divendres, 23 d’agost del 2013

El África bizantina. Parte III (1)



La conquista árabe. El final del África bizantina
1 Consideraciones iniciales: previos
El imperialismo árabe, que brota al socaire de una revolución religioso-cultural a comienzos del siglo VII y alcanza su clímax en el VIII, tiene unas características muy propias y distintivas, al menos en relación a los antecedentes que le eran más inmediatos. Roma, China o Persia habían sido civilizaciones-imperios eminentemente “laicos” en su origen, formas y motivos de expansión; con un perfil menor del aspecto religioso (aún cuando tuviera su indiscutible importancia), que en ningún caso fue un elemento definitorio ni eje jerárquico-cultural. Por contra, el Imperio árabe encontrará “principio y fin” en una nueva gran religión “inspirada”, plena de trascendencia y proselitista hasta la belicosidad, con un rígido monoteísmo que lleva la impronta del dogma judío y cristiano en versión extrema sobre tales aspectos. Ella será fuente de ardor guerrero y, a la par, mecanismo de integración para los sometidos. En el mundo mediterráneo aquello era una novedad. El poder romano, que había sido capaz de crear una gran y cohesionada nación en toda la cuenca, basaba su uniformidad en el enorme éxito y legado greco-latino: unos valores materiales, la vida en la polis, la ingeniería civil, el cultivo de vid y cereal, sumados a otros de estirpe espiritual, destacando entre ellos aquel genial pensamiento lógico y humanismo helenísticos, la moral estoica y el, tal vez más importante, valor absoluto y superior del derecho civil. Sobre ese armazón se articularía, no sin graves conflictos, el cristianismo; una corriente “interna” que no pretendía, en principio, suplantar sino convencer, sin tener demasiado en cuenta la pertenencia a una u otra estructura de Estado. La síntesis o simbiosis de ambas cuestiones, fe y administración, sólo sería posible gracias al genio y clarividencia de un Constantino I que, por ello, sería honrado en la memoria colectiva como “el Grande”. Lo cierto es que bien parece que entre los siglos I y el VI se sucedieron desde el Medio Oriente flujos mesiánicos en sucesivas oleadas que encuentraron la última y más “rompedora” manifestación en lo que se llamará Islam. El choque entre una débil y comprometida Roma medieval (Bizancio), y el Califato habría de durar cuatro largos centenares de años; y, pese a que en primera instancia todo apuntó a un colapso de los rumis que habría dado la llave de Europa a los sarracenos, al final se consiguió el equilibrio que, en gran medida, explica la actual división norte/sur en el área. Un repaso a la segunda fase de aquel conflicto, una larga guerra (casi un siglo) despiadada, con escenario en la vieja África (actual Magreb), y en Siria-Anatolia de manera simultánea, merece algo de nuestro tiempo y un ameno debate, si es posible y hay ganas.

El periodo de Constante II (641-646)
2 Desertización y pavor en Cirenaica y Tripolitania. Años 641-646
La región que, en la doctrina de guerra árabe y apuntando hacia África, correspondía “desertizar” era la esquina de Cirenaica y aún Tripolitania si ésta se empeñaba en resistir; entendiendo que el objetivo primordial radicaba en conseguir el sometimiento posterior, con poca dificultad por mor de pactos de sumisión, en la Byzacena, Numidia y Proconsular, las más preciadas por su riqueza y valor estratégico. En este segundo aspecto la base de Cartago y el entorno del Cabo Bon debían convertirse en el trampolín táctico hacia Sicilia e Italia. Tras la muerte de Heraclio, lo cierto es que a todo lo largo del año 641 se suceden crisis en el entorno del Palacio Sagrado de Constantinopla que habrían de mermar, y mucho, la capacidad de enfrentar la amenaza musulmana, de la que ya a nadie se le escapaba su tremenda envergadura. Entre los miembros de la familia heráclida tuvo lugar una lucha sórdida que paralizó la actividad política. Constantino III murió muy pronto, hacia el 20 de abril, y le sucedió oficialmente el pequeño Heracleonas bajo la tutela de su madre Martina, tan ambiciosa como incapaz. En el mes de noviembre, ambos fueron desplazándose en favor de otro nieto del “africano”, Constante II, con apenas 11 años de edad. A la debilidad extrema de una post-guerra persa se sumó la ausencia de liderazgo y la total desorientación de los mandos militares locales. Durante esos preciosos meses los árabes lograron afianzarse en Egipto. La rebelión del general Valentinus tuvo como consecuencia la desastrosa pérdida de Alejandría, cuyo puerto sufrió una devastación sin precedentes en aras a dificultar cualquier intento de retorno de una flota imperial, y, como núcleo de control-concentración de efectivos, los árabes levantaron (usando esclavos rumi) la gran base de Fosat (lo que será el germen de la futura El Cairo) ( Los persas habían saqueado casi todas las ciudades importantes del Egipto bizantino y en particular se habían apropiado del tesoro público y las riquezas de la Iglesia de Alejandría. La situación a la llegada de los árabes de Amr era de extrema penuria y ello, más que las querellas monofisitas, explicaría la aparente falta o debilidad en la resistencia de una población que pasaba hambre y no veía claro el horizonte, se podían sentir sencillamente abandonados a su suerte cuando la marina hubo de hacerse a la mar, incapaz la guarnición en tierra de defender los muros. Cuando el magister Manuel retornó en 645, en la ciudad apenas quedaba una quinta parte de los habitantes; las instalaciones industriales y portuarias yacían en un estado tan ruinoso que su rehabilitación era prácticamente imposible. Como centro estratégico, la vieja ciudad fundada por el griego Alejandro ya había perdido todo su valor. Los bizantinos no se empeñaron mucho en conservarla de ese modo. Para un pormenorizado relato de tales hechos: BUTLER, A.J. The Arab Conquest of Egypt and the last thirty years of the Roman Dominion, Oxford, 1902). Se desarrolló entonces un largo proceso, aproximadamente entre el 642 y 667, en el que los musulmanes ejecutaron maniobras sucesivas y coordinadas a uno y otro frente, dirección ora Constantinopla y ora Cartago, sin dejar traslucir nunca las prioridades y últimas intenciones. La primera etapa (como siempre) consistió en “desertizar”; las víctimas fueron Cirenaica y Tripolitania por un lado y Armenia - Siria por el otro. El martillo islámico golpeó con cadencia muy corta e imperturbable durante cinco largos años, hasta el 646-7 y consiguió casi a plena satisfacción ese objetivo previo. A principios del año 642, el mismo jeque Amr ben Al-Âs (el “conquistador” de Egipto, miembro de la familia de los quraiquitas de La Meca), intentó ya testar las defensas de Cirenaica. El limes, cerrado ahora de urgencia también hacia el Este por nuevos puestos en la comarca del actual Tobruq (donde se rendía culto a San Pablo Primoeremita, cuyas reliquias atraían numerosos peregrinos de uno y otro lado en el romano Norte de África)44, respondió bien; sin duda porque los limitanei esperaban el golpe. Y es justo por ello que debieron conformarse con pequeñas escaramuzas y, de vuelta, combates más al Sur, en el entorno del oasis de Siwah con ciertos beréberes en vías de cristianización, tal vez los llamados Lawâta. Algunas crónicas tardías árabes buscan un laudatorio término a la expedición y hablan del sometimiento de estos últimos, pero ello es más que dudoso o en cualquier caso poco trascendente. Aquello era una medida de “diversión y tanteo” ya que en el otoño el esfuerzo musulmán se volcó hacia el lado opuesto, Armenia, ejecutando allí un segundo raid que provocó dolorosos daños, sobre una tierra ya muy castigada antes, hasta el punto de que parte de los notables comenzó a cuestionarse la utilidad de estar en alianza con Bizancio. Es en el verano siguiente cuando, con una división importante de guerreros trasladados desde las bases mesopotámicas, Amr se lanzó en tromba sobre el saliente del golfo de Sirta y se empeñó, con una crueldad “ejemplarizante”, en la toma de ciudades pentapolitanas. El valor a raudales, el celo y la inquina de hombres que no temían morir en aras a conseguir el paraíso se puso ahora en África, por vez primera, de manifiesto en toda su máxima expresión. Una tras otra cayeron, para sufrir salvajes destrucciones, las antiguas y hermosas ciudades de Apolonia, Ptolemaida, Cirene, Teuquira y Berenice; que llevaban más de ocho siglos sin ver la guerra y menos aún en ese grado de místico ardor45. En cuanto a Apolonia, ésta era por entonces la capital (desde el 450) y antaño muy famosa por su impresionante templo de Apolo, tendría por entonces unos 12.000 habitantes. Hay evidencia de que los árabes cortaron el acueducto y sometieron a la ciudad por sed (su precariedad en pozos siempre había sido grande y la única fuente importante distaba unos diez kilómetros), pero una vez abiertas las puertas la matanza duró varios días, después se prendió fuego a lo que quedaba (Laronde Andrè, “Apollonia de Cirenaique. Archeologie et Historie”, Journal de Savants, 1996). Hacia el invierno, con enorme botín, el “gazhi” volvió a Fosat para recibir los parabienes del Califa. Pero no se entretuvo mucho, porque a su sentir quedaba faena, y
44 Las fortalezas de Antipirgos y Praetorium; cuyas olvidadas ruinas, más de un milenio después, verían verterse de nuevo la sangre a raudales en su alrededor, con ocasión de la batalla entre los alemanes de Rommel y los ingleses de Montgomery. 45 Tan solo en Teuquira lograrían sobrevivir algunos habitantes, dirigidos por el gobernador Apolonio, atrincherados en un reducto improvisado, sin cimientos ni esperanza: “la capitulación se escribió con letras de fuego, sobre las piedras tomadas al asalto dos años después” (Bachielli, Lidiano, Cirenaica, la sua historia, pág. 188). Así, la región que viera nacer al poeta y enciclopedista Calímaco en el periodo clásico y al erudito Sinesio en el bizantino, quedó prácticamente desierta hasta el siglo XI, cuando llegaron unas tribus emigrantes desde Egipto (los Banu Hilal y Beni Soleim), los mismos que darían un nuevo nombre a la arcana Cirenaica, la “Grennah”.
