divendres, 23 d’agost del 2013

El África bizantina. Parte III (2)



El periodo de Justiniano II (685-695)
11 La batalla de Mamma y la nueva base en Kairouan
La derrota de Ukba alertó a los supremos líderes en Damasco. Pero no hubo mucha capacidad para reaccionar. Seguirían seis años de absoluta inactividad en África, un periodo que resultó imprescindible para que los árabes pudieran recuperarse de tanto contratiempo. El califa Abd-al-Malik (que asumió el poder entre abril y mayo del 685), tuvo muy claro que, de momento, la ruta directa hacia Constantinopla (por mar o tierra), quedaba fuera de toda consideración. Es más, su rival Justiniano II, un joven y flamante emperador bizantino que parecía querer honrar la memoria del homónimo llamado “el Grande”, imponía su voluntad en Anatolia. Tuvo que devolver algunos tributos y ceder sus bases en Chipre, incluso debió permitir a los cristianos libaneses y marraditas, que resistían en las montañas al norte de Palestina, que emigraran sin ser molestados a territorio bizantino y allí sirvieran como bravos soldados contra el Islam. Tan bien marchaban las cosas, aparentemente, que el augusto se decidió a emprender “otra reconquista”, ésta vez en los Balcanes, infestados de eslavos que prosperaban a expensas de rumis, amén de un nuevo elemento invasor que asentaba sus reales al sur del Danubio: los búlgaros. Sería una tarea superior a las, en realidad, muy mermadas posibilidades de la romanía. Justiniano sólo consiguió perder preciosas huestes para apenas liberar Tesalónica y sus alrededores. En el año 689, los árabes ya contaban con nuevas reservas humanas, entre los que no faltaban generaciones de nuevos conversos. No habría ensoñaciones con la “polis” Nueva Roma; la señal divina marcaba diáfana hacia África, una amplia costa desde donde era en extremo fácil llegar a Europa... Un ejército impresionante, tal vez otros 50.000 guerreros al mando de Zuhayr Ibn Kays, se puso en marcha desde la base de El Kefir (la Cirenaica y Tripolitania seguían abandonadas como “tierra de nadie”) y en jornadas llegó de nuevo al precario limes oriental de Byzacena. 69 El Liber Pontificalis del Papa Juan V, (685-686), señala: “sed provincia África subjugata est Romano imperio atque restaurata...”, (Liber Pontificalis, ed. Duchesne, t. I. Paris, 1955, pág. 366).
El general Ceciliano, que había sumado como auxiliares a ciertas tribus beréberes del Aurés, se encaró al enemigo en el punto estratégico sobre el que parece girar toda acción que se precie sobre Byzacena hacia Proconsular: el triangulo Hadrumetum (Soussa), Limisa (Ksar Lemsa), Mactar; allí donde Solomón se había batido un siglo y medio antes y poco después también el gran Troglita. No parece haber sido una batalla fácil, pero la superioridad islámica y, tal vez, la defección de grupos nómadas, inclinaron la balanza hacia las banderas verdes. Los tagmas bizantinos sufrieron muchas bajas, entre ellas el propio Ceciliano, y el abandono subsiguiente de fortines próximos dio permiso para la reconstrucción, con inaudita rapidez, de la segunda Kairouan70. Los bizantinos llevaron a cabo un desembarco en Tripolitania (sin duda los navíos debían proceder de Cartago) para cortar la larga vía de suministros del ejército árabe; una operación sin duda muy habilidosa y digna de un gran estado mayor. Y que cosechó éxito: obligaría a Zuhayr a retroceder con el grueso de sus fuerzas para afrontar a los romanos en retaguardia, ocasionando una dispersión de sus fuerzas muy incómoda. Seguramente este contraataque y el hecho de que, quizás, los árabes tampoco habían salido muy bien librados en la misma Byzacena sean la causa de una ausencia flagrante de continuidad en el avance o “aprovechamiento de la victoria”. De hecho, se suceden al menos otros tres años de lo que parece escasa actividad, aunque nos inclinamos a creer que se ocuparon en tareas para asegurar el recorrido desde Egipto, algo que se había visto como prioritario e imprescindible.
 
El periodo de Leoncio (695-698)
12 La primera caída de Cartago (695-696)
A finales del 695, triunfó en Constantinopla un golpe de Estado. En los últimos años Justiniano II se había hecho impopular. La guerra, con la que incluso quiso
70 Los soldados bizantinos en todas las guerras contra los árabes sobre suelo de África nunca se mostraron reacios al combate o traidores a sus jefes, como había ocurrido a menudo en el periodo inmediato a la reconquista. Es evidente que ésto se debe al hecho de que ahora eran hombres de la región, africanos que se batían a la vista de los suyos. A menudo morían hasta el último hombre junto a sus jefes, como fue el caso de Gregorio o Ceciliano, todos los que nos han llegado, aunque seguramente hubo más que no tuvieron el triste consuelo de dejarnos memoria. El profesor Haldon señala y explica que, tanto en Italia como en África, de manera gradual, los milites acantonados llegarían a ser reclutados casi enteramente desde el medio local. Si los expedicionarios de Belisario y Solomon eran sobre todo tracios, ilirios o armenios; tras una o dos generaciones, los matrimonios mixtos y la obtención de tierras o propiedades, sumado a las habituales medidas de fomento, exenciones y mayor consideración social, hicieron muy atractiva la carrera de las armas para muchos africanos de clase media (Haldon, J. F.: Byzantium in the Seventh Century, 1990. pág. 249). Respecto a la reconstrucción de Kairouan es un hecho notable que no refleja más que la idoneidad del terreno y la urgencia. No tuvieron ánimos de “desertizar” otra zona así que aprovecharon la “laguna humana ya fabricada”.
recuperar la iniciativa/ofensiva, consumió ingentes cuotas del Tesoro público, que con trabajo eran repuestas por el desagradable fisco a base de estrujar a los ciudadanos con desagradables extorsiones. Asumió el poder un general llamado Leoncio, no demasiado dotado, que tardaría un tiempo en asumir de verdad todos los resortes de tan vasto Imperio. Y que, por mor de ser más popular reducirá gastos y presión fiscal; algo muy poco apropiado para el esfuerzo militar. Los árabes, como de costumbre, estaban bien informados. Decidieron entonces lanzar la gran campaña que se había demorado ya un tanto. Ese mismo año o a principios del siguiente llegó a Kairouan el mayor ejército islámico visto hasta entonces en África; dispuesto a conquistarla, sin detenerse ante nada. El comandante en jefe se llamaba Hassân ibn el-Noman el-Ghassani y, probablemente, dirigía un cuerpo completo con un número de combatientes no inferior a 80.000 hombres . Es muy importante para poder seguir el hilo de la conquista, entender la nueva situación geo-estratégica y geo-táctica a la que se había llegado ya muy próximo al final de aquel “bélico” siglo VII. Los árabes tenían ahora el empeño de avanzar hacia Cartago-Italia y, pese a la jornada de Mamma y la momentánea dislocación del poder en Constantinopla, la tarea prometía no ser fácil. Hacia el Norte-Oeste se situaban los romanos, correosos y de los que cabía esperar una resistencia técnica y “estática”, basada en las ciudades. Exigiría dotarse de medios de asedio. Al Sur-Oeste una tierra inhóspita donde pululaban tribus beréberes, algunas atraídas al socaire precisamente de la incertidumbre que provocaba la contienda, fáciles de vencer pero mucho más escurridizas y que, en caso de tener oportunidad, podrían causar mermas en los trenes “de asalto” (carros, catapultas, torres, etc.), por fuerza lentos, que habría que trasladar a cada etapa. Serían fuerza amiga tras la toma de cada villa y fortín, para participar en el saqueo, pero enemiga si el asunto se prolongaba y caían en la tentación de esquilmar un tanto a los musulmanes que “vivaquearan” o no marcharan ágiles. Con todo, los árabes no parecieron haber tenido nunca una gran predisposición a la poliorcética. Sin despreciarla, preferían la movilidad, el daño a las infraestructuras y estimular el combate libre en el llano. Aquella doctrina había funcionado muy bien hasta entonces y en África tendría su colofón71. Tal vez, Hassan prefirió actuar con suma prudencia. Dividiendo a su ejército en dos secciones, una marcharía raudo y sin detenerse en plazas menores contra la capital, Cartago; mientras la otra se movería en el área central y meridional para mantener a las guarniciones sin posibilidad de salir y concentrarse, amén de infundir respeto entre los beréberes del Aurés, aliados ágiles de Bizancio por mor de su cristianismo y deseo de conservar la tierra en la que ya llevaban sedentarizados, al menos, un siglo. 71 El sistema aún funcionará en el sur de Hispania donde se sumará la dicotomía rumi-hispano versus visigodo; excepto en el extremo septentrional donde las montañas y el clima lluvioso hacen imposible causar daños de ese tipo y permiten fácil esquivar las razias. Aún más, la respuesta de los astures cristianos será aplicar dolorosa posología con la misma medicina: Alfonso I el Batallador, un líder inteligente y resuelto, se dedicará durante todo su reinado a devastar el agro en la meseta norte. Con ello conseguirá que los árabes se desplacen al sur, al no dejarles nada sobre lo que asentarse y extraer beneficio, y los cristianos emigrarán hacia el reino de Asturias, donde engrosarán las huestes y pondrán en funcionamiento nuevas tierras de cultivo en los valles de Galicia a Santander, semillero de futuros súbditos, soldados y monjes.
