El periodo de Justiniano II (685-695)
11 La batalla de Mamma y la nueva base en Kairouan
La derrota de Ukba alertó a los supremos líderes en
Damasco. Pero no hubo mucha capacidad para reaccionar. Seguirían seis años de
absoluta inactividad en África, un periodo que resultó imprescindible para que
los árabes pudieran recuperarse de tanto contratiempo. El califa Abd-al-Malik
(que asumió el poder entre abril y mayo del 685), tuvo muy claro que, de
momento, la ruta directa hacia Constantinopla (por mar o tierra), quedaba fuera
de toda consideración. Es más, su rival Justiniano II, un joven y flamante
emperador bizantino que parecía querer honrar la memoria del homónimo llamado
“el Grande”, imponía su voluntad en Anatolia. Tuvo que devolver algunos
tributos y ceder sus bases en Chipre, incluso debió permitir a los cristianos
libaneses y marraditas, que resistían en las montañas al norte de Palestina,
que emigraran sin ser molestados a territorio bizantino y allí sirvieran como
bravos soldados contra el Islam. Tan bien marchaban las cosas, aparentemente,
que el augusto se decidió a emprender “otra reconquista”, ésta vez en los
Balcanes, infestados de eslavos que prosperaban a expensas de rumis, amén de un
nuevo elemento invasor que asentaba sus reales al sur del Danubio: los
búlgaros. Sería una tarea superior a las, en realidad, muy mermadas
posibilidades de la romanía. Justiniano sólo consiguió perder preciosas huestes
para apenas liberar Tesalónica y sus alrededores. En el año 689, los árabes ya
contaban con nuevas reservas humanas, entre los que no faltaban generaciones de
nuevos conversos. No habría ensoñaciones con la “polis” Nueva Roma; la señal
divina marcaba diáfana hacia África, una amplia costa desde donde era en
extremo fácil llegar a Europa... Un ejército impresionante, tal vez otros
50.000 guerreros al mando de Zuhayr Ibn Kays, se puso en marcha desde la base
de El Kefir (la Cirenaica y Tripolitania seguían abandonadas como
“tierra de nadie”) y en jornadas llegó de nuevo al precario limes oriental de Byzacena. 69 El Liber Pontificalis del Papa
Juan V, (685-686), señala: “sed provincia África subjugata est Romano
imperio atque restaurata...”, (Liber Pontificalis, ed. Duchesne, t.
I. Paris, 1955, pág. 366).
El general Ceciliano, que había sumado como auxiliares a
ciertas tribus beréberes del Aurés, se encaró al enemigo en el punto
estratégico sobre el que parece girar toda acción que se precie sobre Byzacena
hacia Proconsular: el triangulo Hadrumetum (Soussa), Limisa (Ksar
Lemsa), Mactar; allí donde Solomón se había batido un siglo y medio antes y
poco después también el gran Troglita. No parece haber sido una batalla fácil,
pero la superioridad islámica y, tal vez, la defección de grupos nómadas,
inclinaron la balanza hacia las banderas verdes. Los tagmas bizantinos
sufrieron muchas bajas, entre ellas el propio Ceciliano, y el abandono
subsiguiente de fortines próximos dio permiso para la reconstrucción, con
inaudita rapidez, de la segunda Kairouan70. Los bizantinos llevaron a cabo un
desembarco en Tripolitania (sin duda los navíos debían proceder de
Cartago) para cortar la larga vía de suministros del ejército árabe; una
operación sin duda muy habilidosa y digna de un gran estado mayor. Y que
cosechó éxito: obligaría a Zuhayr a retroceder con el grueso de sus fuerzas
para afrontar a los romanos en retaguardia, ocasionando una dispersión de sus
fuerzas muy incómoda. Seguramente este contraataque y el hecho de que, quizás,
los árabes tampoco habían salido muy bien librados en la misma Byzacena sean
la causa de una ausencia flagrante de continuidad en el avance o
“aprovechamiento de la victoria”. De hecho, se suceden al menos otros tres años
de lo que parece escasa actividad, aunque nos inclinamos a creer que se
ocuparon en tareas para asegurar el recorrido desde Egipto, algo que se había
visto como prioritario e imprescindible.