en un segundo episodio de muerte y desolación sin piedad ahora le tocó el turno a Tripolitania, donde Sabrata, Oea y Leptis Magna tuvieron entonces el epílogo sangriento de su milenaria historia como centros de inquieta y próspera vida46. Así fueron posibles no solo la velocidad sino también el ataque simultáneo en puntos por lo demás relativamente lejanos, hechos que quedaron atestiguados en significativos detalles. Al-Hakan en su conocido texto recogió una tradición anterior que recordaba aún el modo en que se destruyó la ciudad de Sabrata, que no tuvo ninguna oportunidad de defenderse. Aunque los datos que aporta el autor siempre deben tomarse con mucha precaución dada su propensión a confundir nombres, pueblos y fechas (escribía más de dos siglos y cuarto después, en un mundo radicalmente distinto, en torno a los años 860-870) esta cita tiene rasgos muy definidos que además encajan con lo obtenido por la arqueología: “Los habitantes de Sabrata se habían fortificado. Al tener noticias de que Amru había sitiado Trípoli sin haber logrado ni tener posibilidad se confiaron. Pero en cuanto Amru consiguió Trípoli, envió la misma noche un fuerte destacamento de caballería y le ordenó que acelerase la marcha. Los jinetes llegaron de mañana a la ciudad de Sabrata y la sorprendieron; las puertas estaban abiertas para que el ganado pudiese ir a pacer. Entraron en la población sin que pudiera escapar de ella una sola persona. Las tropas de Amru se hicieron con cuanto en ella había y salieron al encuentro de su jefe” (Ibn Abd AL-Hakam (803-870), Conquista de Africa del Norte y de España, ed. Vidal Beltran, pág. 19). Una información más precisa se aporta en el trabajo de Bonacasa Carra, R.M., Sabratha cristiana, en RAC, 72, 1996, págs: 383-391. En cuanto a Leptis Magna, los estudios arqueológicos in situ han demostrado el pavoroso incendio de toda la zona y aún los extra-radios así como la demolición a conciencia del faro y las instalaciones portuarias. Un gran número de esqueletos se encuentran sin haber recibido sepultura casi en cualquier rincón, prueba de la matanza. Fue el fin de la que había sido patria chica de los emperadores Severos (Laronde, A. Le port de Lepcis Magna, en CRAI, 1988, págs: 337-353). Todas las áreas quedaron tan afectadas que ya no se recogió cosecha organizada ni tributo alguno para Constantinopla en el tiempo que aún fue territorio oficialmente imperial y aún después cuando era “tierra de nadie” o del califato; las urbes derruidas y humeantes quedaron desiertas, hasta el día de hoy. Los guerreros árabes volvieron a sus cuarteles de invierno y justo en la primavera del siguiente año (644), le tocó el turno a la sufrida Armenia; que apenas ofreció ya resistencia hasta el punto de que los jinetes llegaron a intentar un primer golpe contra la ciudad-fortaleza de Amorium, puerta de la meseta hacia Occidente. Una primera devastación del área se llevó a
46 No hay duda de que para estas operaciones del 642 y 643, tan destructivas, se utilizaron muchos efectivos, algo que obligó al mando árabe a otorgar un respiro inaudito en Armenia.
efecto y le cupo el dudoso honor de ser la primera en una inacabable serie, que duró algo más de un siglo, en Anatolia y particularmente afectando a Capadocia47. Con todo, aún en el 645 y 646 se vino a rematar la tarea en Cirenaica. La escasa población urbana de pequeñas villas que no había huido a Byzacena lo hizo en esta última ocasión; la “humanidad” en tal prefectura fue por entonces “anecdótica” y constituida por grupos aislados que apenas vivían de ciertos huertos sostenidos con gran pena y siempre en precario48. Así pues, en tres campañas y cinco años, el éxito de dosis de terror hacia Occidente había sido pleno, el nuevo “desierto” previo se había conseguido y la situación estaba madura para las “grandes operaciones”. Pero ¿dónde pensaba Utman plantar la enseña verde primero, en África o Constantinopla? 

3 La batalla de Sufetula.
Primer asalto a Byzacena. Año 647
La respuesta a la gran pregunta estratégica debería obtenerse sondeando la capacidad bizantina de resistir en uno y otro polo. La prueba (“toma de contacto y valoración” en el argot militar), no se hizo esperar. Finalizando el invierno del 647, los árabes lanzaron una campaña de cierta envergadura con alrededor de 12.000 jinetes al mando de Abd Allâh ibn Saad contra el extremo de Tripolitania y los márgenes de Byzacena. Superaron, sin necesidad de tomarlo, el fortín que los bizantinos tenían en la misma sede del antaño prestigioso “altar de los filenos” y marcharon imparables. De nuevo los campos de la dorsal fueron arrasados y el invasor no tardó en llegar al umbral de la provincia de Byzacena, justo cuando terminaba la primavera y de nuevo se avecinaba un periodo crítico del ciclo agrario. El patricio Gregorio, exarca del África, decidió entonces enfrentarse a los invasores, aunque contaba con apenas los batallones de fuerzas locales y limitanei. ¿Cuales fueron sus razones? Tal vez el deseo de proteger a los suyos en el momento más crítico que pondría al borde de la hambruna para el año siguiente y, aún más importante, el deseo de ganar una gloria que le catapultara a la púrpura. Su enemistad con el emperador Constante II se había hecho ya oficial un año antes y contaba con el apoyo del influyente partido clerical-ortodoxo del intrigante Máximo,
47 Las ciudades “trogoloditas”, reclamo turístico hoy en Turquía, tienen en estas barbaridades su origen y causa; las poblaciones no encontraron otro modo de sobrevivir que “enterrarse” literalmente bajo la tierra, con almacenes, silos, iglesias, foros y viviendas incluidas. Impresionante manifestación del apego a una tierra y su voluntad de resistir a las peores calamidades que idea el ser humano. 48 En los alrededores de Oea, no obstante, quedaría una comunidad rumi durante algunos siglos más. Las necrópolis de Aïn Zara y de N'gila poseen tumbas cristianas con epitafios latinos que llegan hasta el siglo X (Aurigemma, Salvatore: L'Area cemeteriale cristiana di Aïn Zara presso Trípoli di Barbería, Rome, Istituto di Archeología cristiana, 1932).
llamado el Confesor49. Tal vez su único éxito fue el de abortar, con su propio fracaso, una insurrección que amenazaba ser ruinosa si conseguía reunir las fuerzas del África, incluidos los dromones de Septem para acudir a la capital y reclamar su opción al trono. El choque tuvo lugar en las proximidades de Sufetula (Sbeitla)50, y resultó en flagrante derrota bizantina. Soldados que huían en desorden y la población rural en masa acudió a refugiarse en Iustiniana Capsa (Gafsa),que poseía una amplia y bien cimentada fortificación, y, sobre todo, en Tisdrus51 (El Djem), donde hasta el viejo y enorme coliseo sirvió para acoger refugiados.
