en Siracusa, tal vez cuando pensaba pasar a África para castigar
al intruso y enfrentar a los árabes desde Tripolitania.
7 Las grandes líneas de la geoestrategia del primer imperialismo árabe:
terror versus tolerancia
La estrategia islámica entre los años que siguieron a Yarmuk
y el primer gran asedio a la ciudad de Constantinopla representó la
cumplimentación de una doctrina militar tan ambiciosa como revolucionaria. Los
califas guerreros se dieron por empresa el salto hacia Europa, arrollando el
único obstáculo serio que se oponía: Bizancio. Un Imperio exhausto, en crisis
de sucesión y que sólo era capaz de ofrecer una respuesta en tanto supiera
aquilatar sus menguados recursos. La movilidad árabe (caballería ligera) era el
elemento táctico fundamental que, llevando al límite su capacidad de rápida e
inesperada destrucción entre la población civil, se convertirá en un arma de
terror extremadamente eficiente (sobre todo gracias a la plena “libertad de
acción” que gozarán los diversos jefes tribales según las circunstancias). La
creación de “desiertos humanos” en las áreas fronterizas fue el argumento
fáctico que empujó a los habitantes y líderes locales a buscar el compromiso
que se ofrecía en inmejorables condiciones, con una diplomacia (o doblez) que
se haría proverbial. La creación de genuinas “bases militares”, totalmente
autónomas en gestión logística, construidas sobre los entornos “neutralizados”
más idóneos para el control y la expedición de nuevos raids, todo, fue una
utilísima novedad del momento, tanto que aún hoy las modernas superpotencias
las han copiado en sus principales características de misión y funcionamiento.
Frente a ello Bizancio, un “Imperio burocrático”, se mostró demasiado lento.
Heraclio asumió el inicio de la porfía ya viejo, encontrándose para ese momento
más que agotado. La crisis familiar que siguió a su muerte fue un terrible
“tiempo perdido” que los musulmanes supieron aprovechar magníficamente. Una vez
sometidas con poco desgaste las regiones de Mesopotamia, Siria-Palestina
y Egipto (que estaban en plena convalecencia de la guerra persa), el
jovencísimo emperador de los romanos pretendió fijar fronteras vivas en
Anatolia, sin olvidar que Occidente era tanto o más importante. Esa fue, en
esencia, la compleja política-estrategia que siguió el segundo heráclida,
Constante II (641-668), con relativo éxito como veremos; aunque eso hiciera
elevar la intensidad de una confrontación en los nuevos frentes, hasta superar
la de cualquier “guerra total” de los tiempos precedentes, a la que los árabes
responderían insistiendo en un salvajismo que se llevaría por delante varias
“romanías”, la africana entre ellas.
Durante mucho tiempo se ha tenido por sorprendente y
extraña la decisión de este emperador de trasladar la corte y, por ende, su
estado mayor a Sicilia en aquel crítico periodo a mediados del siglo VII. Tanto
como el intento de crear allí un ejército y marina de nueva composición, sobre
la base de recursos humanos y económicos locales, originarios de Italia y las
islas occidentales, sin perder de vista la reserva del África romana. En cambio,
al sentir más actual (ya develado por un clásico como Louis Brehier), nada
resulta más lógico y apropiado si se viene a observar con atención y criterio
temporo-espacial aquel “Teatro de Operaciones” que entonces se dibujaba
en el Mediterráneo. Y es que, desde las trascendentales victorias en Siria,
Palestina y Egipto, el vigoroso imperialismo árabe apuntaba casi
simultáneamente en dos direcciones. Por un lado hacia Constantinopla, vía
Anatolia por tierra y a través del eje Chipre, Rodas, Cos y Cízico en cuanto a
la flota. Por otro lado se vuelca al Oeste, sobre el camino que lleva a la
provincia de África desde las bases al sur de Alejandría. Seguramente, a simple
vista era muy difícil determinar cual sería la prioritaria: ¿golpe directo al
corazón, la capital, o fase previa con ocupación del sur mediterráneo y después
salto a Europa, que amén de nuevos dominios implicaba envolver el Imperio
bizantino desde dos frentes? Hispania y Galia, bajo la férula “barbari”,
podrían ser presa fácil de una máquina militar, la sarracena, incomparable en
medios humanos, moral, estrategia y táctica; los dominios de Italia estarían
amenazados y, a la postre, Bizancio quebraría en un cascanueces que los omeyas
habrían construido desde Oriente y Occidente en relativamente pocos años. El