El periodo de Leoncio (695-698)
12 La primera caída de Cartago (695-696)
A finales del 695, triunfó en Constantinopla un golpe de
Estado. En los últimos años Justiniano II se había hecho impopular. La guerra,
con la que incluso quiso
70 Los
soldados bizantinos en todas las guerras contra los árabes sobre suelo de África
nunca se mostraron reacios al combate o traidores a sus jefes, como había
ocurrido a menudo en el periodo inmediato a la reconquista. Es evidente que
ésto se debe al hecho de que ahora eran hombres de la región, africanos que se
batían a la vista de los suyos. A menudo morían hasta el último hombre junto a
sus jefes, como fue el caso de Gregorio o Ceciliano, todos los que nos han
llegado, aunque seguramente hubo más que no tuvieron el triste consuelo de
dejarnos memoria. El profesor Haldon señala y explica que, tanto en Italia como
en África, de manera gradual, los milites acantonados llegarían a ser
reclutados casi enteramente desde el medio local. Si los expedicionarios de
Belisario y Solomon eran sobre todo tracios, ilirios o armenios; tras una o dos
generaciones, los matrimonios mixtos y la obtención de tierras o propiedades,
sumado a las habituales medidas de fomento, exenciones y mayor consideración
social, hicieron muy atractiva la carrera de las armas para muchos africanos de
clase media (Haldon, J. F.: Byzantium in the Seventh Century,
1990. pág. 249). Respecto a la reconstrucción de Kairouan es un hecho notable
que no refleja más que la idoneidad del terreno y la urgencia. No tuvieron
ánimos de “desertizar” otra zona así que aprovecharon la “laguna humana ya
fabricada”.
recuperar la iniciativa/ofensiva, consumió ingentes
cuotas del Tesoro público, que con trabajo eran repuestas por el desagradable
fisco a base de estrujar a los ciudadanos con desagradables extorsiones. Asumió
el poder un general llamado Leoncio, no demasiado dotado, que tardaría un
tiempo en asumir de verdad todos los resortes de tan vasto Imperio. Y que, por
mor de ser más popular reducirá gastos y presión fiscal; algo muy poco
apropiado para el esfuerzo militar. Los árabes, como de costumbre, estaban bien
informados. Decidieron entonces lanzar la gran campaña que se había demorado ya
un tanto. Ese mismo año o a principios del siguiente llegó a Kairouan el mayor
ejército islámico visto hasta entonces en África; dispuesto a conquistarla, sin
detenerse ante nada. El comandante en jefe se llamaba Hassân ibn el-Noman
el-Ghassani y, probablemente, dirigía un cuerpo completo con un número de
combatientes no inferior a 80.000 hombres . Es muy importante para poder seguir
el hilo de la conquista, entender la nueva situación geo-estratégica y
geo-táctica a la que se había llegado ya muy próximo al final de aquel “bélico”
siglo VII. Los árabes tenían ahora el empeño de avanzar hacia Cartago-Italia y,
pese a la jornada de Mamma y la momentánea dislocación del poder en
Constantinopla, la tarea prometía no ser fácil. Hacia el Norte-Oeste se
situaban los romanos, correosos y de los que cabía esperar una resistencia
técnica y “estática”, basada en las ciudades. Exigiría dotarse de medios de
asedio. Al Sur-Oeste una tierra inhóspita donde pululaban tribus beréberes,
algunas atraídas al socaire precisamente de la incertidumbre que provocaba la
contienda, fáciles de vencer pero mucho más escurridizas y que, en caso de
tener oportunidad, podrían causar mermas en los trenes “de asalto” (carros,
catapultas, torres, etc.), por fuerza lentos, que habría que trasladar a cada
etapa. Serían fuerza amiga tras la toma de cada villa y fortín, para participar
en el saqueo, pero enemiga si el asunto se prolongaba y caían en la tentación
de esquilmar un tanto a los musulmanes que “vivaquearan” o no marcharan ágiles.
Con todo, los árabes no parecieron haber tenido nunca una gran predisposición a
la poliorcética. Sin despreciarla, preferían la movilidad, el daño a las infraestructuras
y estimular el combate libre en el llano. Aquella doctrina había funcionado muy
bien hasta entonces y en África tendría su colofón71. Tal vez, Hassan prefirió
actuar con suma prudencia. Dividiendo a su ejército en dos secciones, una marcharía
raudo y sin detenerse en plazas menores contra la capital, Cartago; mientras la
otra se movería en el área central y meridional para mantener a las
guarniciones sin posibilidad de salir y concentrarse, amén de infundir respeto
entre los beréberes del Aurés, aliados ágiles de Bizancio por mor de su
cristianismo y deseo de conservar la tierra en la que ya llevaban
sedentarizados, al menos, un siglo. 71 El
sistema aún funcionará en el sur de Hispania donde se sumará la dicotomía
rumi-hispano versus visigodo; excepto en el extremo septentrional donde las
montañas y el clima lluvioso hacen imposible causar daños de ese tipo y
permiten fácil esquivar las razias. Aún más, la respuesta de los astures
cristianos será aplicar dolorosa posología con la misma medicina: Alfonso I el
Batallador, un líder inteligente y resuelto, se dedicará durante todo su
reinado a devastar el agro en la meseta norte. Con ello conseguirá que los
árabes se desplacen al sur, al no dejarles nada sobre lo que asentarse y
extraer beneficio, y los cristianos emigrarán hacia el reino de Asturias, donde
engrosarán las huestes y pondrán en funcionamiento nuevas tierras de cultivo en
los valles de Galicia a Santander, semillero de futuros súbditos, soldados y
monjes.