49 A comienzos del 646, los obispos de Proconsular, Numidia, Byzacena y las Mauritanias se habían reunido en sendos concilios provinciales. Su interés era reafirmarse en el apoyo al prelado de Roma contra la voluntad del emperador; uno de los pulsos entre autoridad civil y religiosa. Constante II, con apenas 17 años pero de una precocidad que prometía inteligencia y fuerte personalidad, pretendía profundizar en la política de su abuelo Heraclio y del Patriarca Sergio, en vías a aparcar las disputas para centrarse en una necesaria, íntima unión entre todos los romanos, por encima de partidos y sectas. Máximo, exiliado en África, había conseguido convencer a Gregorio de que “Dios mismo aprobaría sus sublevación y le garantizaba el éxito”, había escuchado en sueños a los ángeles gritar “¡Victoria a Gregorio Augusto!”, (DIEHL, Charles, L'Afrique byzantine, t.2, pág. 556). 50 Sufetula era una ciudad que ya pertenecía a la proconsular y estaba situada a unos 72 kilómetros al sur de Ammaedara. En aquella fecha no debía contar con menos de 10.000 habitantes y se extendía sobre unas 50 hectáreas. Las excavaciones iniciadas a principios del siglo XX han puesto a la luz un número considerable de basílicas, ricamente decoradas. Aún se están investigando los abundantes resultados en inscripciones y cerámica (Nöel Duval y François Baratte, Les ruines de Sufetula, Sbeïtle, STD, 1973 y Nöel Duval, "observations sur l'urbanisme antique de Sufetula", Cahiers de Tunisie, 1964, págs: 87-103). 51 La ciudad de Tisdrus tuvo su origen en una colonia de veteranos fundada por Julio César, en aquel corazón del duro Sahel tunecino. Era una fundación inmersa en un programa inteligente y muy ambicioso que buscaba poner en función tierras hasta entonces yermas. En un entorno que sería eje de comunicaciones. Los habitantes, con ingenieros romanos y técnicas de irrigación egipcias, alcanzaron el milagro (apenas en unas décadas) de convertir aquello en un vergel. Hacia la segunda mitad del siglo I, el municipio tenía agua corriente, baños públicos, alcantarillado, escuelas superiores de artesanos, biblioteca, un enorme teatro amén de hipódromo de carreras y estaba conectado por vías empedradas con las otras áreas al Norte, Sur, Este y Oeste (impresionante teniendo en cuenta que las condiciones naturales eran muy adversas: ninguna posibilidad de irrigación superficial importante, canteras de piedra muy alejadas, ausencia de barro o yacimientos minerales de ningún tipo). En época de los severos, principios del siglo III, Tisdrus pasó a ser una de las diez urbes más señaladas del África. Cosmopolita, mercaderes que venían desde Egipto, Siria, Hispania y del Norte se mezclaban con agricultores, funcionarios y profesores (una importante escuela de retórica se ubicaba en el foro). Se comerciaba y se cultivaba trigo. Al arreciar la competencia de otras plazas cerealeras, los habitantes llevaron a cabo un tremendo trabajo agrícola: sembraron cientos de miles de olivos. La producción de aceite devendría en la más rentable y famosa, no sólo del África sino de todo el Imperio. Tisdrus tuvo, entre muchos, un muy insigne ciudadano. Allí nació el que luego sería el futuro emperador Gordiano I, a principios del siglo III, previamente procónsul de su tierra antes de recoger la púrpura. Fue este ilustre “hijo de la ciudad” el que mandaría a construir el anfiteatro, cuyas ruinas aún hoy pueden admirarse. Esta joya es el mejor edificio de su tipo conservado en el mundo y en tamaño sólo fue superado por los anfiteatros de Capúa y Roma. Cabían en su recinto 45.000 espectadores; el circo (visible en las fotos aéreas) servía para 30.000 personas, las Termas (felizmente excavadas) cubrían una superficie de 2.400 metros cuadrados y allí se han encontrado bellísimos mosaicos que pasan por ser obras cimeras de ese arte y que ahora se muestran en el museo in situ de El Djem, en el de Soussa y en el Museo del Bardo de Túnez (Por cierto, éste pasa por ser el museo romano más importante del mundo). Hay constancias arqueológicas y epigráficas de la conversión al cristianismo de la población. Cuando a finales del siglo III la mayoría ya había ejercido tal opción, una enorme basílica cristiana vino a sustituir el templo de Júpiter en el foro. El obispo de la ciudad participaría de todos los concilios regionales y aún viajaría a Roma y Córdoba para asistir a otras reuniones importantes. La ciudad continuó siendo tranquila y próspera hasta el 429 cuando los vándalos la dañaron considerablemente. No obstante sobrevivió a la prueba aunque sin duda disminuida y temerosa (no dejaron los nuevos amos guarnición pero impidieron que se la dotara de murallas, al mismo tiempo que vedaron a los hombres el empleo de armas). Lo peor de la ocupación vándala no fue la destrucción del primer momento, la verdadera lacra resultó del abandono subsiguiente de cultivos y, sobre todo, la rotura o desaparición del viejo limes. Por ende, no es de extrañar que hacia el 450 aparecieran las primeras tribus de “moros” que, en hordas, se dedicaron a saquear la región. La poblaciónde Tisdrus, inerme, asistió a la muerte del ganado y a la destrucción de los cultivos y, lo que fue peor, de los sistemas y artefactos de regadío. Los acueductos se cortaron por entonces y la arena invadió de nuevo las tierras que hasta hacía poco habían estado en plena función. Cuando los bizantinos (romanos) reconquistaron la provincia del África con el general Belisario (535), Tisdrus era apenas una sombra de la gran plaza que había sido antaño. Para los bizantinos, la expulsión de los moros no fue tarea fácil, a diferencia de lo que sucedió con los vándalos. La mayor parte del esfuerzo imperial se dirigió a formar un nuevo "limes" más al norte del previo y a “limpiar” el interior de “moros”. La temeridad de Gregorio costaría muy cara. Los sarracenos que en principio no contaban con atacar tan al Occidente, se entretuvieron algunos meses saqueando la comarca, mientras desde Cartago la falta de dirección (y el miedo) hacía retrasar la reunión de las secciones de Numidia y Proconsular para expulsar al invasor. Se llegó a un acuerdo y mediado el pago de un fuerte rescate-tributo los árabes retornaron después de soltar a los cautivos que habían hecho y, probablemente, encerrado en cisternas durante ese tiempo52. Las consecuencias fueron importantes para los dos contendientes. Los árabes habían tenido un inesperado éxito en sangre y oro (o frutos mayores al esperado); hasta el punto de que, por vez primera, harían sentir su presencia entre los occidentales (la noticia llegó a Hispania y Galia, donde la recogieron Isidoro Pacensis y Fredegario). Pero los bizantinos entendieron muy bien la inoportunidad de centrar sus esfuerzos sólo en Anatolia. Constante II tomó medidas al respecto (que en algo contribuyeron para que los árabes tardaran veinte años todavía en volver a atacar directamente el África), que le llevarían tiempo y sudores. 

4 África en rebeldía.
La conspiración de Máximo el Confesor (648-650)
Al día siguiente de la marcha del jeque Abd Allâh y su ejército, la situación del África se presentó sumamente confusa. Parece que si Gregorio cayó en el combate (lo cual es puesto en duda por algunos autores), ello no afectó a sus partidarios, que continuaron detentando el poder en la región. El abad Máximo, intrigante y fanático, prosiguió excitando la rebeldía contra el augusto, al que tachaba de hereje por su real o
ciudad los bizantinos dejaron una guarnición e intentaron poner en marcha la riqueza olivarera de sus campos. Pero las guerras que tan gráficamente nos describe Coripo resultaron devastadoras en la región. Los moros de Antalas tomaron Hadrumetum y Tidris, esclavizando a hombres y mujeres y prendiendo fuego a todo lo que no pudieron transportar. Ninguna de las dos ciudades levantaría ya cabeza. Con todo, cuando la tribu de los Banu Isi llegó al lugar en el siglo IX, encontró una pequeña comunidad rumi cristiana que habitaba en alguna parte de la vieja ciudad (mientras el resto se hundía irremediablemente en la arena) y vivía de cabras, grano local y algún olivo de los antaño tan mimados y renombrados. Después seguiría silencio y olvido. 52 En el lugar hoy conocido como “Oruga” que corresponde a la ciudad romano-bizantina de Barasus, a unos 30 km de Tisdrus, se encontró bajo una losa de lo que había sido un despacho mercantil en el foro, un importante tesoro de monedas, sólidos bizantinos. Por los datos recogidos, se trata de una ocultación característica datada con precisión en ese año 647-648. Que su propietario no haya recuperado una suma tan notable (un montante de 268 monedas de oro) es prueba de que fue arrastrado en la matanza. Muchas otras villas y ciudades pequeñas sufrieron el embate. En Tisdrus (El-Djem), mismo hay constancia arqueológica del uso del famoso anfiteatro para acoger miles de refugiados que debieron permanecer allí encerrados mucho tiempo, tanto como para dejar abundantes restos y señales. No obstante, uno de los escenarios más crueles radica también en aquella Barasus; los habitantes usaron el fortín seguramente pero después debieron ser asesinados en masa. Se ha encontrado muchos esqueletos en las capas bizantinas, de todas las edades con cráneos machacados y fracturas en huesos. Parece haber sido un entorno estratégico no elegido al azar. Allí radican unas enormes cisternas subterráneas (con un volumen de 7.600 m3 sostenidas por un centenar de pilares macizos). Parece claro que amén de matar se trataba de contaminar el agua, porque de tales depósitos se nutrían muchas localidades. El lugar parece después haber sido tapado con tierra y dejado como gran fosa común, el mejor modo que tuvieron los supervivientes, después de alejarse los árabes, de enterrar a tantos muertos (Guery, Roger, Morrison, Cécile, Slim, Hédi, Recherches archéologiques Franco-tunesiennes à Rougga. III. Le Trésor de monnaies d'or byzantines, École Française de Rome, 1982).