fulcro de tales operaciones sería precisamente aquel conjunto del sur italiano
en el que las grandes islas eran el primer escalón Los líderes musulmanes, de
hecho, parecen haber alternado ambas opciones; según la resistencia y
dificultades que encontraban en cada momento, con una flexibilidad que
demuestra una excelente información, un cuidadoso proyecto para el que no se
escatimaron imaginación ni recursos y una doctrina de guerra genial. Es en este
aspecto la mayor y más decisiva novedad. La amplitud del terror y la
destrucción sería muy medida y proporcional a la resistencia encontrada; la
conquista siempre iba precedida de una “preparación” larga y dura (el goteo
incesante del saqueo mediante unidades ligeras que entraban y salían como el rayo)
con el propósito confesado de llevar a las poblaciones hasta el límite. Sólo la
sumisión daría paso a la más dulce de las tolerancias, que incluía (otra
novedad) a las élites comarcales: el localismo o “caciquismo” sería el mejor
aliado, un “quintacolumnismo” que disfrutaría, a cambio, liberarse de las
obligaciones frente al gobierno central. Casi todos los vencidos ganaban; los
poderosos en descentralización y los comunes eludiendo los raids dolorosos de
aquellos jinetes. Una inteligente y eficiente forma de conquista que descartaba
estar, como equivocadamente pensaron los primeros generales de Bizancio, ante
“una nueva oleada de bárbaros” que también terminaría por conformarse con
alguna tierra que ocupar antes de perder fuelle. Muy al contrario se estaba
ante un desafío total, dónde sólo habría un final posible: el triunfo del Islam
absorbiendo la romanía.
El año 639 representó un hito en la expansión árabe. Se
desató una feroz campaña “de tierra quemada” que presionó con brío y
simultáneamente hacia Armenia y Egipto, intentando así alcanzar
la estabilidad definitiva de las conquistas en Mesopotamia, Siria y
Palestina en las décadas anteriores y crear un área “sin habitantes” que
pudiera ser utilizada como corredor para “razias” fulminantes sobre los
adyacentes y codiciados territorios de Bizancio. Este esquema de “desiertos”
sería una constante en el avance islámico del segundo periodo, que dañará, con
crudeza que a veces se percibe hasta el día de hoy, la anterior riqueza de regiones
enteras, muchas de las cuales nunca retornarían a los cánones romanos de
cultivo y demografía60. La destrucción “apocalíptica” es aún detectable por el
análisis de los lugares antaño habitados y dotados de riego que por contra hoy
son yermos. El corte, según la literatura y la evidencia arqueológica se
produce justo en ese inicio/mitad del siglo VII (la cerámica de uso se detiene
en tal tiempo). La destrucción de elementos de producción imprescindibles para
la supervivencia es algo que las tribus iraquíes habían contemplado en las
campañas de Heraclio en Mesopotamia, pero la intensidad sería elevada en muchos
enteros y en áreas más sensibles aún a tales prácticas como Siria, este
de Anatolia, Cirenaica, Tripolitania, incluso el África
mucho más tarde. Un resumen de los efectos de esa “guerra total” se encuentra
en el trabajo pormenorizado y con la tecnología más moderna de Benjamin Z.
Kedar, “The Arab Conquests and Agriculture: A seventh-CEntury
Apocalypse, Satellite Imagery and Palynology”, Asian and African Studies,
19 (1985) Págs.: 1-15. En puridad, lo que se pretendía era, merced a la
ausencia de fortalezas o poblaciones, hacer muy difícil o imposible prever o
advertir por donde se aproximaba el siguiente golpe y convertir la vida
ordinaria en un infierno del que sólo se podía salir con la sumisión nominal a
los califas, cesión o cambio de soberanía que nunca aparentaba ser algo plomizo
porque se aseguraban vidas y propiedades amén de libertad religiosa salvo el
pago de ciertos tributos. En verdad, permanecer a la sombra del Imperio romano
habría de significar un suicidio para ciudades y campesinos de regiones
limítrofes; la salida más rentable era llegar al acuerdo con los deudos del
nuevo profeta surgido de la Meca. Tal vez, prescindiendo de tópicos religiosos
y ahondando en las cuestiones económico-estructurales, seguramente más
valiosas, no fue tanto una cuestión de diferencia de dogma como una de
supervivencia física y económica, la que hizo que los monofisitas en Oriente
Medio aceptaran, a regañadientes, el dominio árabe, renunciando a la anterior
comunión con el Imperio61.