No tenemos, por desgracia, ningún dato, por mínimo que sea, para saber qué ocurrió esos días (ni siquiera estamos seguros si era 696 o 697), en la meritoria urbe reina de África durante siete siglos. Tal vez se vieron sorprendidos: el exarca (del que ni siquiera sabemos su nombre) intentaría salirles al paso, y al ser rechazado, en medio del pánico, la mayor parte de la población decidió subir a los barcos en el puerto y abandonar la ciudad. Seguramente buscaron refugio en la región próxima de Bizerta y tras las murallas de Vaga o aún más hacia Numidia y Cesariana72. El caso es que, cumpliendo órdenes, Cartago y sus instalaciones apenas sufrieron daños aunque el jeque ordenó de inmediato demoler las murallas. Interesaba el puerto pero no que el enemigo pudiera volver a atrincherarse allí. Luego descendió hacia el Sur, para converger con la otra sección y buscar al grueso de las fuerzas bizantinas que restaban, concentradas y a cobijo en la plaza fuerte de Iustiniana Capsa (Gafsa)73. Éste relato, que sólo es una hipótesis, explicaría que aún acontecieran combates muy duros, precisamente sobre la línea más fortificada desde antiguo (el vetusto limes sur) durante algunos años. Sabemos que todavía en el 698, ya tomada la capital, la ofensiva estaba anclada en el entorno de la línea que va desde Iustiniana Capsa a Cuicul, en Numidia meridional74. Seguramente los bizantinos se sostenían con la energía y furor que da la mayor de las congojas. Y el hilo de una esperanza: la flota con ayuda desde Sicilia. 

13 Contraofensiva bizantina y último esfuerzo árabe.
La guerra total
En el periodo 695-700, el frente de Anatolia permaneció muy estable y ello pese a que no faltaron rebeldías, incluso laxitud en Armenia; señal inequívoca del vuelco árabe hacia la sufrida África75. Leoncio, asentado ya en el trono, envió al fin una flota importante que incluía a los mejores marinos (aquellos del tema de los ciberriotas), para recuperar Proconsular y converger-apoyar a las tropas casi aisladas que se batían en el sur de Numidia. Los destacamentos de Tingitana (cuya fuerza era sobre todo naval) permanecerían a la
72 Así lo supone Diehl, L'Afrique byzantine, t. II, pág. 583 73 No parece descabellado pensar que, pese a todo, las guarniciones de Numidia y Cesariana pudieran sumarse a las de Byzacena y Proconsular (de éstas últimas, las escasas que lograran huir de Cartago), para sostener mejor la batalla. Eso significaba desguarnecer las provincias más occidentales pero debían saber que su suerte estaría echada si no intentaban una resistencia común. En cualquier caso ciertas ciudades se defenderían sólo con los civiles tras los muros. 74 Para la arquitectura defensiva en ese entorno puede consultarse el artículo de Morizo, Pierre, A propos des limites meridionales de la Numidie byzantine, Antiquites Africaines, t. 35, 1999, págs: 151-168. 75 La política de traslado forzoso de poblaciones desde los Balcanes (que se daban por perdidos) hacia los “desiertos” creados por los árabes en el Éste también parece que estaba dando sus frutos. Eran gente pobre que recibía tierras para cultivar. Precisamente de allí brotarían los futuros soldados, generales y emperadores llamados “sirios” o “iconoclastas”.
expectativa, máxime cuando el otro enemigo secular, el reino visigodo, estaba muy atento a la partida que se jugaba no lejos ya de su casa. El mando de tan señalada expedición recayó en el patricio Juan76. En principio hubo éxito, sin duda el desembarco no tuvo problemas y los estandartes bizantinos volvieron a ondear en el viejo puerto cartaginés. Después tocó el turno de la liberación de las ciudades rodeadas o acosadas. Los destacamentos en torno a Iustinana Capsa, que estaban apoyados con gran efectividad por beréberes cristianos desde el Mons Auriensis (el sempiterno macizo del Aurés), establecieron contacto y la iniciativa cambió de bando77. En pocos meses, las fuerzas de Juan hicieron que Hassan debiera replegarse con prisa hacia Kairouan. Y no fue “la Kahena” la responsable, seguro resultó ser ese tribuno “hábil”; como con jugosa precisión nos informa Teófanes: “Llegando a Cartago, este hombre rompió con la fuerza de sus brazos la cadena del puerto que allí se ubicaba y aplastó y expulsó al enemigo, liberó todos los fuertes de África y después de estacionar sus propias guarniciones envió noticias de todas estas cuestiones al emperador; y allí pasó el invierno aguardando las órdenes del emperador” (Teófanes, Crhon. ed. Mango, 370. pág. 516). El califa no quiso de ninguna manera renunciar a ese ahora imprescindible (por mor de la base necesaria para el salto a Sicilia y por razones de prestigio incluso), avance hacia el Oeste en África. Tardó otro año en preparar una nueva fuerza, seguramente la mayor jamás hasta entonces enviada a tales lares. Y además ahora sumaría una flota, el grueso de la nueva marina árabe que resurgía desde los astilleros egipcios. Sabían que sin el dominio del mar, Cartago se les iba a resistir78. 76 Los cronistas reflejan la importancia del contingente enviado: “En este año (697/8) los árabes envían una expedición contra África, la cual ocuparon y guarnicionaron con su propio ejército. Cuando Leoncio hubo sido informado de ello, despachó al patricio Juan, un hombre hábil, al frente de la flota romana entera” (Teófanes, Cron. ed. Mango, pág. 516). A remarcar el dato de “entera” aplicado al de “flota”. 77 No cabe duda de que en esos momentos lo que parece haber sido una firme coalición beréberes del “interior”- rumis en ese extremo sur que flanqueaba la fortaleza bizantina que hoy llaman Gafsa, debió cobrar más esperanza y brío. Como en crónicas y, sobre todo, en novelas y fantásticos “noticiones”, ha tenido gran predicamento una dudosa anécdota de éste sector (menor en cualquier caso). Merecerá la pena pararse unos párrafos en ella. Producto de la incipiente asimilación o romanización de los antiguos nómadas que iniciaban sus segundas o terceras generaciones cristianizadas por completo, al parecer una mujer dirigía cierta confederación del Aurés (Mons Aurasius), la legendaria “Kahina”, contando con el apoyo de algunos destacamentos rumi (¿limitanei?), para luchar con mayor eficiencia. Las salidas de defensores bizantinos en ciudades como Telepto, Tebeste, Mascula, Tamugadi o Lambaesis y las cargas, bien coordinadas, de jinetes beréberes que descendían de improviso desde Chelia, Checher o Barbar, pudieron haber puesto las cosas muy difíciles a Hassan y sus árabes en Numidia meridional; una etapa incierta que encuentra sobresaliente eco en esos cronistas tardíos que, de forma comprensible dada su mentalidad y circunstancias, cargan tintas contra una “mujer” y unos “bárbaros” (ahora, cuando se escribían los textos, “hermanos en la fe”, que convierten en los “principales protagonistas”): ella como figura mito heroína/anti-heroína de un verdadero relato de las mil y una noches trufado del simbolismo de Eva opuesta a la salvación de su hombre/pueblo. Con todo, no conviene confundir los términos. El combate principal es al Norte y los romanos, como es comprensible dado su mayor número, potencia y técnica, llevan el principal peso. 78 El envío de una flota que aparenta ser aún más fuerte que la bizantina, de la que sabemos su volumen, obliga a suponer que la respuesta árabe debió echar también “toda la carne en el asador”: un ataque simultáneo por dos vías, naval y terrestre.