imaginaria defensa de los valores monotelitas, aquella teoría teológico-política que intentaba congraciar a mono y difisitas en la estela del Patriarca Sergio. Les beneficiaba el cambio secular de rumbo de la ofensiva árabe. Ese mismo año 647 o principios de 648, aparecieron diversos grupos en Capadocia, asediando Cesarea y Amorium, que no cedieron pero tampoco impidieron el saqueo del agro hasta llegar a Frigia. Al año siguiente, sorprendiendo una vez más por su audacia sin complejos, lanzaron un ataque puntual en Chipre, también en la “onda cruel”, a cargo del general Muawiya, (familiar del nuevo califa Utman), para “foguear” un flamante esbozo de marina. La acometida provocó la destrucción completa de la capital Constanza, la muerte o esclavización de sus habitantes, la inutilización a conciencia de las instalaciones portuarias y la consabida tabla rasa sobre las tierras circundantes. Después, llegó una tregua de casi tres años, que no fue baldía para los islámicos: aprovecharon ese tiempo para construir una flota de guerra a la que pronto darían buen uso, contra objetivos más importantes. Fue también un tiempo de regalo que quiso aprovechar Constante II para recuperar el control y encarar las futuras agresiones. Sabemos que ese mismo año se fajó en la cuestión que envenenaba las mentes y servía como semillero de localismos al servicio de caciques regionales. Publicó un edicto de criterio intachable, el llamado Typos53, que proclamaba la necesidad de olvidar toda la cuestión religiosa y marcaba penas para aquél que persistiera en semejantes debates: si era obispo sería depuesto, en el caso de legos sufriría azotes y destierro. Se ponía énfasis en la gravedad de aquel tiempo de zozobra, la necesidad imperiosa de paz interior, por el bien de la res pública, y la urgente llamada a respetar la unidad nacional bajo la tutela del augusto sobre cualquier otra consideración. No hay duda de que las llamadas al orden, por vía del convencimiento, no tuvieron mucho éxito. Los poderes secesionistas, clericales o civiles, no se avinieron en modo alguno. Persistió el interés individual sobre la cordura y solidaridad; porque a esas alturas era bien notorio que los intentos de “nadar sobre la cresta de la ola árabe” significaban un suicidio a corto plazo para todos aquellos que, confundidos por promesas de respeto a privilegios, se sumaban a la oferta. Entre tales se incluía el papado. El sucesor amañado e ilegal de Teodoro, Martín I, convocó para octubre una reunión de obispos en Roma. En el curso de aquel “sínodo luterano”, los clérigos proclamaron “anatema” contra la Ektesis de Heraclio y el Typos de Constante II. El abad Máximo (que había viajado desde Cartago con otros monjes africanos de su cuerda, como Teodoro y Leoncio), fue el verdadero “alma y rector” del acontecimiento; manejó las riendas para que triunfara una enajenada defensa de la “pureza ortodoxa” (que nadie desde lo civil había puesto en duda por entonces), excitando un verdadero odio “teológico” contra el emperador. Las reprimendas y “condenas” más absurdas no faltaron, desde el fallecido Patriarca Sergio hasta el contemporáneo Pablo, un hombre que por lo demás había inspirado el susodicho Typos-Decreto sólo como figura de tolerancia y en ningún caso como prueba de 53 "Decreto" de Septiembre del 648.
renuncia al dogma difisita-ortodoxo. Dado “el crimen” del soberano, sin nombrarla, pero se apoya la “insurrección del Occidente”, Italia y África, contra semejante “monstruo”54. Constante II había recibido la mayor afrenta posible y veía amenazada toda la labor de concentración ideológica contra el invasor. El exarca Olimpio, radicado en Rávena, aunque se hallaba en Sicilia, recibió la orden de dirigirse a Roma y detener a los sediciosos. Pero no contaba con el poder del dinero y la capacidad de generar ambición que parecían poseer el tandem Martín-Máximo. El gobernador se dejó convencer por el canto de sirena de convertirse en emperador y se sublevó. Seguramente con el apoyo del sucesor de Gregorio en África, tal vez un amigo de Máximo llamado Gennadio. Graves inconvenientes que no tardaron en solucionarse, no obstante. De momento se buscó una tregua en Armenia, cuyos valientes hombres estaban en verdad parando por entonces todos los golpes árabes. La misma sería tratada por un embajador llamado Procopio y el mismo Muawiya, todavía en la fase de construcción de la ansiada y prometedora flota militar (lo que consumía dinero a raudales). 


5 Una década de densa calma: 651-661
En el curso del año 652, el general Teodoro Caliopias arribó a Italia dispuesto a restablecer el orden. Allí derrotó fácilmente a Olimpio y detuvo a Martín (tal vez ya era primavera del 653). Se nombró de forma “canónica” un nuevo papa, Eugenio I, que resultó ser una persona mucho más razonable (con él se reanudó la división de poderes y la sujeción política del clero). Aunque faltan datos, todo apunta que poco después se envió también algún destacamento que retornó el África a la obediencia de Constantinopla. Con ello se terminó con la “insurrección” de Máximo y sus zelotas55. Desde entonces y hasta el año 668 parece que los árabes se centraron casi con exclusividad en sus deseos sobre Armenia y las islas de Levante. La primera, un reino muy correoso y que no había sido posible ni dominar ni tampoco desertizar, dada la bravura de sus hombres y, sobre todo, lo intrincado del terreno (montañoso y con
54 Al parecer el Papa Teodoro ya había enviado una primera carta al Patriarca Pablo de Constantinopla, advirtiéndole de que no podría garantizar la lealtad de Occidente si el monotelismo persistía. Martín había sido apocrisiario de Roma en la capital y tendría ocasiones para ganarse la antipatía de casi todos allí. Era un fanático que sólo creía en la superioridad del clero y se atrevió a nombrarse sin la preceptiva aceptación por parte del emperador, después de anular a todos los compromisarios que no le apoyaban. Aunque acabó fracasando, creó un precedente que luego se haría elemento fijo: la independencia del Papa con respecto al emperador y los demás patriarcas, primer escalón para una supuesta “primacía”. En el juicio que después se seguiría contra él, en Constantinopla, será acusado “en letra” de “haber subvertido el Occidente todo entero”, (“Subvertit et perdidit universum occidentem”, P.L. LXXXVII, 112-113). 55 La causa abierta al Papa Martín revestía la máxima gravedad; ante el Tribunal del Senado que lo debía juzgar el doble cargo fue el de “nombramiento irregular” y “traición”. Condenado a muerte, por intercesión del patriarca, será rebajada la pena a cadena perpetua. El escurridizo Máximo logró escapar y aún se ocultó en algún monasterio de Constantinopla; allí al fin fue detenido hacia el 655 y pagó el precio de su sostenida felonía con cárcel, hasta su muerte en el 662. Los hagiógrafos de siglos posteriores adornarán sus figuras con dulzona falsedad y ocultarán con sutil arte la verdadera causa por la que fueron condenados. muchos recursos hídricos y ganaderos imposibles de “agostar”), se convirtió en la gran pugna. Las segundas sufrieron, una tras otra, voraces asaltos y depredaciones56. En el 654 volvió a la carga sobre Armenia el general Habib ben Malasma, (finales de año). Llevaba con él tropas sirias junto a unos 8000 soldados Kufan y otros 6000 iraquíes al mando de Salman ben Rabi. Derrotaron, probablemente cerca de Dvin, a unos 8000 soldados bizantinos al mando del general Maurianos, que murió en el combate. Teodosiópolis fue tomada y Resthuni sólo recibió como premio un exilio dorado en Siria. Ese mismo año, los árabes pusieron en marcha su bien elaborada y poderosa flota; tomaron la isla de Rodas (la devastación fue brutal, vendiéndose a saldo los restos del famoso Coloso entre los mercaderes de Edesa57), y después pusieron proa rumbo a Cos, Creta y aún Lemnos. No es de extrañar que en el 655, Constante II quisiera encarar ese peligro. Se enfrentó con la armada árabe en Licia (encuentro de Fénix o de “los mástiles”), frente a la moderna Finike. Fue la primera gran batalla naval entre musulmanes y cristianos. Y parece que el emperador no estaba al corriente de la verdadera envergadura y número de los navíos sarracenos, porque la sorpresa fue mayúscula. Resultó una terrible jornada para los bizantinos, sus barcos fueron aniquilados y el mismo emperador se libró sólo gracias a que cambió sus ropas por las de un simple soldado. El 17 de junio del año 656 ocurrió un cambio importante en la cima de la jerarquía musulmana pero que, virtud a la pléyade de grandes hombres que allí proliferaban, no redundó en el empuje del naciente imperio. Ese día, el califa Utman fue asesinado en su casa de Medina. Alí, el yerno del profeta fue elegido sucesor en el acto; Muawiya por su parte, que había sido proclamado también en Siria, acusó al rival de complicidad en el asesinato y juró venganza. La guerra intestina que se desató en las filas árabes duró hasta el 661, con el triunfo del segundo. Podría haber sido un grave inconveniente para los árabes, más lo único que ganaron los bizantinos fue apenas tres años de tregua que pagaron aquellos con alguna divisa y devolución de señalados prisioneros. 56 El devenir en Oriente reviste interés, en cuanto se refiere al África, porque son evidentemente los dos polos de una misma guerra. A principios del 653, Teodoro Resthuni se comprometió a convertir Armenia en un reino aliado del califa, a cambio del cese de las razias. Los bizantinos no se resignaban a perder ese territorio, llave de Anatolia, y el emperador Constante II se presentó en Dvin. Pasó allí el invierno queriendo convencer a la población de que contaba con el socorro de sus legiones. Abandonó la región a finales del año y dejó algunas tropas. Que fueron alejadas por Resthuni. Éste firmó un pacto con los árabes muy significativo: no habría bases en su tierra, extendiendo por su parte un compromiso de ceder una tropa de 15.000 arqueros a caballo previo pago de una soldada y, en contrapartida un compromiso de ayuda militar si Constantino IV intentaba invadir Armenia (en teoría esto suponía una independencia real del país, tanto de árabes como de bizantinos). El trato fue muy difícil de cumplimentar y pronto quedó en papel mojado. 57 No es ningún exceso afirmar que el coloso “fue derribado”. Aunque tampoco se puede estar 100% seguro de que así fuera. De lo que no cabe margen alguno de duda es de que, independientemente de si estaba o no “erguido”, los rodios de época romano-bizantina seguían considerando su coloso con orgullo, muestra de su pasado glorioso, manteniendo y enseñando a los visitantes sus vestigios. La disección en trozos y el transporte y venta forma parte de la humillación tras la victoria. Y los historiadores se preocupan de señalar ese hecho, aunque sea “anecdótico”...