60 Uno de
los trabajos más técnicos sobre ciencia militar árabe, ya en sus orígenes, y
que explica los principios que relatamos es aquel de John W. Jandora, “Developments
in Islamic Warfare: The Early Conquest”, Studia Islámica, 64 (1986), Págs.:
101-113. 61 El profesor Roger Collins
lo ha expresado en términos inequívocos; en esa “quinta columna” se ha
destacado, en muchos casos de manera muy ligera, “a los judíos y hay quien ha
visto a los coptos y a los monofisitas jacobitas de Siria no sólo alejados de
Bizancio, sino incluso como colaboradores activos de los invasores. En realidad
los datos sobre tal participación son muy escasos. No existe prueba alguna de
que los cristianos, de cualquier tipo, se hayan alineado abiertamente con los
árabes y en lo relativo a la participación judía las pruebas son también
escasas y restringidas geográficamente. [...]. Más significativa era la
magnitud de los acontecimientos que estaban teniendo lugar y la escala de la
violencia y el desorden que los acompañaba, [...]. Los factores más específicos
podrían incluir la naturaleza de la guerra y la geografía de los territorios
afectados. [...]. Los términos y condiciones que los árabes ofrecían a los
habitantes de las ciudades de Siria, Palestina, Egipto y Mesopotamia estaban
calculados para eliminar cualquier amenaza que éstos pudieran presentar y para
maximizar el esfuerzo militar árabe al evitar la necesidad de emplear hombres
para dejar guarniciones en
Mucho énfasis se ha puesto sobre los desencuentros entre
alejandrinos o sirios y ortodoxos, supuestos “localistas” y “centralistas”. En
cambio no tanto se remarca que, tanto mono como difisitas pretendían imponer
sus criterios al conjunto, que ambas eran opciones con pretensiones de
“universalidad” y que no faltarían monjes y creyentes de uno u otro signo en
mezcla íntima sobre el cabo de todas las áreas de Bizancio. Monofisitas
declaradas serían emperatrices tan señeras como Atenais-Eudocia o Teodora. Y
emperadores tales que Zenón o Anastasio. Tiberio-Constantino y Mauricio fueron
tolerantes y sortearon sin demasiadas complicaciones la cuestión. La
“nacionalidad” romana de unos y otros nunca se ponía en duda. No sólo lo
atestiguan los propios escritos, bien sean sirios, griegos o latinos, también
los hechos. Lo único cierto es que cuando tuvieron ocasión de prosperar en
seguridad, los “herejes” siempre prefirieron pertenecer a Roma-Bizancio que
abandonarla, y en los días decisivos tuvieron el coraje de pasarse, con más
corazón que medios, al lado bizantino62. La gran cuestión se planteó cuando la
alternativa era entre la supervivencia y la sumisión, entonces el monofisismo
sirvió más como una superestructura ideológica no globalizante, como había sido
al principio, sino capaz de justificar una secesión. Dar demasiada importancia
a los clérigos que nos han dejado insistente recuerdo de sus disputas conduce,
seguro, a una interpretación demasiado sesgada de un proceso que, como siempre
en la historia, tiene bases más emocionales y económicas a la vez.