No tenemos, por desgracia, ningún dato, por mínimo que
sea, para saber qué ocurrió esos días (ni siquiera estamos seguros si era 696 o
697), en la meritoria urbe reina de África durante siete siglos. Tal vez se
vieron sorprendidos: el exarca (del que ni siquiera sabemos su nombre) intentaría
salirles al paso, y al ser rechazado, en medio del pánico, la mayor parte de la
población decidió subir a los barcos en el puerto y abandonar la ciudad.
Seguramente buscaron refugio en la región próxima de Bizerta y tras las
murallas de Vaga o aún más hacia Numidia y Cesariana72. El caso
es que, cumpliendo órdenes, Cartago y sus instalaciones apenas sufrieron daños
aunque el jeque ordenó de inmediato demoler las murallas. Interesaba el puerto
pero no que el enemigo pudiera volver a atrincherarse allí. Luego descendió
hacia el Sur, para converger con la otra sección y buscar al grueso de las
fuerzas bizantinas que restaban, concentradas y a cobijo en la plaza fuerte de
Iustiniana Capsa (Gafsa)73. Éste relato, que sólo es una hipótesis, explicaría
que aún acontecieran combates muy duros, precisamente sobre la línea más
fortificada desde antiguo (el vetusto limes sur) durante algunos años. Sabemos
que todavía en el 698, ya tomada la capital, la ofensiva estaba anclada en el
entorno de la línea que va desde Iustiniana Capsa a Cuicul, en Numidia
meridional74. Seguramente los bizantinos se sostenían con la energía y furor
que da la mayor de las congojas. Y el hilo de una esperanza: la flota con ayuda
desde Sicilia.
13 Contraofensiva bizantina y último esfuerzo árabe.
La guerra total
En el periodo 695-700, el frente de Anatolia permaneció
muy estable y ello pese a que no faltaron rebeldías, incluso laxitud en
Armenia; señal inequívoca del vuelco árabe hacia la sufrida África75. Leoncio,
asentado ya en el trono, envió al fin una flota importante que incluía a los
mejores marinos (aquellos del tema de los ciberriotas), para recuperar Proconsular
y converger-apoyar a las tropas casi aisladas que se batían en el sur de Numidia.
Los destacamentos de Tingitana (cuya fuerza era sobre todo naval)
permanecerían a la
72 Así lo
supone Diehl, L'Afrique byzantine, t. II, pág. 583 73 No parece descabellado pensar que,
pese a todo, las guarniciones de Numidia y Cesariana pudieran
sumarse a las de Byzacena y Proconsular (de éstas últimas, las
escasas que lograran huir de Cartago), para sostener mejor la batalla. Eso
significaba desguarnecer las provincias más occidentales pero debían saber que
su suerte estaría echada si no intentaban una resistencia común. En cualquier
caso ciertas ciudades se defenderían sólo con los civiles tras los muros. 74 Para la arquitectura defensiva en
ese entorno puede consultarse el artículo de Morizo, Pierre, A propos
des limites meridionales de la Numidie byzantine, Antiquites Africaines, t.
35, 1999, págs: 151-168. 75 La política de traslado forzoso de poblaciones desde los
Balcanes (que se daban por perdidos) hacia los “desiertos” creados por los
árabes en el Éste también parece que estaba dando sus frutos. Eran gente pobre
que recibía tierras para cultivar. Precisamente de allí brotarían los futuros
soldados, generales y emperadores llamados “sirios” o “iconoclastas”.
expectativa, máxime cuando el otro enemigo secular, el
reino visigodo, estaba muy atento a la partida que se jugaba no lejos ya de su
casa. El mando de tan señalada expedición recayó en el patricio Juan76. En
principio hubo éxito, sin duda el desembarco no tuvo problemas y los
estandartes bizantinos volvieron a ondear en el viejo puerto cartaginés.
Después tocó el turno de la liberación de las ciudades rodeadas o acosadas. Los
destacamentos en torno a Iustinana Capsa, que estaban apoyados con gran
efectividad por beréberes cristianos desde el Mons Auriensis (el sempiterno
macizo del Aurés), establecieron contacto y la iniciativa cambió de bando77. En
pocos meses, las fuerzas de Juan hicieron que Hassan debiera replegarse con
prisa hacia Kairouan. Y no fue “la Kahena” la responsable, seguro resultó ser
ese tribuno “hábil”; como con jugosa precisión nos informa Teófanes: “Llegando
a Cartago, este hombre rompió con la fuerza de sus brazos la cadena del puerto
que allí se ubicaba y aplastó y expulsó al enemigo, liberó todos los fuertes de
África y después de estacionar sus propias guarniciones envió noticias de todas
estas cuestiones al emperador; y allí pasó el invierno aguardando las órdenes
del emperador” (Teófanes, Crhon. ed. Mango, 370. pág. 516).