Cuando en el 661 el califa se sintió nuevamente seguro a la cabeza de los suyos, se rompieron de nuevo todos los pactos y cesiones. Incursiones leves empezaron a tantear Tripolitania y Armenia. Nubes de gruesa guerra, apareciendo sobre el horizonte, pusieron a flor de labios la tan consabida e indeseable pregunta: ¿dónde ahora? 

6 El fracaso de una “gran idea”: años 662-668
El año 662 marcó un hito en la historia de Bizancio. En esa fecha, Constante II tomó una decisión trascendental: desplazarse personalmente con el ejército praesentalis hasta Sicilia. Su decisión de fijar la capital en Siracusa era firme; había mandado llamar a su mujer e hijos. Desde allí pensaba controlar mucho mejor la ofensiva árabe en ciernes, sumando un nuevo ejército por leva local en provincias que habían sufrido menos y teniendo la oportunidad de desplazar esa masa de maniobra hacia el lugar que realmente lo necesitara más, virtud a la flota que se guarnicionaría en la próspera isla. Incluso (reforma que de llevarse a efecto hubiera cambiado el curso de la historia en Occidente), se propuso planificar y ejecutar la distribución de tierras “militares”; lotes que se entregarían a familias de campesinos libres a cambio de que éstos se preocuparan por aportar un soldado-ciudadano pertrechado y dispuesto a desplazarse: nada más y nada menos que el sistema “estratiótico” que tan buen resultado daría apenas un siglo después con los llamados iconoclastas en Bizancio58. La original maniobra, sin embargo, no salió bien. Faltó tiempo y el emperador, además, no contó con los possessores ni con el clero occidentales. Los soldados profesionales entonces al uso generaron gastos voraces, que pronto repercutieron en la economía de ricos y pobres en Italia y África59. En la primera la presencia directa del augusto servía de sordina y contención, pero en la segunda la situación era más laxa. Los monjes seguidores de Máximo parecieron haber tenido su nueva “buena racha” y consiguieron hacer cristalizar una insurrección. El exarca fue asesinado y se proclamó nuevo gobernador a un tal Eleuterio. Justo cuando secciones árabes volvían a aparecer en Tripolitania, sin ser avistadas a tiempo porque la marchita Cirenaica estaba deservida de hombres y actividad alguna. Y no sería la única desgracia. En la frontera de Anatolia, el estratega de los armeniacos, el general Saborius, entró en rebeldía. Entabló negociaciones con el califa Muawiya en Damasco, al que ofreció pagar un fuerte tributo si le garantizaba tranquilidad para sus campos y una semi-independencia fáctica. Sólo la muerte por accidente del rebelde no hizo llegar la cuestión más lejos. No obstante, este corto
58 La cuestión es debatida y razonada por el especialista Treadgold en uno de sus textos más reconocidos: Treadgold, Warren; Byzantium and its Army, 284-1081, pág. 24. 59 Se rehizo el catastro para un control más riguroso, aumentaron las tasas sobre el comercio marítimo y los fundiarios; incluso se aplicarían a las iglesias y sus propiedades, algo que sin duda tuvo mucho que ver también con la reverdecida inquina de monjes y obispos en todo el Occidente.
periodo de secesión habría de permitir a los árabes hacerse con la neurálgica Amorium y llegar en correría hasta el Bósforo. Faltó poco, pues, para que la “Gran Idea del siglo VII” muriera casi antes de nacer. La intriga triunfó incluso entre los suyos. Constante II, el último emperador romano que visitó Roma formando parte de su Imperio, fue asesinado el 15 de julio del 668 en Siracusa, tal vez cuando pensaba pasar a África para castigar al intruso y enfrentar a los árabes desde Tripolitania

7 Las grandes líneas de la geoestrategia del primer imperialismo árabe: terror versus tolerancia
La estrategia islámica entre los años que siguieron a Yarmuk y el primer gran asedio a la ciudad de Constantinopla representó la cumplimentación de una doctrina militar tan ambiciosa como revolucionaria. Los califas guerreros se dieron por empresa el salto hacia Europa, arrollando el único obstáculo serio que se oponía: Bizancio. Un Imperio exhausto, en crisis de sucesión y que sólo era capaz de ofrecer una respuesta en tanto supiera aquilatar sus menguados recursos. La movilidad árabe (caballería ligera) era el elemento táctico fundamental que, llevando al límite su capacidad de rápida e inesperada destrucción entre la población civil, se convertirá en un arma de terror extremadamente eficiente (sobre todo gracias a la plena “libertad de acción” que gozarán los diversos jefes tribales según las circunstancias). La creación de “desiertos humanos” en las áreas fronterizas fue el argumento fáctico que empujó a los habitantes y líderes locales a buscar el compromiso que se ofrecía en inmejorables condiciones, con una diplomacia (o doblez) que se haría proverbial. La creación de genuinas “bases militares”, totalmente autónomas en gestión logística, construidas sobre los entornos “neutralizados” más idóneos para el control y la expedición de nuevos raids, todo, fue una utilísima novedad del momento, tanto que aún hoy las modernas superpotencias las han copiado en sus principales características de misión y funcionamiento. Frente a ello Bizancio, un “Imperio burocrático”, se mostró demasiado lento. Heraclio asumió el inicio de la porfía ya viejo, encontrándose para ese momento más que agotado. La crisis familiar que siguió a su muerte fue un terrible “tiempo perdido” que los musulmanes supieron aprovechar magníficamente. Una vez sometidas con poco desgaste las regiones de Mesopotamia, Siria-Palestina y Egipto (que estaban en plena convalecencia de la guerra persa), el jovencísimo emperador de los romanos pretendió fijar fronteras vivas en Anatolia, sin olvidar que Occidente era tanto o más importante. Esa fue, en esencia, la compleja política-estrategia que siguió el segundo heráclida, Constante II (641-668), con relativo éxito como veremos; aunque eso hiciera elevar la intensidad de una confrontación en los nuevos frentes, hasta superar la de cualquier “guerra total” de los tiempos precedentes, a la que los árabes responderían insistiendo en un salvajismo que se llevaría por delante varias “romanías”, la africana entre ellas.
Durante mucho tiempo se ha tenido por sorprendente y extraña la decisión de este emperador de trasladar la corte y, por ende, su estado mayor a Sicilia en aquel crítico periodo a mediados del siglo VII. Tanto como el intento de crear allí un ejército y marina de nueva composición, sobre la base de recursos humanos y económicos locales, originarios de Italia y las islas occidentales, sin perder de vista la reserva del África romana. En cambio, al sentir más actual (ya develado por un clásico como Louis Brehier), nada resulta más lógico y apropiado si se viene a observar con atención y criterio temporo-espacial aquel “Teatro de Operaciones” que entonces se dibujaba en el Mediterráneo. Y es que, desde las trascendentales victorias en Siria, Palestina y Egipto, el vigoroso imperialismo árabe apuntaba casi simultáneamente en dos direcciones. Por un lado hacia Constantinopla, vía Anatolia por tierra y a través del eje Chipre, Rodas, Cos y Cízico en cuanto a la flota. Por otro lado se vuelca al Oeste, sobre el camino que lleva a la provincia de África desde las bases al sur de Alejandría. Seguramente, a simple vista era muy difícil determinar cual sería la prioritaria: ¿golpe directo al corazón, la capital, o fase previa con ocupación del sur mediterráneo y después salto a Europa, que amén de nuevos dominios implicaba envolver el Imperio bizantino desde dos frentes? Hispania y Galia, bajo la férula “barbari”, podrían ser presa fácil de una máquina militar, la sarracena, incomparable en medios humanos, moral, estrategia y táctica; los dominios de Italia estarían amenazados y, a la postre, Bizancio quebraría en un cascanueces que los omeyas habrían construido desde Oriente y Occidente en relativamente pocos años. El fulcro de tales operaciones sería precisamente aquel conjunto del sur italiano en el que las grandes islas eran el primer escalón Los líderes musulmanes, de hecho, parecen haber alternado ambas opciones; según la resistencia y dificultades que encontraban en cada momento, con una flexibilidad que demuestra una excelente información, un cuidadoso proyecto para el que no se escatimaron imaginación ni recursos y una doctrina de guerra genial. Es en este aspecto la mayor y más decisiva novedad. La amplitud del terror y la destrucción sería muy medida y proporcional a la resistencia encontrada; la conquista siempre iba precedida de una “preparación” larga y dura (el goteo incesante del saqueo mediante unidades ligeras que entraban y salían como el rayo) con el propósito confesado de llevar a las poblaciones hasta el límite. Sólo la sumisión daría paso a la más dulce de las tolerancias, que incluía (otra novedad) a las élites comarcales: el localismo o “caciquismo” sería el mejor aliado, un “quintacolumnismo” que disfrutaría, a cambio, liberarse de las obligaciones frente al gobierno central. Casi todos los vencidos ganaban; los poderosos en descentralización y los comunes eludiendo los raids dolorosos de aquellos jinetes. Una inteligente y eficiente forma de conquista que descartaba estar, como equivocadamente pensaron los primeros generales de Bizancio, ante “una nueva oleada de bárbaros” que también terminaría por conformarse con alguna tierra que ocupar antes de perder fuelle. Muy al contrario se estaba ante un desafío total, dónde sólo habría un final posible: el triunfo del Islam absorbiendo la romanía.