El periodo de Constantino IV (668-685)
8 La rotura del limes en Byzacena, toma sangrienta de Cululis y fundación
de Kairouan
las ciudades. La elección que se ofrecía era que si una ciudad se rendía
sin resistencia los habitantes conservaban sus vidas, libertades, autogobierno
local y libertad religiosa a cambio del pago de impuestos sobre la tierra y
personales. Por otra parte, si luchaban y la ciudad era capturada perdían sus
propiedades y se convertían en esclavos. Ante la falta de perspectiva de
socorro por los ejércitos imperiales, pocas ciudades eligieron la segunda
opción. Si el emperador triunfaba finalmente, como lo había hecho sobre los
persas hacía poco, no se habría perdido nada y mientras tanto los impuestos
pagados a los árabes no eran mayores (y puede que hayan sido menores) que los
debidos al gobierno bizantino. Dado que las murallas de aquellas ciudades que
no habían sido restauradas, estaban sin duda en malas condiciones, la decisión
no parece haber sido difícil de tomar” (Collins, Robert; “La
Europa de la Alta Edad Media”, 300-1000, 1991. Págs.: 202-203). 62 Un ejemplo muy significativo es el
abandono masivo que los marineros egipcios y sirios hicieron a mediados del
segundo asedio de Constantinopla (hablamos tan lejos como el 717) quienes, a
millares, abandonaron las naves sarracenas donde eran obligados a servir (o las
hundieron con guerreros árabes en su interior), y en pequeñas embarcaciones
corrieron a proclamar su fidelidad al que creían por siempre su emperador;
aquel araboctótonos que se llamaba León III. El cronista Teófanes habla de que
el mar de Mármara era un bosque de pequeñas velas.
cui paruit
Nonnus, qui condidit ista, tribunus/ Urbs, domino laetare pio iamque aspice
quantis/ Es subducta malis quantoque ornata decore!/ Censuram, statum, cives, ius,
moenia, fastus Atque suum nomen posuit tibi regia coniunx/ ... (Inscripción de Cululis
Teodoriana) Cuando Constantino IV asumió la corona, tuvo primero que
hacer frente a un aluvión de pequeñas rebeliones militares. Por fortuna, el
ejército praesental en Sicilia retornó a Oriente ya sin candidato pero
encontrando trabajo en la eliminación de otros pretendientes. Occidente, en
particular África, se quedó un poco más solo. Los árabes captaron la ocasión y
apretaron allí el dogal. La columna que coincide en su momento con la rebeldía
de Eleuterio pareció haber sido una simple “descubierta” del estado mayor
musulmán en Egipto. Porque el verdadero ataque se dio al año siguiente (casi a
la vez que la consolidación en el trono de Constantino IV). El genio de Muawiya
ibn Hudaydi quedó reflejado en toda la campaña que siguió. Destinó no menos de
50.000 hombres, de acuerdo a objetivos limitados pero densos. El califa comenzó
con un desaforado castigo a una de las comarcas más ricas en la Byzacena.
Se vieron afectados sobre todo los ricos campos de Hadrumetun Iustiniana
(Soussa) y toda la llanura interior hasta Couloulis (Djelloula) y Mamma
(Kouki), donde verdecían los olivares. Los mismos que se talaron por centenares
y sirvieron para enormes piras cuyo humo podía ser visto bien lejos; actividad
ya ensayada en otros lares antes, (v. gr. Armenia y Cilicia), y
de la que hay constancia según los estudios de palinología en diversos lugares
arqueológicos abiertos. Una tarea que hicieron a conciencia y sin prisa,
sistemáticamente hasta los pies de los muros donde se guarecían los habitantes.
Las guarniciones de Hadrumetum y Cululis fueron incapaces de mantenerse
inconmovibles y firmes tras las defensas de piedra (como era preceptivo) y
empujados por los civiles que veían arder su propio futuro, intentaron hacer
frente de manera conjunta a los guerreros árabes. El resultado fue la enésima
dolorosa derrota que se saldó con pérdida de valiosos soldados y lo que era aún
peor, por vez primera se tomó una ciudad africana, la misma Cululis63 que se
63 Cululis
Teodoriana, (Aïn Djelloula), fue una de las ciudades que con mayor esmero hizo
adornar el emperador Justiniano. En 1975 se encontró la inscripción
conmemorativa de las obras del pretorio bajo las órdenes del tribuno Nonno.