El califa no quiso de ninguna manera renunciar a ese ahora imprescindible (por
mor de la base necesaria para el salto a Sicilia y por razones de prestigio
incluso), avance hacia el Oeste en África. Tardó otro año en preparar una nueva
fuerza, seguramente la mayor jamás hasta entonces enviada a tales lares. Y
además ahora sumaría una flota, el grueso de la nueva marina árabe que resurgía
desde los astilleros egipcios. Sabían que sin el dominio del mar, Cartago se
les iba a resistir78. 76 Los cronistas reflejan la
importancia del contingente enviado: “En este año (697/8) los árabes envían
una expedición contra África, la cual ocuparon y guarnicionaron con su propio
ejército. Cuando Leoncio hubo sido informado de ello, despachó al patricio
Juan, un hombre hábil, al frente de la flota romana entera” (Teófanes,
Cron. ed. Mango, pág. 516). A remarcar el dato de “entera” aplicado al
de “flota”. 77
No cabe duda
de que en esos momentos lo que parece haber sido una firme coalición beréberes
del “interior”- rumis en ese extremo sur que flanqueaba la fortaleza bizantina
que hoy llaman Gafsa, debió cobrar más esperanza y brío. Como en crónicas y,
sobre todo, en novelas y fantásticos “noticiones”, ha tenido gran predicamento
una dudosa anécdota de éste sector (menor en cualquier caso). Merecerá la pena
pararse unos párrafos en ella. Producto de la incipiente asimilación o
romanización de los antiguos nómadas que iniciaban sus segundas o terceras
generaciones cristianizadas por completo, al parecer una mujer dirigía cierta
confederación del Aurés (Mons Aurasius), la legendaria “Kahina”, contando con
el apoyo de algunos destacamentos rumi (¿limitanei?), para luchar con mayor
eficiencia. Las salidas de defensores bizantinos en ciudades como Telepto,
Tebeste, Mascula, Tamugadi o Lambaesis y las cargas, bien coordinadas, de
jinetes beréberes que descendían de improviso desde Chelia, Checher o Barbar,
pudieron haber puesto las cosas muy difíciles a Hassan y sus árabes en Numidia
meridional; una etapa incierta que encuentra sobresaliente eco en esos
cronistas tardíos que, de forma comprensible dada su mentalidad y
circunstancias, cargan tintas contra una “mujer” y unos “bárbaros” (ahora,
cuando se escribían los textos, “hermanos en la fe”, que convierten en los
“principales protagonistas”): ella como figura mito heroína/anti-heroína de un
verdadero relato de las mil y una noches trufado del simbolismo de Eva opuesta
a la salvación de su hombre/pueblo. Con todo, no conviene confundir los
términos. El combate principal es al Norte y los romanos, como es comprensible
dado su mayor número, potencia y técnica, llevan el principal peso. 78 El envío de una flota que aparenta
ser aún más fuerte que la bizantina, de la que sabemos su volumen, obliga a
suponer que la respuesta árabe debió echar también “toda la carne en el
asador”: un ataque simultáneo por dos vías, naval y terrestre.
Hassan se dirigió de nuevo directo contra Cartago (año
698/699), y veloz como el rayo enfrentó la ciudad a la vez por mar y tierra.
Juan no había tenido tiempo de reparar bien las murallas y, habiendo
distribuido demasiado sus fuerzas por el interior del país (o en el área más
próxima a Kairouan) fue incapaz de resistir el embate. Con la escuadra abandonó
por segunda vez la ciudad (en la que pocos habitantes debían quedar ya) y se
refugió en la isla de Malta o Creta79. No parece haber sido una derrota total,
sólo un repliegue táctico para recuperar fuerzas, reunir refuerzos y
replantearse un nuevo lugar de contraataque o simplemente ampliar el camino
hasta Septem, (Ceuta), o Cesarea en vías a una cobertura sobre las ciudades aún
libres en Numidia y Cesariana o aún Tingitana. Nunca lo
sabremos porque no hubo lugar: un motín (un “plan diabólico” lo denomina
Teófanes), dirigido por el drongario (almirante), Apsimar (un ciberriota
ambicioso que asesinó al general en jefe Juan), frustró toda la delicada
misión. Ordenó poner rumbo a Constantinopla habiéndose proclamado emperador.
Sabía que sus oportunidades eran muchas. Controlaba la mayor y más poderosa
fuerza naval de Bizancio. Para superior desgracia en la capital se vivían días
horribles; una epidemia de peste bubónica estaba en curso. Aguardó algunos
meses en el exterior pero, al fin, alguien abrió las puertas y obtuvo el poder
en la Nueva Roma. Aquello, seguramente, sentenció el futuro del África.
El periodo de Apsimar Tiberio II (698-705)
14 África en llamas.
14 África en llamas.