El año 639 representó un hito en la expansión árabe. Se desató una feroz campaña “de tierra quemada” que presionó con brío y simultáneamente hacia Armenia y Egipto, intentando así alcanzar la estabilidad definitiva de las conquistas en Mesopotamia, Siria y Palestina en las décadas anteriores y crear un área “sin habitantes” que pudiera ser utilizada como corredor para “razias” fulminantes sobre los adyacentes y codiciados territorios de Bizancio. Este esquema de “desiertos” sería una constante en el avance islámico del segundo periodo, que dañará, con crudeza que a veces se percibe hasta el día de hoy, la anterior riqueza de regiones enteras, muchas de las cuales nunca retornarían a los cánones romanos de cultivo y demografía60. La destrucción “apocalíptica” es aún detectable por el análisis de los lugares antaño habitados y dotados de riego que por contra hoy son yermos. El corte, según la literatura y la evidencia arqueológica se produce justo en ese inicio/mitad del siglo VII (la cerámica de uso se detiene en tal tiempo). La destrucción de elementos de producción imprescindibles para la supervivencia es algo que las tribus iraquíes habían contemplado en las campañas de Heraclio en Mesopotamia, pero la intensidad sería elevada en muchos enteros y en áreas más sensibles aún a tales prácticas como Siria, este de Anatolia, Cirenaica, Tripolitania, incluso el África mucho más tarde. Un resumen de los efectos de esa “guerra total” se encuentra en el trabajo pormenorizado y con la tecnología más moderna de Benjamin Z. Kedar, “The Arab Conquests and Agriculture: A seventh-CEntury Apocalypse, Satellite Imagery and Palynology”, Asian and African Studies, 19 (1985) Págs.: 1-15. En puridad, lo que se pretendía era, merced a la ausencia de fortalezas o poblaciones, hacer muy difícil o imposible prever o advertir por donde se aproximaba el siguiente golpe y convertir la vida ordinaria en un infierno del que sólo se podía salir con la sumisión nominal a los califas, cesión o cambio de soberanía que nunca aparentaba ser algo plomizo porque se aseguraban vidas y propiedades amén de libertad religiosa salvo el pago de ciertos tributos. En verdad, permanecer a la sombra del Imperio romano habría de significar un suicidio para ciudades y campesinos de regiones limítrofes; la salida más rentable era llegar al acuerdo con los deudos del nuevo profeta surgido de la Meca. Tal vez, prescindiendo de tópicos religiosos y ahondando en las cuestiones económico-estructurales, seguramente más valiosas, no fue tanto una cuestión de diferencia de dogma como una de supervivencia física y económica, la que hizo que los monofisitas en Oriente Medio aceptaran, a regañadientes, el dominio árabe, renunciando a la anterior comunión con el Imperio61.
60 Uno de los trabajos más técnicos sobre ciencia militar árabe, ya en sus orígenes, y que explica los principios que relatamos es aquel de John W. Jandora, “Developments in Islamic Warfare: The Early Conquest”, Studia Islámica, 64 (1986), Págs.: 101-113. 61 El profesor Roger Collins lo ha expresado en términos inequívocos; en esa “quinta columna” se ha destacado, en muchos casos de manera muy ligera, “a los judíos y hay quien ha visto a los coptos y a los monofisitas jacobitas de Siria no sólo alejados de Bizancio, sino incluso como colaboradores activos de los invasores. En realidad los datos sobre tal participación son muy escasos. No existe prueba alguna de que los cristianos, de cualquier tipo, se hayan alineado abiertamente con los árabes y en lo relativo a la participación judía las pruebas son también escasas y restringidas geográficamente. [...]. Más significativa era la magnitud de los acontecimientos que estaban teniendo lugar y la escala de la violencia y el desorden que los acompañaba, [...]. Los factores más específicos podrían incluir la naturaleza de la guerra y la geografía de los territorios afectados. [...]. Los términos y condiciones que los árabes ofrecían a los habitantes de las ciudades de Siria, Palestina, Egipto y Mesopotamia estaban calculados para eliminar cualquier amenaza que éstos pudieran presentar y para maximizar el esfuerzo militar árabe al evitar la necesidad de emplear hombres para dejar guarniciones en
Mucho énfasis se ha puesto sobre los desencuentros entre alejandrinos o sirios y ortodoxos, supuestos “localistas” y “centralistas”. En cambio no tanto se remarca que, tanto mono como difisitas pretendían imponer sus criterios al conjunto, que ambas eran opciones con pretensiones de “universalidad” y que no faltarían monjes y creyentes de uno u otro signo en mezcla íntima sobre el cabo de todas las áreas de Bizancio. Monofisitas declaradas serían emperatrices tan señeras como Atenais-Eudocia o Teodora. Y emperadores tales que Zenón o Anastasio. Tiberio-Constantino y Mauricio fueron tolerantes y sortearon sin demasiadas complicaciones la cuestión. La “nacionalidad” romana de unos y otros nunca se ponía en duda. No sólo lo atestiguan los propios escritos, bien sean sirios, griegos o latinos, también los hechos. Lo único cierto es que cuando tuvieron ocasión de prosperar en seguridad, los “herejes” siempre prefirieron pertenecer a Roma-Bizancio que abandonarla, y en los días decisivos tuvieron el coraje de pasarse, con más corazón que medios, al lado bizantino62. La gran cuestión se planteó cuando la alternativa era entre la supervivencia y la sumisión, entonces el monofisismo sirvió más como una superestructura ideológica no globalizante, como había sido al principio, sino capaz de justificar una secesión. Dar demasiada importancia a los clérigos que nos han dejado insistente recuerdo de sus disputas conduce, seguro, a una interpretación demasiado sesgada de un proceso que, como siempre en la historia, tiene bases más emocionales y económicas a la vez.

El periodo de Constantino IV (668-685)
8 La rotura del limes en Byzacena, toma sangrienta de Cululis y fundación de Kairouan
las ciudades. La elección que se ofrecía era que si una ciudad se rendía sin resistencia los habitantes conservaban sus vidas, libertades, autogobierno local y libertad religiosa a cambio del pago de impuestos sobre la tierra y personales. Por otra parte, si luchaban y la ciudad era capturada perdían sus propiedades y se convertían en esclavos. Ante la falta de perspectiva de socorro por los ejércitos imperiales, pocas ciudades eligieron la segunda opción. Si el emperador triunfaba finalmente, como lo había hecho sobre los persas hacía poco, no se habría perdido nada y mientras tanto los impuestos pagados a los árabes no eran mayores (y puede que hayan sido menores) que los debidos al gobierno bizantino. Dado que las murallas de aquellas ciudades que no habían sido restauradas, estaban sin duda en malas condiciones, la decisión no parece haber sido difícil de tomar” (Collins, Robert; “La Europa de la Alta Edad Media”, 300-1000, 1991. Págs.: 202-203). 62 Un ejemplo muy significativo es el abandono masivo que los marineros egipcios y sirios hicieron a mediados del segundo asedio de Constantinopla (hablamos tan lejos como el 717) quienes, a millares, abandonaron las naves sarracenas donde eran obligados a servir (o las hundieron con guerreros árabes en su interior), y en pequeñas embarcaciones corrieron a proclamar su fidelidad al que creían por siempre su emperador; aquel araboctótonos que se llamaba León III. El cronista Teófanes habla de que el mar de Mármara era un bosque de pequeñas velas.