Datada en 540, en ella se afirma (son sólo unas escogidas frases de un largo
párrafo): “Ciudad alégrate de tener este gobernante piadoso y mira al
presente de cuantos males te ha librado y de que ornamentos te ha llenado. En
fin, has recibido la autoridad de la administración, la estabilidad política,
la ciudadanía, el derecho, murallas, el lujo. Y la esposa imperial te ha dado
su nombre...” (Beschaouch, A.: “Un essai de restauration
minicipale en Afrique sous Justicien”, Africa, 7-8).
había quedado casi sin hombres armados. Sumando los de
otras villas menores, hasta 80.000 varones y mujeres fueron esclavizados y en
horrible traslado llevados a la venta a Fez y Damasco64. Pocos meses después,
hacia el 670, tropas al mando de Ukba Ibn Nâfi pudieron retornar allí, justo en
un lugar previamente arrasado y equidistante de las ciudades citadas; y esta
vez la voluntad fue quedarse: pasaban a la siguiente etapa construyendo la
característica base militar o centro táctico de apoyo y concentración de
efectivos, siempre prestos a la movilidad bélica. Se levantó la ciudadela de
Kairouan en un tiempo récord, sitio donde quedó acantonada, casi una división
entera de caballería (30.000 hombres aprox.) a la espera de órdenes y ocasión.
9 África contemporánea al gran asedio y la batalla de Constantinopla: el
“Stalingrado del siglo VII”
Podría decirse que los bizantinos, a los que cada vez la
experiencia les servía más en el manejo de la estrategia árabe en todos los
frentes, afrontaron el desastre de Cululis con cierta habilidad y que incluso
fueron capaces de obtener notables éxitos a corto plazo. De hecho, la guerra
cobró por entonces en África un carácter “posicional”. Se reforzaron los
fortines en las villas que formaban nudos sobre vías empedradas, hubo un
repliegue táctico hacia el noroeste pero los baluartes más próximos a Kairouam
se mantuvieron, para vigilar y dar aviso de cualquier movimiento. No hay duda
de que, pese a la energía desesperada de los mandos militares, muchos
ciudadanos de la élite debieron emprender entonces la huida. A Baleares,
Sicilia e Italia sobre todo, aunque también lo harían a la Hispania visigoda y
Constantinopla. Los ciudadanos pobres simplemente debieron aguardar los
acontecimientos o emigrar a pie hacia Numidia primero y la Tingitana después.
La fase de la guerra que comenzaba ahora prometía ser la más dura. De una
incertidumbre suprema, ¿qué esperanza cabía cuando se llevaban más de 30 años
de conflicto y el antecedente era la desaparición de las provincias que
precedían en la ruta desde Egipto, las desgraciadas Cirenaica y Tripolitania?
Los árabes, de momento, perdieron su capacidad de sorprender y tras varios
descalabros menores comprendieron que, tal vez, había sido una decisión
precipitada fijar un núcleo tan al Occidente. Hubo un verdadero estancamiento.
El territorio bizantino no pudo ser alterado en mayor medida porque la rápida
información de las salidas árabes pronto permitía una respuesta coordinada que
ponía en serios apuros a los yemeníes y sirios. En pocos meses estuvo claro que
sólo con un cuerpo más
64 “En
este año, Constantino deviene emperador junto a sus hermanos. Los sarracenos
invadieron el África y tomaron, como es sabido, 80.000 cautivos” (Teófanes, Cron.
ed. Mango, pág. 491). La cruel hazaña también es señalada por Miguel el
Sirio (ed. Chabot, t. 2. pág. 454) y por Agapios (ed. Firs, pág.
231) que amplía la cifra a 100.000.