La aniquilación de la resistencia latina en el exarcado africano
¿Cual fue el destino inmediato de Proconsular, Numidia
y Byzacena; mientras Apsimar recogía el producto de su felonía? Todo
apunta a un desastre de grandes proporciones. Los cronistas árabes,
curiosamente, coinciden en señalar un periodo de “ciudades destruidas, árboles
cortados, cultivos incendiados”, un país que “desde Trípolis hasta Tánger no
era más que un único paisaje desolado” (citado por Diehl, L'Afrique
byzantine, t.II, pág. 585). 79 Por
fortuna, Teófanes también explica con detalle el suceso. “Pero cuando el
califa escuchó todo eso envió otra vez un numeroso y aún más poderoso ejército
y flota, entró en fuerza a la rada de Cartago y aún tomó una de las torres,
obligando al susodicho Juan a salir con sus barcos. El dicho Juan recaló en
territorio seguro, intentando reunir una fuerza mayor..." (Teófanes,
Cron. ed. Mango, 370, pág. 516). En cuanto a ese “territorio seguro”
parece tratarse de una isla mediterránea próxima, mejor que Creta (como a
menudo se señala) sería Malta, que por entonces también era una base bizantina
importante y mejor situada respecto a Cartago.
Esto quizás fue una (no la mejor) prueba de una
desesperada, numantina resistencia de los africanos romanos. Siglos después,
las destrucciones se achacarían a una orden precisa de esa Kahena fantástica,
la misma que moriría gloriosamente en batalla, su castillo habría sido el
anfiteatro de El Djem y las Termas de Cululis el escondite de su fabuloso
tesoro... Todo lo opuesto, hay pruebas sobradas de que los beréberes fueron los
principales beneficiados del hundimiento bizantino en África. Si algunas tribus
en foedos, ya sedentarizadas y agrícolas como aquellas del Aurés,
lucharon hasta el final con los rumis; otras muchas, máxime las extralimes más
“nomadistas”, se sumaron encantadas a la razia permanente que parece haber
desencadenado Hassan durante uno, dos o incluso más años para terminar con
cualquier atisbo de resistencia. La población romana no podía ser partidaria de
ninguna “desertización”, evidentemente, puesto que era su patria y su forma de
vida de ocho siglos. Los árabes tampoco querrían tanta destrucción, a no ser
que no vieran otro modo de dominar a los cristianos. Pero los que en cualquier
circunstancia estaban interesados en un cambio drástico en las condiciones
socio-demográfico--agrarias del país eran los beréberes, que tiempo llevaban
queriendo aprovechar la riqueza y las tierras de clima suave para sus ganados.
Una pugna sedentarismo-nomadismo que parece haber sido secular80. La huída en
masa de la población costera hacia Sicilia y las Baleares está perfectamente
atestiguada en fuentes escritas y restos arqueológicos. Las capas de ceniza en
las ciudades del interior que marcan esa fecha, explican bien cual fue el
destino de otros81. Por lo que respecta a la tantas veces loada en la
literatura latina y secular riqueza agrícola del África, lo más se marchitará
muy rápido. Los campesinos romanos, asesinados o esclavizados primero,
arrinconados después en contados lares, se hicieron minoría ya a principios del
siglo VIII. La transhumancia se convirtió en lo predominante. Los grandes
nómadas camelleros, los Zenatas, iniciaron un avance imparable hacia el
noroeste y encontraron en el Hodna y las altiplanicies condiciones inmejorables
para ellos y sus familias. Así, en el mismo cuadro geográfico de un África
latina próspera, surge un nuevo país “chaouia” que, aún a mediados del siglo
XX, estaba bien a la vista. Se perdieron no sólo vidas y cultivos, también
obras del intelecto y crónicas que, a buen seguro, existieron entre los
anónimos eruditos 80 Las
tribus beréberes no solo ocuparon el terreno despoblado, también se sumaron
alegres a los vencedores (algo muy tradicional) y pronto, apenas con un barniz
de doctrina islámica, se prestaron para colaborar con los árabes en nuevas
conquistas. 81
Apsimar-Tiberio
sólo tomó alguna medida administrativa en este orden. La población en Sicilia,
Baleares y Córcega parece haber aumentado de manera muy importante en esas
fechas. Las flotillas y demás barcos de comercio y transporte jugaron un papel
trascendental en el éxodo. El emperador "ciberriota" hubo de crear
por ello dos nuevos exarcados. Por un lado Sicilia, con Malta y otras islas
menores, separándola de Italia; y por otro Córcega con las Baleares. Tingitana
sería ya denominada “Tema Septensiano” (por Ceuta/Septem) y sería una
región de poder naval porque su nombre se liga al de los Ciberriotas. Se fechan
en el año 700 (Treadgold, Warren: Byzantium and Its Army,
284-1081. pág. 26).