cui paruit Nonnus, qui condidit ista, tribunus/ Urbs, domino laetare pio iamque aspice quantis/ Es subducta malis quantoque ornata decore!/ Censuram, statum, cives, ius, moenia, fastus Atque suum nomen posuit tibi regia coniunx/ ... (Inscripción de Cululis Teodoriana) Cuando Constantino IV asumió la corona, tuvo primero que hacer frente a un aluvión de pequeñas rebeliones militares. Por fortuna, el ejército praesental en Sicilia retornó a Oriente ya sin candidato pero encontrando trabajo en la eliminación de otros pretendientes. Occidente, en particular África, se quedó un poco más solo. Los árabes captaron la ocasión y apretaron allí el dogal. La columna que coincide en su momento con la rebeldía de Eleuterio pareció haber sido una simple “descubierta” del estado mayor musulmán en Egipto. Porque el verdadero ataque se dio al año siguiente (casi a la vez que la consolidación en el trono de Constantino IV). El genio de Muawiya ibn Hudaydi quedó reflejado en toda la campaña que siguió. Destinó no menos de 50.000 hombres, de acuerdo a objetivos limitados pero densos. El califa comenzó con un desaforado castigo a una de las comarcas más ricas en la Byzacena. Se vieron afectados sobre todo los ricos campos de Hadrumetun Iustiniana (Soussa) y toda la llanura interior hasta Couloulis (Djelloula) y Mamma (Kouki), donde verdecían los olivares. Los mismos que se talaron por centenares y sirvieron para enormes piras cuyo humo podía ser visto bien lejos; actividad ya ensayada en otros lares antes, (v. gr. Armenia y Cilicia), y de la que hay constancia según los estudios de palinología en diversos lugares arqueológicos abiertos. Una tarea que hicieron a conciencia y sin prisa, sistemáticamente hasta los pies de los muros donde se guarecían los habitantes. Las guarniciones de Hadrumetum y Cululis fueron incapaces de mantenerse inconmovibles y firmes tras las defensas de piedra (como era preceptivo) y empujados por los civiles que veían arder su propio futuro, intentaron hacer frente de manera conjunta a los guerreros árabes. El resultado fue la enésima dolorosa derrota que se saldó con pérdida de valiosos soldados y lo que era aún peor, por vez primera se tomó una ciudad africana, la misma Cululis63 que se
63 Cululis Teodoriana, (Aïn Djelloula), fue una de las ciudades que con mayor esmero hizo adornar el emperador Justiniano. En 1975 se encontró la inscripción conmemorativa de las obras del pretorio bajo las órdenes del tribuno Nonno. Datada en 540, en ella se afirma (son sólo unas escogidas frases de un largo párrafo): “Ciudad alégrate de tener este gobernante piadoso y mira al presente de cuantos males te ha librado y de que ornamentos te ha llenado. En fin, has recibido la autoridad de la administración, la estabilidad política, la ciudadanía, el derecho, murallas, el lujo. Y la esposa imperial te ha dado su nombre...” (Beschaouch, A.: “Un essai de restauration minicipale en Afrique sous Justicien”, Africa, 7-8).
había quedado casi sin hombres armados. Sumando los de otras villas menores, hasta 80.000 varones y mujeres fueron esclavizados y en horrible traslado llevados a la venta a Fez y Damasco64. Pocos meses después, hacia el 670, tropas al mando de Ukba Ibn Nâfi pudieron retornar allí, justo en un lugar previamente arrasado y equidistante de las ciudades citadas; y esta vez la voluntad fue quedarse: pasaban a la siguiente etapa construyendo la característica base militar o centro táctico de apoyo y concentración de efectivos, siempre prestos a la movilidad bélica. Se levantó la ciudadela de Kairouan en un tiempo récord, sitio donde quedó acantonada, casi una división entera de caballería (30.000 hombres aprox.) a la espera de órdenes y ocasión.


9 África contemporánea al gran asedio y la batalla de Constantinopla: el “Stalingrado del siglo VII”
Podría decirse que los bizantinos, a los que cada vez la experiencia les servía más en el manejo de la estrategia árabe en todos los frentes, afrontaron el desastre de Cululis con cierta habilidad y que incluso fueron capaces de obtener notables éxitos a corto plazo. De hecho, la guerra cobró por entonces en África un carácter “posicional”. Se reforzaron los fortines en las villas que formaban nudos sobre vías empedradas, hubo un repliegue táctico hacia el noroeste pero los baluartes más próximos a Kairouam se mantuvieron, para vigilar y dar aviso de cualquier movimiento. No hay duda de que, pese a la energía desesperada de los mandos militares, muchos ciudadanos de la élite debieron emprender entonces la huida. A Baleares, Sicilia e Italia sobre todo, aunque también lo harían a la Hispania visigoda y Constantinopla. Los ciudadanos pobres simplemente debieron aguardar los acontecimientos o emigrar a pie hacia Numidia primero y la Tingitana después. La fase de la guerra que comenzaba ahora prometía ser la más dura. De una incertidumbre suprema, ¿qué esperanza cabía cuando se llevaban más de 30 años de conflicto y el antecedente era la desaparición de las provincias que precedían en la ruta desde Egipto, las desgraciadas Cirenaica y Tripolitania? Los árabes, de momento, perdieron su capacidad de sorprender y tras varios descalabros menores comprendieron que, tal vez, había sido una decisión precipitada fijar un núcleo tan al Occidente. Hubo un verdadero estancamiento. El territorio bizantino no pudo ser alterado en mayor medida porque la rápida información de las salidas árabes pronto permitía una respuesta coordinada que ponía en serios apuros a los yemeníes y sirios. En pocos meses estuvo claro que sólo con un cuerpo más
64 “En este año, Constantino deviene emperador junto a sus hermanos. Los sarracenos invadieron el África y tomaron, como es sabido, 80.000 cautivos” (Teófanes, Cron. ed. Mango, pág. 491). La cruel hazaña también es señalada por Miguel el Sirio (ed. Chabot, t. 2. pág. 454) y por Agapios (ed. Firs, pág. 231) que amplía la cifra a 100.000.
abultado de combatientes cabía lograr avances; si se limitaba al contingente “fijo” en Kairouan no sumarían nada de valor a la gloria de Alá. Pero tales refuerzos no eran procedentes. Muawiya había decidido desencadenar la “gran batalla” y ya no le importaba nada más: el objetivo lo creía maduro para arrebatárselo a los infieles; ella, Constantinopla, significaría el fin de Bizancio y la puerta abierta para dominar el mundo del Norte, “Europa”, y otorgarle el honor de ser el primero en repartir allí la última verdad revelada, y recoger de allí riquezas sin medida. Áreas costeras muy específicas de Chipre, Cos, Mileto y Cízico fueron tomadas, aseguradas por “limpieza en círculo”, iniciándose la construcción de sendas bases. La tarea, planificada geo-tácticamente al detalle, llevaría cuatro años; entre el 670 y 674. En la primavera del último ya llegaba el turno de Esmirna, atravesar los Dardanelos y sellar el Bósforo. Se iniciaba el tremendo y épico primer asedio a Constantinopla. La batalla por hacerse con la Nueva Roma duró cinco largos años, y en ella los árabes pusieron todos sus mejores hombres y recursos. Hubo momentos de verdadera angustia en la que el resultado a punto estuvo de rematar. Pero finalmente no lo consiguieron, virtud al valor del pueblo romano, la inteligencia de Constantino IV y la habilidad de los ingenieros militares que pusieron a punto un arma de guerra sin parangón hasta entonces: el fuego griego que, poco a poco, terminaría con el dominio naval musulmán, poniendo fuera de servicio sus arsenales de aprovisionamiento y quebrantando su inmensa fe en la pronta victoria que parecía haber predicho el Profeta en su libro inspirado. Murieron frente a los muros de Teodosio algunos de los grandes jefes, como Abu Eyub, y la retirada a través de las costas de Cilicia estuvo cuajada de desastres y nuevas pérdidas. El balance para los califales fue calamitoso; tal vez perdieron unos 80.000 hombres, la mitad de la flota y toneladas de moral. Moawiya quedó impactado, sumido en el estupor y la depresión. Nunca pudo prever tal adversidad; ellos, victoriosos desde hacía décadas, habían fracasado en el momento decisivo. Tal vez, como dejó dicho el cronista “entendieron que el Imperio Romano estaba guardado por Dios” (Teófanes, Cron. ed Mango, pág. 496). En Cartago, la mermada moral de los africanos tuvo que ganar enteros. Que vendría muy bien, porque a renglón seguido, y con el brío de una revancha y segunda oportunidad para los árabes en su empeño de alcanzar a dominar el orbe, les iba a corresponder entregar a ellos su generosa dosis de sangre. 