Hassan se dirigió de nuevo directo contra Cartago (año 698/699), y veloz como el rayo enfrentó la ciudad a la vez por mar y tierra. Juan no había tenido tiempo de reparar bien las murallas y, habiendo distribuido demasiado sus fuerzas por el interior del país (o en el área más próxima a Kairouan) fue incapaz de resistir el embate. Con la escuadra abandonó por segunda vez la ciudad (en la que pocos habitantes debían quedar ya) y se refugió en la isla de Malta o Creta79. No parece haber sido una derrota total, sólo un repliegue táctico para recuperar fuerzas, reunir refuerzos y replantearse un nuevo lugar de contraataque o simplemente ampliar el camino hasta Septem, (Ceuta), o Cesarea en vías a una cobertura sobre las ciudades aún libres en Numidia y Cesariana o aún Tingitana. Nunca lo sabremos porque no hubo lugar: un motín (un “plan diabólico” lo denomina Teófanes), dirigido por el drongario (almirante), Apsimar (un ciberriota ambicioso que asesinó al general en jefe Juan), frustró toda la delicada misión. Ordenó poner rumbo a Constantinopla habiéndose proclamado emperador. Sabía que sus oportunidades eran muchas. Controlaba la mayor y más poderosa fuerza naval de Bizancio. Para superior desgracia en la capital se vivían días horribles; una epidemia de peste bubónica estaba en curso. Aguardó algunos meses en el exterior pero, al fin, alguien abrió las puertas y obtuvo el poder en la Nueva Roma. Aquello, seguramente, sentenció el futuro del África. 

El periodo de Apsimar Tiberio II (698-705)
14 África en llamas.
La aniquilación de la resistencia latina en el exarcado africano
¿Cual fue el destino inmediato de Proconsular, Numidia y Byzacena; mientras Apsimar recogía el producto de su felonía? Todo apunta a un desastre de grandes proporciones. Los cronistas árabes, curiosamente, coinciden en señalar un periodo de “ciudades destruidas, árboles cortados, cultivos incendiados”, un país que “desde Trípolis hasta Tánger no era más que un único paisaje desolado” (citado por Diehl, L'Afrique byzantine, t.II, pág. 585). 79 Por fortuna, Teófanes también explica con detalle el suceso. “Pero cuando el califa escuchó todo eso envió otra vez un numeroso y aún más poderoso ejército y flota, entró en fuerza a la rada de Cartago y aún tomó una de las torres, obligando al susodicho Juan a salir con sus barcos. El dicho Juan recaló en territorio seguro, intentando reunir una fuerza mayor..." (Teófanes, Cron. ed. Mango, 370, pág. 516). En cuanto a ese “territorio seguro” parece tratarse de una isla mediterránea próxima, mejor que Creta (como a menudo se señala) sería Malta, que por entonces también era una base bizantina importante y mejor situada respecto a Cartago.
Esto quizás fue una (no la mejor) prueba de una desesperada, numantina resistencia de los africanos romanos. Siglos después, las destrucciones se achacarían a una orden precisa de esa Kahena fantástica, la misma que moriría gloriosamente en batalla, su castillo habría sido el anfiteatro de El Djem y las Termas de Cululis el escondite de su fabuloso tesoro... Todo lo opuesto, hay pruebas sobradas de que los beréberes fueron los principales beneficiados del hundimiento bizantino en África. Si algunas tribus en foedos, ya sedentarizadas y agrícolas como aquellas del Aurés, lucharon hasta el final con los rumis; otras muchas, máxime las extralimes más “nomadistas”, se sumaron encantadas a la razia permanente que parece haber desencadenado Hassan durante uno, dos o incluso más años para terminar con cualquier atisbo de resistencia. La población romana no podía ser partidaria de ninguna “desertización”, evidentemente, puesto que era su patria y su forma de vida de ocho siglos. Los árabes tampoco querrían tanta destrucción, a no ser que no vieran otro modo de dominar a los cristianos. Pero los que en cualquier circunstancia estaban interesados en un cambio drástico en las condiciones socio-demográfico--agrarias del país eran los beréberes, que tiempo llevaban queriendo aprovechar la riqueza y las tierras de clima suave para sus ganados. Una pugna sedentarismo-nomadismo que parece haber sido secular80. La huída en masa de la población costera hacia Sicilia y las Baleares está perfectamente atestiguada en fuentes escritas y restos arqueológicos. Las capas de ceniza en las ciudades del interior que marcan esa fecha, explican bien cual fue el destino de otros81. Por lo que respecta a la tantas veces loada en la literatura latina y secular riqueza agrícola del África, lo más se marchitará muy rápido. Los campesinos romanos, asesinados o esclavizados primero, arrinconados después en contados lares, se hicieron minoría ya a principios del siglo VIII. La transhumancia se convirtió en lo predominante. Los grandes nómadas camelleros, los Zenatas, iniciaron un avance imparable hacia el noroeste y encontraron en el Hodna y las altiplanicies condiciones inmejorables para ellos y sus familias. Así, en el mismo cuadro geográfico de un África latina próspera, surge un nuevo país “chaouia” que, aún a mediados del siglo XX, estaba bien a la vista. Se perdieron no sólo vidas y cultivos, también obras del intelecto y crónicas que, a buen seguro, existieron entre los anónimos eruditos 80 Las tribus beréberes no solo ocuparon el terreno despoblado, también se sumaron alegres a los vencedores (algo muy tradicional) y pronto, apenas con un barniz de doctrina islámica, se prestaron para colaborar con los árabes en nuevas conquistas. 81 Apsimar-Tiberio sólo tomó alguna medida administrativa en este orden. La población en Sicilia, Baleares y Córcega parece haber aumentado de manera muy importante en esas fechas. Las flotillas y demás barcos de comercio y transporte jugaron un papel trascendental en el éxodo. El emperador "ciberriota" hubo de crear por ello dos nuevos exarcados. Por un lado Sicilia, con Malta y otras islas menores, separándola de Italia; y por otro Córcega con las Baleares. Tingitana sería ya denominada “Tema Septensiano” (por Ceuta/Septem) y sería una región de poder naval porque su nombre se liga al de los Ciberriotas. Se fechan en el año 700 (Treadgold, Warren: Byzantium and Its Army, 284-1081. pág. 26).
africanos82. Pero las piedras quedaron allí, con la enorme ventaja de no ser reutilizadas de forma masiva ni soportar por encima nuevas construcciones. Ellas son un impresionante legado y una “fuente”, la “gran voz” con la que la romanía africana nos habla desde los siglos. Respecto a Apsimar-Tiberio, el emperador pareció haberse olvidado del África. Era un cilicio y, tal vez, pensaba más en la seguridad de su mar y en aprovechar la coyuntura para avanzar en Anatolia. De hecho, en el 699 o inicios del 700, invadió Siria y consiguió destruir la mayor parte de los acuartelamientos fijos árabes en el país, tomando un número de prisioneros que Teófanes se encarga de exagerar (habla de 200.000 árabes tomados cautivos tras la victoria. Teófanes, Cron. ed. Mango, 371, pág. 518). Poco después, en el 701/2, también limpió de sarracenos las costas de Cilicia y las islas próximas; a la par que incitaba a una rebelión de los armenios contra sus amos musulmanes. Las campañas en su propia tierra de origen parecen haber sido enérgicas y exitosas; repetidas al menos en dos años seguidos. A lo mejor, su deslealtad en Malta o Creta sólo tenía un último motivo: proteger antes a los suyos. Gracias a él, los árabes perdieron todas las bases ganadas por Muawiya, lo que posibilitó a los pescadores/mercaderes ciberriotas vivir más libres y seguros durante otro lapso de tiempo. La duda es si fue un cambio imprescindible y/o necesario. El tiempo desmentiría la oportunidad de ser “egoísta” en estas cuestiones de defensa porque, liquidada la cuestión africana, los enemigos volverían por sus fueros, al hilo de una creciente debilidad bizantina en el corazón del Imperio. Imagen del epitafio del obispo Pablo, primado de Mauritania, procedente de la iglesia descubierta en Sidi Abiche.