abultado de combatientes cabía lograr avances; si se
limitaba al contingente “fijo” en Kairouan no sumarían nada de valor a la
gloria de Alá. Pero tales refuerzos no eran procedentes. Muawiya había decidido
desencadenar la “gran batalla” y ya no le importaba nada más: el objetivo lo
creía maduro para arrebatárselo a los infieles; ella, Constantinopla,
significaría el fin de Bizancio y la puerta abierta para dominar el mundo del
Norte, “Europa”, y otorgarle el honor de ser el primero en repartir allí la
última verdad revelada, y recoger de allí riquezas sin medida. Áreas costeras muy
específicas de Chipre, Cos, Mileto y Cízico fueron tomadas, aseguradas por
“limpieza en círculo”, iniciándose la construcción de sendas bases. La tarea,
planificada geo-tácticamente al detalle, llevaría cuatro años; entre el 670 y
674. En la primavera del último ya llegaba el turno de Esmirna, atravesar los
Dardanelos y sellar el Bósforo. Se iniciaba el tremendo y épico primer asedio a
Constantinopla. La batalla por hacerse con la Nueva Roma duró cinco largos
años, y en ella los árabes pusieron todos sus mejores hombres y recursos. Hubo
momentos de verdadera angustia en la que el resultado a punto estuvo de
rematar. Pero finalmente no lo consiguieron, virtud al valor del pueblo romano,
la inteligencia de Constantino IV y la habilidad de los ingenieros militares
que pusieron a punto un arma de guerra sin parangón hasta entonces: el fuego
griego que, poco a poco, terminaría con el dominio naval musulmán, poniendo
fuera de servicio sus arsenales de aprovisionamiento y quebrantando su inmensa
fe en la pronta victoria que parecía haber predicho el Profeta en su libro
inspirado. Murieron frente a los muros de Teodosio algunos de los grandes
jefes, como Abu Eyub, y la retirada a través de las costas de Cilicia estuvo
cuajada de desastres y nuevas pérdidas. El balance para los califales fue
calamitoso; tal vez perdieron unos 80.000 hombres, la mitad de la flota y
toneladas de moral. Moawiya quedó impactado, sumido en el estupor y la
depresión. Nunca pudo prever tal adversidad; ellos, victoriosos desde hacía
décadas, habían fracasado en el momento decisivo. Tal vez, como dejó dicho el
cronista “entendieron que el Imperio Romano estaba guardado por Dios” (Teófanes,
Cron. ed Mango, pág. 496). En Cartago, la mermada moral de los africanos
tuvo que ganar enteros. Que vendría muy bien, porque a renglón seguido, y con
el brío de una revancha y segunda oportunidad para los árabes en su empeño de
alcanzar a dominar el orbe, les iba a corresponder entregar a ellos su generosa
dosis de sangre.
10 Periodo 675-683.
Victorias bizantinas en África. Batalla de Tabudeus
En el año 675, el califa Moawiya había perdido una gran
cita con la historia pero sabía que tenía otras pendientes. Inmerso en el
nerviosismo y la duda sobre la idoneidad de sus propias decisiones (algo
característico de todo comandante que sufre un duro revés) decidió cambiar el
mando en Kairouam. Ukba fue sustituído por Abû-l-Muhâdjir, otro jeque de
notable y dúctil inteligencia, que se propuso flanquear los territorios
bizantinos por el sur y establecer relaciones directas con los beréberes del
pre-desierto, anclados a oasis y en un estado muy primitivo de sociedad; a los
que, pensaba, no sería difícil trasladar su fe en Alá y Mahoma65. El propósito
de tal alianza quizá fuese poder atravesar zonas áridas y también hostiles en
un relativo confort y seguridad; volviendo a gozar una libertad de movimiento y
capacidad de hacer daño, porque era posible efectuar giros hacia el Norte donde
fuera apropiado, con el factor sorpresa de nuevo en su haber. Derrochando
diplomacia el jeque consiguió, de hecho, hacer entrar en su órbita algunas
tribus en la frontera meridional de Byzacena. Y sin duda el camino podía
abrirse aún más sin demasiado esfuerzo; los nuevos “hombres fuertes” se
atraerían a la mayor parte de los nómadas si se dejaba transcurrir el tiempo
necesario y obtenían alguna victoria clara en el interior del territorio rumi,
lo que marcaría un efecto “llamada”. Ahora se necesitaba paciencia. Comenzaba a
notarse el tremendo desgaste que había ocasionado la matanza ante los muros y