10 Periodo 675-683.
Victorias bizantinas en África. Batalla de Tabudeus
En el año 675, el califa Moawiya había perdido una gran cita con la historia pero sabía que tenía otras pendientes. Inmerso en el nerviosismo y la duda sobre la idoneidad de sus propias decisiones (algo característico de todo comandante que sufre un duro revés) decidió cambiar el mando en Kairouam. Ukba fue sustituído por Abû-l-Muhâdjir, otro jeque de notable y dúctil inteligencia, que se propuso flanquear los territorios bizantinos por el sur y establecer relaciones directas con los beréberes del pre-desierto, anclados a oasis y en un estado muy primitivo de sociedad; a los que, pensaba, no sería difícil trasladar su fe en Alá y Mahoma65. El propósito de tal alianza quizá fuese poder atravesar zonas áridas y también hostiles en un relativo confort y seguridad; volviendo a gozar una libertad de movimiento y capacidad de hacer daño, porque era posible efectuar giros hacia el Norte donde fuera apropiado, con el factor sorpresa de nuevo en su haber. Derrochando diplomacia el jeque consiguió, de hecho, hacer entrar en su órbita algunas tribus en la frontera meridional de Byzacena. Y sin duda el camino podía abrirse aún más sin demasiado esfuerzo; los nuevos “hombres fuertes” se atraerían a la mayor parte de los nómadas si se dejaba transcurrir el tiempo necesario y obtenían alguna victoria clara en el interior del territorio rumi, lo que marcaría un efecto “llamada”. Ahora se necesitaba paciencia. Comenzaba a notarse el tremendo desgaste que había ocasionado la matanza ante los muros y la retirada en Constantinopla66; era un punto de inflexión, aunque costaba aún darse cuenta. Pero un nuevo califa, Yacid I, que había sucedido en el 680 al descorazonado Muawiya, no tenía tanta paciencia. Tal vez menospreció a su predecesor, al precavido Muhâdjir y también a los bizantino-africanos. Devolvió el mando a Ukba, un hombre de enorme valor, ágil y certero en la razia que le habían planificado desde el mando en retaguardia, pero poco apropiado para llevar a cabo una verdadera guerra con condiciones de información y movilidad similares del oponente. No tenía sentido medio-estratégico ninguno. Y encima, no se le dotó de una tropa suficiente para entrar “en fuerza” sobre Byzacena, algo que seguro hubiera hecho bien. 65 Es importante recalcar que por entonces los “beréberes” estaban perfectamente diferenciados en dos grupos. Por un lado se encontraban aquellos llamados “del interior”; descendientes de las tribus que pelearon con Troglita y se habían fijado en “reservas”, hombres ya sedentarios y cristianizados en gran medida. Por otro, los “del exterior”; nuevas remesas humanas que seguían haciendo una vida nómada en torno al amplio pre-desierto, gentes que conocían la Romanía pero sin ligazón alguna con tal civilización salvo el comercio a baja escala y a través de ese fuerte limes que llevaba ahora un siglo sin problemas. Es a éste segundo gran grupo al que se dirigirá la atención de Muhâdjir (En torno a este tema, muy confuso hasta hace poco, trata la “enciclopédica” obra de Moderan, Yves: “Les Maures et l'Africa romaine (IV-VII siècle)”. École Française de Rome, 2003. 66 Los árabes tuvieron problemas de relativa importancia en el territorio que creían más controlado, inmediatamente después y a resultas del fracaso en Constantinopla. Una gran rebelión contra ellos protagonizaron los palestinos rumi, algo que alcanzó a poner en serios apuros a las guarniciones árabes en Tierra Santa y las montañas del Líbano. Un dato más que explica porqué los árabes no tenían disponibilidad de tropas en África. “En este año 676/7, los mardaítas se levantaron en el Líbano, se adueñaron de la tierra y de las Montañas Negras llegando hasta la Ciudad Santa y capturando las cumbres del Líbano. Muchos esclavos, cautivos y nativos tomaron refugio junto a ellos, así que en poco tiempo sumaron muchos miles de rebeldes. Cuando Moawiya y sus consejeros escucharon todo esto tomaron mucho temor..." (Teófanes, Chronogr. ed Mango, pág. 496).
El árabe se lanzó contra los primeros beréberes que no le quisieron reconocer a la primera como dueño y maestro. Animado por la aparente falta de resistencia (las tribus continuaban con su costumbre de no afrontar directamente al adversario y, siempre nómadas, simplemente cambiaban de lugar donde fijar sus tiendas), se arriesgó en una alocada carrera hacia la nada en el punto más al poniente que pudo alcanzar. Era una locura sin sentido, ningún provecho ni conquista recogería, salvo la mitificación posterior como “mártir” del Islam. De retorno los expedicionarios que, tal vez, giraron en torno a la linde del actual territorio del Sahara Occidental (RAS), marchaban cansados y con pocos víveres, vigilados por exploradores y cavilas en contacto con los bizantinos. Cayeron así en una emboscada sin salida posible, al sur de la ciudad fronteriza de Tabudeus. El general Cecilianus67, con cohortes romanas y el concurso entusiasta de beréberes ávidos de botín se precipitó en el momento justo a la espalda de los exhaustos. Ukba y todos sus hombres fueron masacrados. Mientras los nómadas se apropiaban de los despojos, los bizantinos aprovecharon para cercar y destruir lo más importante en términos tácticos: la poderosa y siempre amenazante base Kairouan. Corría el año 683. La victoria bizantina de Tabudeus68, por fortuna para los historiadores modernos, llegaría a ser celebrada muy lejos; hasta en la corte del Papa se consignaría69. Los 67 Por desgracia, muchos textos “ligeros” siguen confundiendo el personaje de manera lamentable. La mayor parte de las llamadas “fuentes” árabes (ya hemos señalado reiteradamente que todas son muy tardías, a siglos vista de los acontecimientos) de costumbre confunden el mito y la leyenda con la realidad última de los hechos que se refieren. La imaginación no encuentra coto para, sucesivamente, elaborar desde las iniciales otras tramas más y más hermosas literariamente, fantásticas como cuento, pero inservibles en cuanto información, salvo desglose muy fino. Ibn Khaldûn aduce datos tan confusos como contradictorios entre sí. De aquellos citados por segunda referencia sólo el más antiguo, el Kitàb al-Istibsar, que parece recoger noticias de un relato aún más anterior, distingue a "Kusayla" como el rumi comandante de la plaza de Tahûda (Tabudeus, evidentemente); y AL-Bakri, el más serio de los árabes, nacido o criado en Ceuta y seguramente heredero de cierta tradición latina, en concreto nos explica: “Cuando Okba llegó cerca de Tehuda, el ejército romano se puso en movimeinto conducido por Kacila en tanto las tropas beréberes se aproximaban para unírseles”, (Al-Bakri, Descr. ed. De Slane, pág. 151). Estos textos y el más importante aún del Liber Pontificalis que citamos más abajo, fuente de la época exacta, y otras consideraciones que se han puesto de manifiesto hace también muy poco tiempo, son los que han permitido dar la luz en estos hechos, tan confusos y tergiversados en libros aparentemente “serios”, donde se sigue repitiendo la barbaridad de catalogar a Kusaila como un jefe bereber “orgulloso y defendiendo su tierra”. Aún Diehl se veía plegado a aceptar (la verdad es que no de forma definitiva ni convencido) tal identificación, forzado por la ausencia de datos fiables y la “presencia” de relatos árabes tardíos que así afirmaban. Aún después, los investigadores no sabían cómo abordar la cuestión, cayendo siempre (cualquiera que fuera la opción que se escogiera) en laberintos de explicaciones disparatadas. El profesor Ch. E. Dufourcq ha sido el primero en llamar la atención sobre las fuentes latinas y demostrar la deformación árabe del nomine latino Caecilia-Caecilius (Cecilio o Ceciliano), un nombre muy común en África por mor del santo de Cartago con ese mismo epónimo (San Ceciliano, que se celebra aún en el calendario católico el 3 de Junio; quién, según el martirologio Romano, av. 1970, fue un sacerdote de Cartago que convirtió al cristianismo al que luego sería San Cipriano. Este último no cesaría jamás de dar honor al nombre de su guía espiritual y lo añadiría al suyo. A la muerte de Ceciliano, San Cipriano tomó a su cargo y cuidado a su viuda y los hijos. Para un conocimiento exhaustivo sobre santos y reliquias en el África romana se puede consultar el texto de Victor Saxer: Morts, Maartyrs et reliques en Afrique Chrétienne aux premeir siècles. Les testimoignages de Tertulien, Cyprien at Augustin à la lumière de l'Archéologie africaine, Théologie Historique, 55, 1980). 68 Tabudeus (Tjouda) pasa por ser una de las fortalezas bizantinas más poderosas del limes sur, hacia el pre-desierto. Las piedras que sirvieron para las construcciones militares se reutilizarían después en muchos edificios, incluso localidades un tanto alejadas. En la misma actual “Tjouda” se han encontrado muchas inscripciones de diversas épocas que señalan las reparaciones llevadas a efecto por el prefecto Solomon y otros posteriores (la mezquita de Sidibou Baker está construída en base y los elementos de una caserna). El uso por los limitanei bizantinos parece haber llegado hasta cerca del año 700 (defendiéndose junto a sus familias de forma aislada de invasores o ladrones beréberes), porque los árabes ya estaban a “otros temas” y aún después la población rumi ha dejado estelas funerarias cristianas hasta el siglo IX, (Durliat, Jean: Les dedicaces d'ouvrages de défense dans l'Afrique Byzantin, École Française de Rome, 1981, págs. 121-122).
siglos, la desidia y la fantasía oriental harían luego caer un injusto y férreo velo sobre ella, hasta el punto de querer negarla o robarla ante la historia. Pero se ha abierto camino y aunque sea la última vez que las armas de Roma alcanzaron el triunfo en el interior de África debe ser recordada como tal

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