82 Algunos de los últimos sabios africanos emigraron muy lejos. Tal parece que no se conformaron con saltar a Italia, ya que deseaban aún poner mucha tierra de por medio. Uno de los ejemplos más notables es el de aquel abad Adriano que desde su África natal y tras recalar en Italia poco tiempo, se trasladó a Inglaterra con monjes y códices para fundar el monasterio de San Agustín de Canterbury, no podía dedicarlo a ningún otro santo más oportuno (T.J. Brown, Introducción histórica al uso de autores clásicos latinos en las Islas Británicas del siglo V al XI, Settimane, XXII, (1975), pág. 299-302). Respecto a las fuentes perdidas, el profesor R. Collins afirma: “La desaparición del cristianismo y la eliminación del latín como la lengua de sus habitantes acarreó inevitablemente, con el paso del tiempo, la pérdida de un enorme número de manuscritos y, es de imaginar, también de obras enteras cuya transmisión había sido exclusivamente africana” (Collins, R. La conquista árabe, 710-797, pág. 25).

El periodo de Justiniano II (705-711)
15 Septem (Ceuta): última fortaleza de la romanizad africana
...Tánger depende probablemente de Ceuta-Septem, que se convierte en la avenida de la romanidad... René Rebuffat, Ciudades antiguas del Mediterráneo, pág. 339 Justiniano II había enloquecido por el rencor y su segundo mandato estaría demasiado marcado por la venganza y el despotismo. Sería un desastre total que llevaría de nuevo la nación al borde cierto del abismo. La desconfianza hacia muchos de los cargos militares y obispos causó estragos. Si en los Balcanes hubo relativa tranquilidad gracias a la excelente relación con el rey Tervel, el resto de territorios se vieron sobrepasados de dificultades. En el 709, los árabes tomaron la ciudad-llave de Tiana, no por el ímpetu puesto en ello sino por estar el área muy mal defendida. Cilicia volvió a sufrir sus golpes y en el 711 los jinetes aparecieron ya en las estribaciones de Crisópolis. Y es que el augusto estaba empeñado en la venganza ciega. Con tropas acantonadas en Sicilia (que servían para impedir el desembarco árabe y apoyar los restos de la romanía en Baleares y Tingitana) intentó castigar a la ciudad de Ravena, que no le había sido afecta. La flota de Oriente, entretanto, fue empleada para atacar otra parte de su propio Imperio, aquella Querson donde el rinotmetos había estado exiliado83. ¿Qué ocurrió en Tingitana entre el 698/9, caída de Cartago, y el 711, inicio de la conquista del reino visigodo de Hispania? Si los acontecimientos en África han permanecido en la oscuridad y hoy poco a poco se abren a la luz, aquellos relativos a Tingitana y el fin de la presencia imperial en África, por desgracia, permanecen aún bajo exasperante sombra. A ello contribuye sobre todo la exigüidad de las exploraciones arqueológicas in situ. Si los franceses e italianos, aprovechando el periodo colonial, llevaron a cabo campañas muy extensas que han dado pie a que modernas naciones como la República de Túnez, Argelia o Libia, mantuvieran un excelente nivel de investigación científica, muy profesional y libre de prejuicios, en el actual reino “alauita” de Marruecos la actividad científica es mucho más limitada y padece de fuertes condicionantes. Parece haberse heredado una
83 El profesor G. Ostrogorsky exponía el cuadro en lo siguientes términos: “En esta segunda etapa de gobierno, Justiniano se merece plenamente la fama de tirano sangriento atribuida a su persona por sus contemporáneos y sucesores. Poseído por una furia vengativa insaciable, olvidó en su ceguera sus deberes más urgentes para con el Estado, desatendió la guerra con los enemigos del Imperio y consumió todas sus fuerzas en la pugna agotadora con sus enemigos internos. Los árabes se beneficiaron de esta situación” (G. Ostrogorsky, Historia del Estado Bizantino, pág. 153).
lamentable inercia de los gobiernos españoles, quienes jamás se preocuparon en exceso de cuidar esta labor en su antiguo protectorado; la desidia más esterilizante a este respecto fue la tónica. Salvo algunas campañas al sur, con Volúbilis como punto de atracción (que ya pertenecía al “territorio francés”), apenas nada cabe resaltar. Con todo, tenemos algunos datos para dar una sucinta crónica de acontecimientos. Todo apunta a que entre el 700 y el 705/6, los árabes aún estaban entretenidos terminando con los focos de resistencia en Proconsular y Numidia; y que después, hasta el 711, se verían inmersos en fuertes combates en torno a la Tingitana, con Septem como centro clave. Dada la debilidad bizantina, la única explicación razonable para la aparente falta de avance significativo islámico en esos casi 11 años (700-711) (excepto el episodio de Tiana, no se conquista apenas nada en Anatolia) sería la dificultad importante sufrida en el sector más al poniente, a la par que el esfuerzo de construir nuevas bases en la costa proconsular que apuntaban a Sicilia. Por así decir, el “teatro Oeste” es el más activo. Septem-Ceuta seguía siendo la capital de la provincia Tingitana (ahora Tema Septensiano), tal vez incluso de manera oficial ejerciendo como cabeza del conjunto que también incluía la otra ribera del Estrecho, las Islas Baleares y Córcega. A buen seguro, un puerto poderoso donde tenía su base la flota bizantina del Mediterráneo occidental84. Lo más probable es que el avance hacia Occidente fue lento y que las tropas árabes, cada vez con más ayuda bereber, estuvieran muy ocupadas en someter, una tras otra, ciudades del interior y algunas de la costa con ayuda de la flota. Cabe pensar en escaramuzas navales entre dromones septensianos y califales. Tal cosa explicaría que los árabes tuvieran por difícil y peligroso rehabilitar el puerto de Cartago. Y de esa
84 Recordamos la carta de Justiniano II al papa Juan, que se fecha hacia el 687, en la que el augusto hace referencia explícita a los dos Temas o regiones militares bizantinas de marcado carácter marítimo. Uno es el ya conocido de los Carabisianos, en Anatolia; pero la otra es aquella denominada Septensiana que apenas deja otra opción más que pensar en Septem/Ceuta. (Carta al Papa Juan V, Epistolae, PL. 96, 247, año 687) "Exemplar Divinae Jussionis Justiniani Augusti Directae ad Joannem papam urbis Romae, in confirmationen sextae synodi Constantinopolitanae. ...Insuper etiam quosdam de Christo dilectis exercitibus, tam ab a Deo conservando imperiali obsequio, quanque ab orientali Thraciano, similiter et ab Armeniano, etiam ab exercitu Italiae, deinde ex Cabarisiani et Septensiani, seu de Sardinia atque de Africano exercitu, qui ad nostram pietatem ingressi sunt, et jussimus praefatas synodalium gestorum chartas in medium adduci, et coram supredictis omnibus lectionem eorum fieri..." Un poco antes, hacia el 683, conocemos el nombre del