africanos82. Pero las piedras quedaron allí, con la
enorme ventaja de no ser reutilizadas de forma masiva ni soportar por encima
nuevas construcciones. Ellas son un impresionante legado y una “fuente”, la
“gran voz” con la que la romanía africana nos habla desde los siglos. Respecto
a Apsimar-Tiberio, el emperador pareció haberse olvidado del África. Era un
cilicio y, tal vez, pensaba más en la seguridad de su mar y en aprovechar la
coyuntura para avanzar en Anatolia. De hecho, en el 699 o inicios del 700,
invadió Siria y consiguió destruir la mayor parte de los acuartelamientos fijos
árabes en el país, tomando un número de prisioneros que Teófanes se encarga de
exagerar (habla de 200.000 árabes tomados cautivos tras la victoria. Teófanes,
Cron. ed. Mango, 371, pág. 518). Poco después, en el 701/2, también
limpió de sarracenos las costas de Cilicia y las islas próximas; a la par que
incitaba a una rebelión de los armenios contra sus amos musulmanes. Las
campañas en su propia tierra de origen parecen haber sido enérgicas y exitosas;
repetidas al menos en dos años seguidos. A lo mejor, su deslealtad en Malta o
Creta sólo tenía un último motivo: proteger antes a los suyos. Gracias a él,
los árabes perdieron todas las bases ganadas por Muawiya, lo que posibilitó a
los pescadores/mercaderes ciberriotas vivir más libres y seguros durante otro
lapso de tiempo. La duda es si fue un cambio imprescindible y/o necesario. El
tiempo desmentiría la oportunidad de ser “egoísta” en estas cuestiones de
defensa porque, liquidada la cuestión africana, los enemigos volverían por sus
fueros, al hilo de una creciente debilidad bizantina en el corazón del Imperio. Imagen del epitafio del obispo
Pablo, primado de Mauritania, procedente de la iglesia descubierta en Sidi
Abiche.
82 Algunos
de los últimos sabios africanos emigraron muy lejos. Tal parece que no se
conformaron con saltar a Italia, ya que deseaban aún poner mucha tierra de por
medio. Uno de los ejemplos más notables es el de aquel abad Adriano que desde
su África natal y tras recalar en Italia poco tiempo, se trasladó a Inglaterra
con monjes y códices para fundar el monasterio de San Agustín de Canterbury, no
podía dedicarlo a ningún otro santo más oportuno (T.J. Brown, Introducción
histórica al uso de autores clásicos latinos en las Islas Británicas del siglo
V al XI, Settimane, XXII, (1975), pág. 299-302). Respecto a las fuentes
perdidas, el profesor R. Collins afirma: “La desaparición del cristianismo y
la eliminación del latín como la lengua de sus habitantes acarreó
inevitablemente, con el paso del tiempo, la pérdida de un enorme número de
manuscritos y, es de imaginar, también de obras enteras cuya transmisión había
sido exclusivamente africana” (Collins, R. La conquista árabe,
710-797, pág. 25).
El periodo de Justiniano II (705-711)
15 Septem (Ceuta): última fortaleza de la romanizad africana
...Tánger depende probablemente de Ceuta-Septem, que se
convierte en la avenida de la romanidad... René Rebuffat, Ciudades
antiguas del Mediterráneo, pág. 339 Justiniano II había enloquecido por el
rencor y su segundo mandato estaría demasiado marcado por la venganza y el
despotismo. Sería un desastre total que llevaría de nuevo la nación al borde
cierto del abismo. La desconfianza hacia muchos de los cargos militares y
obispos causó estragos. Si en los Balcanes hubo relativa tranquilidad gracias a
la excelente relación con el rey Tervel, el resto de territorios se vieron
sobrepasados de dificultades. En el 709, los árabes tomaron la ciudad-llave de
Tiana, no por el ímpetu puesto en ello sino por estar el área muy mal
defendida. Cilicia volvió a sufrir sus golpes y en el 711 los jinetes
aparecieron ya en las estribaciones de Crisópolis. Y es que el augusto estaba
empeñado en la venganza ciega. Con tropas acantonadas en Sicilia (que servían
para impedir el desembarco árabe y apoyar los restos de la romanía en Baleares
y Tingitana) intentó castigar a la ciudad de Ravena, que no le había sido
afecta. La flota de Oriente, entretanto, fue empleada para atacar otra parte de
su propio Imperio, aquella Querson donde el rinotmetos había estado
exiliado83. ¿Qué ocurrió en Tingitana entre el 698/9, caída de Cartago,
y el 711, inicio de la conquista del reino visigodo de Hispania? Si los
acontecimientos en África han permanecido en la oscuridad y hoy poco a poco se
abren a la luz, aquellos relativos a Tingitana y el fin de la presencia
imperial en África, por desgracia, permanecen aún bajo exasperante sombra. A
ello contribuye sobre todo la exigüidad de las exploraciones arqueológicas in
situ. Si los franceses e italianos, aprovechando el periodo colonial,
llevaron a cabo campañas muy extensas que han dado pie a que modernas naciones
como la República de Túnez, Argelia o Libia, mantuvieran un excelente nivel de
investigación científica, muy profesional y libre de prejuicios, en el actual
reino “alauita” de Marruecos la actividad científica es mucho más limitada y
padece de fuertes condicionantes. Parece haberse heredado una
83 El
profesor G. Ostrogorsky exponía el cuadro en lo siguientes términos: “En
esta segunda etapa de gobierno, Justiniano se merece plenamente la fama de
tirano sangriento atribuida a su persona por sus contemporáneos y sucesores.