la retirada en Constantinopla66; era un punto de inflexión, aunque costaba aún
darse cuenta. Pero un nuevo califa, Yacid I, que había sucedido en el 680 al
descorazonado Muawiya, no tenía tanta paciencia. Tal vez menospreció a su
predecesor, al precavido Muhâdjir y también a los bizantino-africanos. Devolvió
el mando a Ukba, un hombre de enorme valor, ágil y certero en la razia que le
habían planificado desde el mando en retaguardia, pero poco apropiado para
llevar a cabo una verdadera guerra con condiciones de información y movilidad
similares del oponente. No tenía sentido medio-estratégico ninguno. Y encima,
no se le dotó de una tropa suficiente para entrar “en fuerza” sobre Byzacena,
algo que seguro hubiera hecho bien. 65 Es importante recalcar que por entonces los “beréberes”
estaban perfectamente diferenciados en dos grupos. Por un lado se encontraban
aquellos llamados “del interior”; descendientes de las tribus que pelearon con
Troglita y se habían fijado en “reservas”, hombres ya sedentarios y
cristianizados en gran medida. Por otro, los “del exterior”; nuevas remesas
humanas que seguían haciendo una vida nómada en torno al amplio pre-desierto,
gentes que conocían la Romanía pero sin ligazón alguna con tal civilización
salvo el comercio a baja escala y a través de ese fuerte limes que llevaba
ahora un siglo sin problemas. Es a éste segundo gran grupo al que se dirigirá
la atención de Muhâdjir (En torno a este tema, muy confuso hasta hace poco,
trata la “enciclopédica” obra de Moderan, Yves: “Les Maures et
l'Africa romaine (IV-VII siècle)”. École Française de Rome, 2003. 66 Los árabes tuvieron problemas de
relativa importancia en el territorio que creían más controlado, inmediatamente
después y a resultas del fracaso en Constantinopla. Una gran rebelión contra
ellos protagonizaron los palestinos rumi, algo que alcanzó a poner en serios
apuros a las guarniciones árabes en Tierra Santa y las montañas del Líbano. Un
dato más que explica porqué los árabes no tenían disponibilidad de tropas en
África. “En este año 676/7, los mardaítas se levantaron en el Líbano, se
adueñaron de la tierra y de las Montañas Negras llegando hasta la Ciudad Santa
y capturando las cumbres del Líbano. Muchos esclavos, cautivos y nativos
tomaron refugio junto a ellos, así que en poco tiempo sumaron muchos miles de
rebeldes. Cuando Moawiya y sus consejeros escucharon todo esto tomaron mucho
temor..." (Teófanes, Chronogr. ed Mango, pág. 496).
El árabe se lanzó contra los primeros beréberes que no le
quisieron reconocer a la primera como dueño y maestro. Animado por la aparente
falta de resistencia (las tribus continuaban con su costumbre de no afrontar
directamente al adversario y, siempre nómadas, simplemente cambiaban de lugar
donde fijar sus tiendas), se arriesgó en una alocada carrera hacia la nada en
el punto más al poniente que pudo alcanzar. Era una locura sin sentido, ningún
provecho ni conquista recogería, salvo la mitificación posterior como “mártir”
del Islam. De retorno los expedicionarios que, tal vez, giraron en torno a la
linde del actual territorio del Sahara Occidental (RAS), marchaban cansados y
con pocos víveres, vigilados por exploradores y cavilas en contacto con los
bizantinos. Cayeron así en una emboscada sin salida posible, al sur de la
ciudad fronteriza de Tabudeus. El general Cecilianus67, con cohortes romanas y
el concurso entusiasta de beréberes ávidos de botín se precipitó en el momento
justo a la espalda de los exhaustos. Ukba y todos sus hombres fueron
masacrados. Mientras los nómadas se apropiaban de los despojos, los bizantinos
aprovecharon para cercar y destruir lo más importante en términos tácticos: la
poderosa y siempre amenazante base Kairouan. Corría el año 683. La victoria bizantina
de Tabudeus68, por fortuna para los historiadores modernos, llegaría a ser
celebrada muy lejos; hasta en la corte del Papa se consignaría69. Los 67 Por desgracia, muchos textos
“ligeros” siguen confundiendo el personaje de manera lamentable. La mayor parte
de las llamadas “fuentes” árabes (ya hemos señalado reiteradamente que todas