gobernador en la misma ciudad, un tal Simplicius, considerado Gloriosus uir. Ello gracias a la misiva que le dirige el Papa León II para comunicarle las conclusiones del III Concilio Ecuménico de Constantinopla y así las haga llegar a los obispos y sacerdotes de su demarcación tingitana, “... uestras Christianissimas regiones...” (Carta del Papa León II, Epistolae, PL. XCVI, 416-48, año 678-683, VI). Pocas dudas pueden caber acerca de la importancia militar de Ceuta y del deseo de resistir en la Tingitana, donde se atisba un refuerzo final en los albores del siglo VIII; no en balde puesto llave, en cierto modo, de la geo-estrategia que marcaba entonces la defensa de Córcega y aún Sicilia, una cuña necesaria que flanqueaba el África aún en disputa o muy inestable. La especialista Margarita Vallejo Girvés sintetiza la cuestión en la amplia y documentadísima monografía que ha dedicado a la Hispania bizantina: “En definitiva, la aparición de exercitus septensianus en un documento de la cancillería imperial junto a otras zonas cuya defensa era vital para el Imperio nos está hablando, al contrario de lo que se ha admitido, del claro interés de las jerarquías del Imperio por mantener esta posesión en el extremo occidente.” (Vallejo Girvés, M., Bizancio y la España Tardoantigua, (SS. V-VIII): Un capítulo de historia mediterránea. pág. 330)
etapa surgiría la obligación de elegir un lugar nuevo, mucho más abrigado al interior, para levantar otra ciudad y arsenal marítimo: Túnez. Ello sumado a que la mayor parte de los navíos árabes debieron retornar pronto al Este, donde no era razonable desguarnecer mucho tiempo el frente, un tanto amenazado por esta vía debido a las derrotas en Cilicia poco tiempo antes, a voluntad de Apsimar-Tiberio II. Si esas fueran las circunstancias, entenderíamos la sorprendente noticia que transcribe el anónimo autor de la Continuatio Hispana (Crónica Mozárabe del 754), sobre un ataque de naves bizantinas a la región controlada por el dux godo Teodomiro, hacia el 701/2 y en plena costa levantina-murciana de la Hispania. Los dromones de Septem ya no tendrían rival en el área y a falta de recursos de infantería para desembarcar podrían haberse dedicado al asalto breve y dañino sobre diversos puntos ribereños, tanto árabes como visigodos, ambos enemigos del Imperio en igual grado85. Hassan, sin duda ya envejecido y cansado, vino a ser substituido por otro general, Musa ibn Noseir, hacia el año 704/5. Probablemente fue el momento en el que la conquista de Byzacena, Proconsular, Numidia y Cesariana se dio ya por completada. A la postre había llevado mucho tiempo, demasiado, y el Califa con sus ayudantes de Estado Mayor pensaban cada vez más en volver a la “vía directa” rumbo a Constantinopla86. Interior de la basílica de la Teótocos en Leptis, con los magníficos pilares de teodosianos capiteles (época de Justiniano I el Grande).
85 La idea es desarrollada con gran rigor y convicción por el profesor Luis A. García Moreno en su artículo Ceuta y el Estrecho de Gibraltar durante la Antigüedad Tardía (Siglos V-VIII), Actas del I Congreso sobre el Estrecho, Vol. I, pág. 1111. 86 En cuanto a la evolución general de la guerra, contemplando todo el teatro de operaciones mediterráneo, la incertidumbre se va a mantener unos 30 años más, momento en el que termina la impresionante expansión militar islámica. Hacia el año 700 el empuje hacia Hispania, por evidente etapa que nos pueda parecer a posteriori, no era a fortiori la más importante para los árabes. Sicilia-Italia tenía precedencia. En tal dirección se dirige por entonces, de hecho, el mayor esfuerzo en Occidente. Las razias árabes en esa isla se inician por entonces. Sólo el hundimiento del centro rector político de Bizancio, por vía de la anarquía relativa que conlleva el caótico final del sanguinario segundo régimen de Justiniano II, (año 711), incita al segundo gran asalto contra Constantinopla. Tal tendrá lugar entre 716-718; y será la última ocasión: el califato y su enorme potencial se verá ya quebrantado para siempre iniciando otra etapa, la consolidación y aún después la fragmentación. El emperador que toma las riendas en medio del pánico y la desesperanza, es León III y sabrá resistir para después derrotar en batalla abierta y decisiva a los árabes (la jornada histórica de Akroinon....), con un nuevo régimen de Estado fuerte y un ejército “moderno” de soldados estratiotas de “cupo” y “nacionalistas”. A partir de entonces se mantendrá el equilibrio y algo más tarde la “reconquista” bizantina, con la dinastía macedonia; lo que el erudito francés Gustav Schlumberger denominó (como título para su impresionante trilogía), “la epopeya bizantina”. 

16 Primeros asaltos a Sicilia y Córcega.
Guerra en Tingitana. Musa contra Julián
Hacia el año 705, el frente occidental se mantenía “caliente”. La defensa bizantina estaba planteada en un arco que, desde Tingitana, se abría hacia las Baleares, Córcega y Sicilia. Su principal baza, era la flota de Septem. Frente a ello, el general Musa contaba con efectivos importantes en tierra, pero parecía estar en relativa inferioridad naval. Pese a ello, considerando el ancho y venturoso mar, el líder árabe estaba dispuesto a sortear los dromones imperiales y lanzar sus primeros asaltos serios o “en profundidad” contra las islas. De tener éxito, Tingitana caería como fruta madura, porque quedaría como territorio aislado y sin defensa posible. Entre el 700 y el 703 ya Hassan había enviado pequeños grupos de barcos y dado comienzo a una actividad que tendría grande y largo futuro: la piratería que luego se llamará “berberisca”, por mor de su lugar de origen en la costa norteafricana. Llegarían algunos sobresaltos a pequeñas villas costeras de Córcega y Sicilia (atestiguadas) y seguramente también a Baleares. El primer año se capturó Pantelaria, y Malta fue objeto de combates intermitentes que convirtieron la vida común en casi un imposible. Fue en 705/6, cuando comenzaron las operaciones de mayor envergadura. En esta ocasión los golpes fueron más calculados y codiciosos; y el resultado estuvo dado por botín, esclavos y sobre todo miedo entre los lugareños. Los pueblos comenzaron a trasladarse hacia el interior, en las alturas, y los enormes y prósperos monasterios “griegos” se rodearon de altos y gruesos muros para acoger a los campesinos en los días de terror. Se han consignado más de una veintena de tales raids, entre el 706 y el 71187. En cuanto al avance por tierra, Musa en persona dirigió las huestes. Precavido, la aproximación principal desde la antigua Cesarea (Cherchel), pareció haber seguido la línea en paralelo al limes, luchando sólo con algunos beréberes hasta llegar (ahora sí de forma histórica) por vez primera al Atlántico, al sur de Sala88.