Poseído por una furia vengativa insaciable, olvidó en su ceguera sus deberes
más urgentes para con el Estado, desatendió la guerra con los enemigos del
Imperio y consumió todas sus fuerzas en la pugna agotadora con sus enemigos
internos. Los árabes se beneficiaron de esta situación” (G. Ostrogorsky,
Historia del Estado Bizantino, pág. 153).
lamentable inercia de los gobiernos españoles, quienes
jamás se preocuparon en exceso de cuidar esta labor en su antiguo protectorado;
la desidia más esterilizante a este respecto fue la tónica. Salvo algunas
campañas al sur, con Volúbilis como punto de atracción (que ya pertenecía al
“territorio francés”), apenas nada cabe resaltar. Con todo, tenemos algunos
datos para dar una sucinta crónica de acontecimientos. Todo apunta a que entre
el 700 y el 705/6, los árabes aún estaban entretenidos terminando con los focos
de resistencia en Proconsular y Numidia; y que después, hasta el
711, se verían inmersos en fuertes combates en torno a la Tingitana, con
Septem como centro clave. Dada la debilidad bizantina, la única explicación
razonable para la aparente falta de avance significativo islámico en esos casi
11 años (700-711) (excepto el episodio de Tiana, no se conquista apenas nada en
Anatolia) sería la dificultad importante sufrida en el sector más al poniente,
a la par que el esfuerzo de construir nuevas bases en la costa proconsular que
apuntaban a Sicilia. Por así decir, el “teatro Oeste” es el más activo.
Septem-Ceuta seguía siendo la capital de la provincia Tingitana (ahora
Tema Septensiano), tal vez incluso de manera oficial ejerciendo como cabeza del
conjunto que también incluía la otra ribera del Estrecho, las Islas Baleares y
Córcega. A buen seguro, un puerto poderoso donde tenía su base la flota bizantina
del Mediterráneo occidental84. Lo más probable es que el avance hacia Occidente
fue lento y que las tropas árabes, cada vez con más ayuda bereber, estuvieran
muy ocupadas en someter, una tras otra, ciudades del interior y algunas de la
costa con ayuda de la flota. Cabe pensar en escaramuzas navales entre dromones
septensianos y califales. Tal cosa explicaría que los árabes tuvieran por
difícil y peligroso rehabilitar el puerto de Cartago. Y de esa
84 Recordamos
la carta de Justiniano II al papa Juan, que se fecha hacia el 687, en la que el
augusto hace referencia explícita a los dos Temas o regiones militares
bizantinas de marcado carácter marítimo. Uno es el ya conocido de los
Carabisianos, en Anatolia; pero la otra es aquella denominada Septensiana que
apenas deja otra opción más que pensar en Septem/Ceuta. (Carta al Papa Juan V,
Epistolae, PL. 96, 247, año 687) "Exemplar Divinae Jussionis Justiniani
Augusti Directae ad Joannem papam urbis Romae, in confirmationen sextae synodi
Constantinopolitanae. ...Insuper etiam quosdam de Christo dilectis exercitibus,
tam ab a Deo conservando imperiali obsequio, quanque ab orientali Thraciano,
similiter et ab Armeniano, etiam ab exercitu Italiae, deinde ex Cabarisiani et
Septensiani, seu de Sardinia atque de Africano exercitu, qui ad nostram
pietatem ingressi sunt, et jussimus praefatas synodalium gestorum chartas in
medium adduci, et coram supredictis omnibus lectionem eorum fieri..." Un
poco antes, hacia el 683, conocemos el nombre del gobernador en la misma ciudad,
un tal Simplicius, considerado Gloriosus uir. Ello gracias a la misiva
que le dirige el Papa León II para comunicarle las conclusiones del III
Concilio Ecuménico de Constantinopla y así las haga llegar a los obispos y
sacerdotes de su demarcación tingitana, “... uestras Christianissimas
regiones...” (Carta del Papa León II, Epistolae, PL. XCVI,
416-48, año 678-683, VI). Pocas dudas pueden caber acerca de la importancia
militar de Ceuta y del deseo de resistir en la Tingitana, donde se
atisba un refuerzo final en los albores del siglo VIII; no en balde puesto
llave, en cierto modo, de la geo-estrategia que marcaba entonces la defensa de
Córcega y aún Sicilia, una cuña necesaria que flanqueaba el África aún en
disputa o muy inestable. La especialista Margarita Vallejo Girvés sintetiza la
cuestión en la amplia y documentadísima monografía que ha dedicado a la
Hispania bizantina: “En definitiva, la aparición de exercitus septensianus
en un documento de la cancillería imperial junto a otras zonas cuya defensa era
vital para el Imperio nos está hablando, al contrario de lo que se ha admitido,
del claro interés de las jerarquías del Imperio por mantener esta posesión en
el extremo occidente.” (Vallejo Girvés, M., Bizancio y la España
Tardoantigua, (SS. V-VIII): Un capítulo de historia mediterránea. pág. 330)
etapa surgiría la obligación de elegir un lugar nuevo,
mucho más abrigado al interior, para levantar otra ciudad y arsenal marítimo:
Túnez. Ello sumado a que la mayor parte de los navíos árabes debieron retornar
pronto al Este, donde no era razonable desguarnecer mucho tiempo el frente, un
tanto amenazado por esta vía debido a las derrotas en Cilicia poco tiempo
antes, a voluntad de Apsimar-Tiberio II. Si esas fueran las circunstancias,
entenderíamos la sorprendente noticia que transcribe el anónimo autor de la
Continuatio Hispana (Crónica Mozárabe del 754), sobre un ataque de naves
bizantinas a la región controlada por el dux godo Teodomiro, hacia el 701/2 y
en plena costa levantina-murciana de la Hispania. Los dromones de Septem ya no
tendrían rival en el área y a falta de recursos de infantería para desembarcar
podrían haberse dedicado al asalto breve y dañino sobre diversos puntos
ribereños, tanto árabes como visigodos, ambos enemigos del Imperio en igual grado85.