son muy tardías, a siglos vista de los acontecimientos) de costumbre confunden
el mito y la leyenda con la realidad última de los hechos que se refieren. La
imaginación no encuentra coto para, sucesivamente, elaborar desde las iniciales
otras tramas más y más hermosas literariamente, fantásticas como cuento, pero
inservibles en cuanto información, salvo desglose muy fino. Ibn Khaldûn aduce
datos tan confusos como contradictorios entre sí. De aquellos citados por
segunda referencia sólo el más antiguo, el Kitàb al-Istibsar, que parece
recoger noticias de un relato aún más anterior, distingue a "Kusayla"
como el rumi comandante de la plaza de Tahûda (Tabudeus, evidentemente); y
AL-Bakri, el más serio de los árabes, nacido o criado en Ceuta y seguramente
heredero de cierta tradición latina, en concreto nos explica: “Cuando Okba
llegó cerca de Tehuda, el ejército romano se puso en movimeinto conducido por
Kacila en tanto las tropas beréberes se aproximaban para unírseles”, (Al-Bakri,
Descr. ed. De Slane, pág. 151). Estos textos y el más importante aún del Liber
Pontificalis que citamos más abajo, fuente de la época exacta, y otras
consideraciones que se han puesto de manifiesto hace también muy poco tiempo,
son los que han permitido dar la luz en estos hechos, tan confusos y
tergiversados en libros aparentemente “serios”, donde se sigue repitiendo la
barbaridad de catalogar a Kusaila como un jefe bereber “orgulloso y defendiendo
su tierra”. Aún Diehl se veía plegado a aceptar (la verdad es que no de forma
definitiva ni convencido) tal identificación, forzado por la ausencia de datos
fiables y la “presencia” de relatos árabes tardíos que así afirmaban. Aún
después, los investigadores no sabían cómo abordar la cuestión, cayendo siempre
(cualquiera que fuera la opción que se escogiera) en laberintos de
explicaciones disparatadas. El profesor Ch. E. Dufourcq ha sido el primero en
llamar la atención sobre las fuentes latinas y demostrar la deformación árabe
del nomine latino Caecilia-Caecilius (Cecilio o Ceciliano), un nombre muy común
en África por mor del santo de Cartago con ese mismo epónimo (San Ceciliano,
que se celebra aún en el calendario católico el 3 de Junio; quién, según el martirologio
Romano, av. 1970, fue un sacerdote de Cartago que convirtió al cristianismo al
que luego sería San Cipriano. Este último no cesaría jamás de dar honor al
nombre de su guía espiritual y lo añadiría al suyo. A la muerte de Ceciliano,
San Cipriano tomó a su cargo y cuidado a su viuda y los hijos. Para un
conocimiento exhaustivo sobre santos y reliquias en el África romana se puede
consultar el texto de Victor Saxer: Morts, Maartyrs et reliques en
Afrique Chrétienne aux premeir siècles. Les testimoignages de Tertulien,
Cyprien at Augustin à la lumière de l'Archéologie africaine, Théologie
Historique, 55, 1980). 68 Tabudeus (Tjouda) pasa por ser una de las fortalezas
bizantinas más poderosas del limes sur, hacia el pre-desierto. Las piedras que
sirvieron para las construcciones militares se reutilizarían después en muchos
edificios, incluso localidades un tanto alejadas. En la misma actual “Tjouda”
se han encontrado muchas inscripciones de diversas épocas que señalan las
reparaciones llevadas a efecto por el prefecto Solomon y otros posteriores (la
mezquita de Sidibou Baker está construída en base y los elementos de una
caserna). El uso por los limitanei bizantinos parece haber llegado hasta cerca
del año 700 (defendiéndose junto a sus familias de forma aislada de invasores o
ladrones beréberes), porque los árabes ya estaban a “otros temas” y aún después
la población rumi ha dejado estelas funerarias cristianas hasta el siglo IX, (Durliat,
Jean: Les dedicaces d'ouvrages de défense dans l'Afrique Byzantin,
École Française de Rome, 1981, págs. 121-122).
siglos, la desidia y la fantasía oriental harían luego
caer un injusto y férreo velo sobre ella, hasta el punto de querer negarla o
robarla ante la historia. Pero se ha abierto camino y aunque sea la última vez
que las armas de Roma alcanzaron el triunfo en el interior de África debe ser
recordada como tal
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