87 Las incursiones árabes han quedado recogidas en las anotaciones de monjes y las cartas que los higumenos trasladaron a obispos y autoridades. Para estas consideraciones se puede consultar el trabajo de Rizzitano, V. Gli Arabi in Italia, L'Occidente e l'Islam nell'Alto Medioevo, vol. I, Spoleto, 1965, págs. 93-114. Las ofensivas en torno al 715 ya revestían gran peligro y ningún entorno de Cerdeña estaba seguro; por esa fecha fue necesario trasladar las reliquias de San Agustín desde Cagliari hasta Pavía, con la anuencia del rey Lombardo Liutprando. La ulterior historia de avances y retrocesos, cuyos polos fueron Italia y el Magreb musulmán es el tema específico de la obra a cargo de Jehel, Georges, L'Italie et le Magreb au Moyen Age, Conflits et échanges du VIIe au XVe Siècle, PUF, 2001. Podemos señalar que hacia el 727 Bishr Ibn Safwan fue protagonista de una campaña durísima contra Sicilia que apenas la flota bizantina logró rechazar. Retornó a Túnez con los barcos a rebosar de cautivos. No tardaría ya la invasión en regla aunque en esta oportunidad no iba a ser un plan tan ambicioso como en tiempos de la conquista de África. 88 La mítica “cabalgada de Ukba” es un anacronismo histórico flagrante. De hecho, todo el relato demuestra ser una reproducción y síntesis de diversas leyendas y tradiciones anteriores cristianas y musulmanas de la misma índole. La
El exarca bizantino con sede en Septem, un personaje que ha dado motivos para el destilar y lucir de mucha imaginación y gasto de tinta a lo largo de siglos, parece haberse llamado Iulianus (Julian o Juliano), y aunque puedan ser objeto de discusión muchas de sus facetas (incluso la exactitud de su denominación), resaltó como una figura histórica nítida y bien definida. Tal vez las imaginativas fuentes árabes quieren recordar el momento en el que Musa intentaba los primeros avances sobre territorio imperial, comprobando que no sería un paseo triunfal como hasta entonces en el trayecto extralimes. El Abjar Machmua, en contraste con otros aún más hermosos y poéticos, refleja los duros combates entre Musa y Julián, con triunfo defensivo del latino ya que, “contaba con gente tan numerosa, fuerte y aguerrida como hasta entonces no había visto” (citado por Hita Ruiz y Villada Paredes en De Septem Frates a Sabta, Actas II Congreso la Ciudad en Al-Andalus y el Magreb, pág. 489). Y también cabe deducir que una alianza tácita se establecería entre godos y bizantinos frente a beréberes y árabes. Víveres y refuerzos enviados por el rey hispano-godo Witiza serían el soporte logístico de esa resistencia enconada que bloqueaba el paso a los invasores89. Pese a todo, los árabes seguramente avanzaron desde el suroeste, próximos a la costa atlántica, tomando Sala, Lixus y hacia el 706 la vieja ciudad y anterior capital de Tingi. Pero ahí, de nuevo, se detuvo su camino; seguro que debido a las fortificaciones bizantinas, la cobertura naval y el apoyo transfretano a Juliano y sus hombres, que se mostraban “maestros en la defensa”90. Pero, ¿cuales eran los elementos internos que configuraban el vigor “septensiano”? El potencial defensivo natural de la semi-isla de Septem/Ceuta es algo muy conocido y notorio. Habría que sumar la fortificación, que debió ser particularmente importante, como lo prueba en texto el que sobre un sinfín de obras, de las que hoy
refutación más reciente y documentada (entre muchas otras anteriores) se puede consultar en el artículo de E. Gonzalbes Gravioto, “La Septem bizantina en el año 682: la entrevista que no tuvo lugar”, Transfretana, 6. 1994, págs: 111-123. En cuanto al territorio de la Tingitana bizantina, aunque se debate su extensión en aquel final, debía incluir la franja de territorio norteño, desde Sala en el Atlántico (muy cerca de Rabat), hasta Rusadir, (la actual ciudad española de Melilla), con un limes muy impreciso uniendo ambos puntos a la altura de Volúbilis y Bu Gelú (seguramente en la línea natural geográfica que en la actualidad sigue la carretera entre aquella capital y Oujda, a la frontera argelina). No faltaban oppidum robustos y ciudades de tamaño medio, destacando Lixus (Larache), Tingi (Tánger) y, por supuesto, Septem (Ceuta). 89 Chalmeta P. así lo señala evocando diversas fuentes árabes (P. Chalmeta, Invasión e islamización. La sumisión de Hispania y la formación de Al-Andalus, 1994, pág. 116). Sin embargo más definitiva y segura es la aportación arqueológica. Signos de intensa presencia visigoda en ese tiempo se atestigua en la Septensiana; en base sobre todo a lo que demuestran haber sido partes de pertrechos y vituallas (hebillas, monedas, ánforas y cerámica variada), tal y como se recoge en el monumental trabajo de Noe Villaverde, que el autor viene a resumir (sumando todo el catálogo de piezas) en un párrafo: “Al igual que en Tingi, los restos arqueológicos de Septem permiten atestiguar entre el siglo VII e inicios del VIII la relación de la plaza con el medio visigodo, pues de allí proceden elementos de indumentación y monedas” (Noe Villaverde Vega, Tingitana en la antiguedad tardía, (Siglos III-VII), pág. 368). 90 Esta alternativa táctica de progresión es la más razonable. Tendría el flanco izquierdo siempre a cubierto de ataques y afrontaría las villas más significativas. Desde el levante, aproximarse a Ceuta y la costa implicaba atravesar el difícil macizo del Rif y la también plaza muy fuerte de Rusadir, (Melilla). Que Tánger y Larache cayeron antes está bien sentado y ello se suma a las razones anteriores. vemos restos impactantes, aparece resaltada como sobresaliente en el De Aedificis de Procopio91. Y aún más, la población latina en Septensiana no era precisamente pobre. Restos de todo orden en los yacimientos demuestran una actividad industrial y comercial más que notable en los siglos VI- VII (los árabes en tiempos de Al-Bekri todavía se maravillan de las obras dejadas por los cristianos, como señalaremos más adelante). Los funcionarios y soldados bizantinos serían también, sobre todo, de extracción local. Por ende ningún deseo de abandonar estaría presente. La voluntad de encajar y aguantar, así como la peculiar autonomía en las decisiones, algo que está fuera de duda en todo lo referido a “Julian”, implican un deseo vivo de supervivencia sin considerar lealtades o alianzas temporales. La imbricación táctica (exitosa) entre visigodos y bizantinos parece haber llegado hasta el 710. Todo se revolucionó por entonces, justo cuando fallecía Witiza y el dux de la Bética, Rodrigo, se hacía con el poder en la corte de Toledo. El “bético” da la impresión de haber tenido una perspectiva muy diferente en torno a lo que se jugaba en aquella compleja situación. 

17 El último armisticio.
El pacto de Julián (710-711)
"Ceuta, ciudad antiquísima, conserva muchos monumentos del pueblo antiguo que la había tenido por hogar, entre otros las ruinas de algunas iglesias y baños. Un acueducto que parte del río Aouîat y que contornea la orilla del mar meridional hasta la catedral que es ahora la Mezquita Aljama, lleva a la ciudad toda el agua que necesita. Fue Ilîan, señor de esta plaza, quien le dió a Tarec Ibn Ziad los medios para pasar a Hispania con sus compañeros” ABOU-OBEÏD-EL-BEKRI Descripción del África Septentrional, año 1067-8 aprox. La relativa soledad y amplia autonomía con la que actuaban los septensianos en los inicios del siglo VIII puede hacer cuestionarnos acerca de si aún cabe hablar de Bizancio en África. Si Constantinopla tenía todavía algún tipo de autoridad nominal, no es menos cierto que el Tribuno o Exarca estaba obligado a lidiar muy por libre. Sea como fuere, los bizantinos o “rumis” seguían habitando y defendiendo su tierra y
91 “En una vertiente de los Pilares de Heracles, a la derecha del estrecho, existía en tiempos una fortaleza sobre la costa llamada Septum, la cual fue edificada por los romanos en los primeros tiempos, pero siendo dañada por los vándalos permanecía postrada desde hacía algún tiempo. Nuestro emperador Justiniano la fortificó por medio de un muro y la puso en seguridad por medio de una guarnición. Pronto consagró a la Madre de Dios una muy notable iglesia, dedicando a ella el umbral de entrada al Imperio, y convirtiendo ésta fortaleza en inexpugnable para todas las razas del género humano” (Procopio de Cesarea, De Aedificis, VI. Vii. 16. ‹Pág. 393. Trad. Dewing‹).
forma de vida (y aún lo harían por muchas décadas más) por lo que cabe seguir desarrollando los acontecimientos finales92. Parece ser que el rey Rodrigo cosechó muy pronto la enemistad de los ceutíes y ello sólo se nos ocurre posible como respuesta a terrible contrariedad: un cese drástico en los apoyos. Tal vez debido a la conjunción de varios factores: una animadversión arraigada en la persistente competencia del “fretum” sobre los intereses de los duces béticos93, una juvenil inconsciencia y el típico giro copernicano que un oponente suele hacer respecto a la política de su predecesor. ¿En el marco de una nueva “política fuerte”? Es difícil de valorar; pero no cabe duda de que la sensación de “blandura” que dejaba Witiza entre la facción más enérgica y centralista de la élite goda podía ser algo bien comprensible94. No cabe duda de que tal planteamiento sólo dejaba a Julián una alternativa: pactar con los árabes. Que accederían de buen grado; tal vez porque veían una ocasión ideal para hacer trampolín sobre un reino en absoluta quiebra, más que maduro para una nueva aventura; como era el visigodo del que sólo las huestes julianas se interponían. Un pacto “a lo Teodomiro”, la hipótesis más verosímil, encuentra referencias muy tardías, pero con todos los visos de no ser inventadas. En virtud del tratado (siguiendo el paralelo de Murcia), los árabes se comprometerían a respetar la autonomía total de Septem y su comarca, no pudiendo entrar en la ciudad. A cambio, los ceutíes deberían aportar, caso de conflicto, soldados y/o guías auxiliares a los escuadrones islámicos. Nada nuevo en los anales, desde tiempos lejanos. Y es que, casi a la vez, la oportunidad de extraer beneficio musulmán de ello se presentaba: la facción witizana solicitaba apoyo para derrocar al advenedizo Rodrigo. Algunos escuadrones, no muchos, se trasladarían a la península, al amparo de los puertos y navíos de Julián95.
92 La hipótesis que a veces se defiende sobre un dominio directo visigodo o una aceptación como “vasallo” de Julián respecto al rey Witiza y sus inmediatos antecesores y después Rodrigo, adolece de graves defectos. El principal es que, si ello se hubiera dado, alguna fuente habría reflejado seguramente tal información (como la historiae Wambae de San Julian, el Ordo gentis Gothorum, las actas del Concilio del 694 o aún la Continuatio Hispana) en consonancia con “tamaño” éxito visigodo (reino que siempre había tenido aspiraciones sobre Tingitana, parte histórica de la diócesis hispaniarum. Los “ecos” árabes siempre distinguen a los rumis africanos de los súbditos rumis bajo los visigodos. 93 Así lo considera Noe Villaverde: “cabe plantear que la circunscripción juliana, originada con los restos de los dominios bizantinos del Estrecho, persistían en competencia con los intereses de los duces béticos” (Noe Villaverde, Tingitana en la Antiguedad Tardía, pág. 369). También Pedro Chalmeta, quien pone de relieve el relato Ajbar Machmua que de forma inequívoca explica el desacuerdo Julian-Rodrigo por el cese de esos apoyos. 94 Witiza había cedido excesivas parcelas de poder a ciertos grupos de nobles, devolviendo propiedades confiscadas y reduciéndoles pagos o impuestos; lo cual había generado una engañosa sensación de paz “intragótica” pero a la vez una animadversión entre los más firmes y, en cualquier caso, una merma peligrosa de ingresos para la corona. La moneda se depreció tanto que el oro prácticamente no se acuñó más. La falta de presupuesto habría propiciado el debilitamiento del núcleo real del ejército y la insurrección social (esclavos y siervos abocados a la más absoluta de las desesperaciones, hasta entonces brutalmente reprimidos) alcanzaría cotas más que alarmantes (para un análisis pormenorizado de estos aspectos, se puede consultar el texto específico de Luis A. García Moreno, El fin del Reino Visigodo de Toledo, 1975). Rodrigo tenía fama de hombre aguerrido y duro, el ideal para remontar la situación, aparentemente. 95 A la espera de tener estudios arqueológicos más precisos en el área de Medina Sidonia-Algeciras- Estepota, la duda sobre el dominio o no de las dos partes del Estrecho por parte de los septensianos persistirá. Assido, (Medina Sidonia) había
Pronto Musa debió advertir que el sostén a una disputa por el trono podía ir mucho más allá. Decidió sumar más efectivos y no es de extrañarse que los septensianos les incitaran a ello. Tan bárbaros les parecerían unos como otros que mejor era “reenviar” a los árabes más al Norte que tenerlos concentrados a la puerta96. Parece que la campaña de Musa/Tariq sorprendió a Rodrigo. Estaba muy ocupado en el Norte, sofocando la rebeldía de los duces de Septimania y Tarraconense, quienes no reconocían su ascenso. Volvió raudo para sufrir flagrante derrota en la controvertida batalla del Guadalete. Si allí perecieron los mejores hombres del séquito real no debe resultar extraño que la oposición al avance musulmán no fuera verdaderamente firme. Tingitana/Ceuta resistirían dos veces más tiempo del que lo haría casi la totalidad del mucho más extenso reino godo. Dos comunidades bien distintas en cuanto a cohesión social y valor militar, evidentemente. 

Periodos subsiguientes
18 Penúltimas noticias de Septem (Ceuta)
En torno al año 740 se produjo un levantamiento general de tribus beréberes en Hispania y la parte más occidental del norte de África. Tuvo notable éxito y nuevos efectos devastadores sobre una vida urbana que apenas remontaba; porque los árabes estaban faltos de efectivos (de hecho los mismo auxiliares de orden nómada “amazig” serían mayoría en las guarniciones de todos esos territorios) y los rumi, ya en precaria situación, arrinconados y desarmados salvo en los lugares “con pacto”, tenían pocas oportunidades. En suma, apenas nadie fue capaz de oponerse y los ejércitos califales que serían enviados, con premura, tendrían graves dificultades a uno y otro lado del Estrecho (de esta época derivan, seguramente, algunas leyendas de duros enfrentamientos entre árabes y beréberes que luego se han confundido con los habidos albergado el cuartel de una guarnición goda muy significativa, tanto que era cabeza de un territorium y ceca, centro emisor periférico de moneda que siempre existían para pagar a importantes concentraciones de efectivos. Sin embargo, en Iulia Transducta (Algeciras), no ocurre nada similar a inicios del siglo VIII (García Moreno: Ceuta y el Estrecho de Gibraltar en la Antiguedad Tardía, siglos V-VIII, Actas. I. pág. 1112). Otro apoyo, siempre con precaución, lo constituyen los escritos de Ibn Adari, ámbos afirmando que el Comes Julián dominaba ambas márgenes. Por nuestra parte, la naturaleza geográfica táctica del Estrecho nos empuja, sin sombra de duda, hacia la misma conclusión: ningún barco puede cruzar sin ser bien visto en uno y otro sentido. Si los visigodos hubieran tenido en sus manos el área de Algeciras es incuestionable de que allí se habrían fijado torres vigías para dar señales de alarma ante los primeros desembarcos, por más modestos que fueran. A día de hoy el planteamiento sigue siendo el mismo. 96 Existen bastantes indicios literarios sobre la participación de los tingitanos rumi en la primera campaña árabe contra Hispania, como auxiliares y guías. Es bien significativo que en la toma de Carmona “los árabes sólo pudieron entrar al fingirse las gentes de Ilian fugitivos y abrir las puertas de la ciudad a los musulmanes” (Gonzalbes Busto, G. De la Ceuta biznatina a la Ceuta Islámica, pág. 22; el autor se basa en los relatos de Al-Maaqari, Ajbar Machmua y Ibn Al Atir). La misma Crónica del 752 nos dicta otro ejemplo definitivo con aquel Urbano, cristiano del África, que acompaña y asesora a los invasores.
un siglo antes entre Bizancio y el Califato; en este segundo conflicto los “romanos”, en efecto, ya tuvieron un papel más secundario)97. El desarrollo de esta importante revolución, en el caso concreto de la Tingitana, puede ser seguido con cierto detalle. Muchas pruebas apuntan a que el “pacto tipo Teodomiro” que habían sabido arreglar los ceutíes se mantenía y que el general sirio omeya Balyi Ibn Bashir buscó apoyo en aquella población cristiana que estaba a resguardo de las fortalezas. El Ajbar Machmua aún recuerda que por entonces Ceuta “era una ciudad bien fortificada, de bastante población y abundantes recursos en sus alrededores”, (Ajbar Machmua, pág. 35 de la ed. y 46 de la Trad.), prueba indirecta de que la capital rumi estaba intacta. Los jariyíes obtuvieron la victoria en la famosa batalla de al-Asraf y los jinetes árabes se cobijaron tras los muros que Justiniano había levantado hacia dos siglos. Tal vez aquella fue la primera vez que gentes musulmanas pisaron sus calles. Durante casi año y medio, rumis y sirios soportaron el asedio sin recibir ayuda de ningún lado, porque los soldados beréberes de las comarcas más al sur de la Bética (entonces ya empezando a ser ese Al-Andalus que tanto se nombrará) colaboraron activamente con sus correligionarios “africanos”. De hecho, todo apunta a que se trataba de un verdadero intento de asentamiento libre, por parte de los “moros”, en el África e Hispania por igual, nuevas tierras para ellos de promisión. La Crónica Mozárabe del 754, un texto prácticamente contemporáneo de los hechos, lo explica con detalle. Según el relato, los beréberes asentados en la península se dividían en tres grupos. Uno de ellos bajó con destino a Ceuta y, aunque no la tomó, consiguió controlar el Estrecho durante algún tiempo para “ayudar a sus amigos a que pasasen también a fin de sumarse a la tarea de asentarse en la península”98. En Ceuta asediada se cobijaría una masa enorme de refugiados, afluyendo desde Tánger y aún más lejos. Los que pudieron escaparon en navíos rumi; de los que sabemos algunos por lo menos surcaron el Mediterráneo en busca de tierras más tranquilas en el corazón de Bizancio99.
97 Los grupos humanos implicados en la rebelión no debían llevar mucho tiempo en el área norteafricana y desde luego tampoco en la peninsular, porque aún predominaban los politeístas y recién islamizados que profesaban una forma muy simple de culto: el “kharijismo”, originada en Oriente y difundida entre los menos “civilizados”, aquéllos que desconocían la vida urbana y toda su compleja organización de clases y división del trabajo. Algunos de los “Zenata” y “Branes” más rezagados que habían seguido el “rebufo” de la invasión árabe, traían con ellos la herejía que les servía también como supraestructura ideológica para mantener su diferenciación. Pronto, los que supieron crear dominios en áreas extensas, perderían su “comunismo” inicial y articularían nuevos poderes de orden más “tradicional”. 98 “los moros residentes en Hispania se reúnen en plan de guerra, deseando someter a Abdelmelic para pasar al otro lado después de conquistar su reino y ofrecer así a sus amigos de allende el mar un paso por él. Divididos pues en tres secciones, destinan una a Toledo para destruir la fuerte muralla de la ciudad. Otra la envían a asesinar a Abdelmelic en su residencia de Córdoba. La tercera la mandan al puerto de Ceuta para vigilar la llegada de aquellos que según hemos dicho, habían escapado de la guerra contra los moros” (Crónica Mozárabe del 754, ed. Pereira, 85. pág. 111). 99 Una prueba de ello es que por entonces se procedió al traslado de las reliquias de San Casiano, patrón de la ciudad de Tingi/Tánger y algunas otras del obispo San Epifanio, hasta Chipre primero y poco después a Constantinopla, lugar donde se guardarían durante siglos, tal vez hasta la IV Cruzada (1204). Para el cristianismo antiguo en la ciudad de Tingi-Tánger puede consultarse el artículo de Villaverde Vega y Zan López, Cristianización y propaganda episcopal durante el bajo Imperio Romano en Tingi, Tánger, Marruecos. Acta Antiqua Complutensia, 3. págs. 391-401.
Sólo la abundancia de recursos y la excepcional defensa pétrea explican el tiempo en el que aguantaron. Los autores árabes hablan de los repetidos asaltos y de que “los moros asolaron el país en varias leguas a la redonda”. Y al final (tal vez corría Octubre del 741), los soldados árabes pactaron su salida de la ciudad rumbo a la península. Entonces Septem-Ceuta, con los últimos rumi dejados a su suerte sucumbió. Al-Bakri nos asegura que la urbe fue arrasada y todos sus ciudadanos asesinados o esclavizados, quedando despoblada. Parece claro que aquellos beréberes no eran locales ni pretendieron después quedarse allí. Se empeñaron en destruir una tierra que, de ser la suya o quererla aguantar en sus manos, jamás habrían castigado así. El urbanismo les era extraño y ajeno100. ¿Es éste el final de un post-bizantinismo en Tingitana? No, todavía hay una larga agonía a desarrollar. De hecho, como el resto de los “mozárabes”, aunque en minoría, los africanos (no sólo tingitanos, como veremos más adelante) persistirían el mismo tiempo que aquellos otros similares de Al-Andalus, hasta el siglo XII, seguramente firmando un definitivo punto y final la invasión almohade. Así lo defiende una autoridad en el mundo antiguo del Maghreb como Don Gabriel Camps101. 

19 Perspectiva bizantina del África convertida en Magreb
Como muchas veces hicieron (casi siempre), los bizantinos se empeñarían en guardar buena memoria de la Historia, máxime de aquella África que fue parte íntima y notable de la Romanía. En los siglos que van del IX al XII (y aún en el XIII, aunque ya por entonces se aceptaban nuevos términos), los escritores y mercaderes de Bizancio distinguían nítidamente entre “africanos” (que eran rumis) y los invasores, bien árabes o “moros”, todos ellos “sarracenos”. Inclusive cuando se enfrentaban a tales en muy nuevas situaciones y lugares, nunca los denominaban de otra forma que no fuera la segunda, consignando para ellos un carácter de “invasores impenitentes” que, primero usurpadores de tierras (el África), después lo intentaban en otros lares (Creta, Sicilia o Grecia), rompiendo siempre la paz y el orden del ecumene. Podría decirse que los bizantinos jamás “naturalizaron” a moros y árabes como “originarios o titulares” de la antigua diócesis; mantuvieron una tajante diferenciación; y en palabras de la profesora Nikè-Catherine Koutrakou “mantuvieron del África una
100 “Los árabes hicieron con los habitantes de la ciudad un pacto de amistad y obtuvieron permiso para establecerse en ella. Fueron expulsados algún tiempo después por los beréberes desde Tánger; y Ceuta quedó abandonada y en ruinas, sin otros habitantes que los animales salvajes” (Al-Bekri, ed. Slane, pág. 204). “Esclavizaron a los habitantes de la ciudad y la devastaron hasta el punto de quedar desierta” (Ibn Jaldun, ed. Slane, 2º ed. II, pág. 137). 101 G. Camps, “Comment la Berbérie est devenue le Maghreb arabe”. Revue de l¹Occident Musulman et de la Méditerranée, 35, (1983), pág. 14.
percepción que tendría más de pasado que de presente... remarcando que, incluso en los textos populares, estos aphroi formaban parte por siempre” de la romanía hermana occidental (Koutrakou, Entre fiction et réalité: la Méditerranée et l'Afrique a'après les sources hagiographiques méso-byzantines, VIIe-XIe siècles, Mésogeios, 7 -2000-, pág. 83). En efecto, en aquellos “best sellers” de tan amplia difusión como eran las hagiografías, tenemos una de las mejores pruebas de todo ello; amén de que en muchos casos dan una información inestimable sobre muchos acontecimientos posteriores a la conquista de los que, en otro modo, estaríamos ignorantes. Por ejemplo, la Vida de Santa Atanasia de Egina menciona a los moros que “después de haber aniquilado a los africanos” habían devastado la isla, a principios del siglo IX, momento en el que el marido de la santa encontró la muerte a manos de los mismos. Otro lo encontramos en la llamada Vida de San Gregorio el Decapolita (en el que incluso se describe a un espía árabe recogiendo información en el puerto bizantino de Otranto) y que señala aquellos navíos sarracenos (no los llama nunca africanos) que desde la “pobre África” perseguían a los mercantes romanos (uno de los “milagros” del santo consiste en lograr que el barco con el que viaja atraviese el Mediterráneo occidental sin ser abordado por ellos). Por último, tal vez éste sea el mejor “informante”, recordamos la famosa Vida de San Elías el Joven, escrita en el siglo X relatando acontecimientos del IX. Según afirma, Elías había nacido en Enna (Sicilia), caído cautivo y hecho esclavo por sarracenos terminaría en el mercado de Kairouan. Allí, “un cristiano africano rico” puede comprarlo y asiste a un oficio nocturno en una iglesia de la ciudad, donde da gracias a Dios y recibe la eucaristía de manos de un obispo llamado Pantoleón. Aún después ejercerá como médico entre los “moros” que aún son “extraños y un tanto errantes” antes de retornar a territorio bizantino (donde por cierto sus propios compatriotas le encarcelan acusándolo de espionaje)102. En fin, una perspectiva histórica que difiere mucho de la que es ordinaria (¡casi incuestionable, sin caer en la ofensa!) en nuestro mundo de hoy. 
 

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