Hassan, sin duda ya envejecido y cansado, vino a ser substituido por otro
general, Musa ibn Noseir, hacia el año 704/5. Probablemente fue el momento en
el que la conquista de Byzacena, Proconsular, Numidia y Cesariana
se dio ya por completada. A la postre había llevado mucho tiempo,
demasiado, y el Califa con sus ayudantes de Estado Mayor pensaban cada vez más
en volver a la “vía directa” rumbo a Constantinopla86. Interior de la basílica de la
Teótocos en Leptis, con los magníficos pilares de teodosianos capiteles (época
de Justiniano I el Grande).
85 La
idea es desarrollada con gran rigor y convicción por el profesor Luis A. García
Moreno en su artículo Ceuta y el Estrecho de Gibraltar durante la Antigüedad
Tardía (Siglos V-VIII), Actas del I Congreso sobre el Estrecho, Vol. I, pág.
1111. 86 En cuanto a la evolución
general de la guerra, contemplando todo el teatro de operaciones mediterráneo,
la incertidumbre se va a mantener unos 30 años más, momento en el que termina
la impresionante expansión militar islámica. Hacia el año 700 el empuje hacia
Hispania, por evidente etapa que nos pueda parecer a posteriori, no era a
fortiori la más importante para los árabes. Sicilia-Italia tenía precedencia.
En tal dirección se dirige por entonces, de hecho, el mayor esfuerzo en
Occidente. Las razias árabes en esa isla se inician por entonces. Sólo el
hundimiento del centro rector político de Bizancio, por vía de la anarquía
relativa que conlleva el caótico final del sanguinario segundo régimen de
Justiniano II, (año 711), incita al segundo gran asalto contra Constantinopla.
Tal tendrá lugar entre 716-718; y será la última ocasión: el califato y su
enorme potencial se verá ya quebrantado para siempre iniciando otra etapa, la
consolidación y aún después la fragmentación. El emperador que toma las riendas
en medio del pánico y la desesperanza, es León III y sabrá resistir para
después derrotar en batalla abierta y decisiva a los árabes (la jornada
histórica de Akroinon....), con un nuevo régimen de Estado fuerte y un ejército
“moderno” de soldados estratiotas de “cupo” y “nacionalistas”. A partir de
entonces se mantendrá el equilibrio y algo más tarde la “reconquista”
bizantina, con la dinastía macedonia; lo que el erudito francés Gustav
Schlumberger denominó (como título para su impresionante trilogía), “la epopeya
bizantina”.
16 Primeros asaltos a Sicilia y Córcega.
Guerra en Tingitana. Musa contra Julián
Hacia el año 705, el frente occidental se mantenía
“caliente”. La defensa bizantina estaba planteada en un arco que, desde Tingitana,
se abría hacia las Baleares, Córcega y Sicilia. Su principal baza, era la flota
de Septem. Frente a ello, el general Musa contaba con efectivos importantes en
tierra, pero parecía estar en relativa inferioridad naval. Pese a ello, considerando
el ancho y venturoso mar, el líder árabe estaba dispuesto a sortear los
dromones imperiales y lanzar sus primeros asaltos serios o “en profundidad”
contra las islas. De tener éxito, Tingitana caería como fruta madura, porque
quedaría como territorio aislado y sin defensa posible. Entre el 700 y el 703
ya Hassan había enviado pequeños grupos de barcos y dado comienzo a una
actividad que tendría grande y largo futuro: la piratería que luego se llamará
“berberisca”, por mor de su lugar de origen en la costa norteafricana.
Llegarían algunos sobresaltos a pequeñas villas costeras de Córcega y Sicilia
(atestiguadas) y seguramente también a Baleares. El primer año se capturó
Pantelaria, y Malta fue objeto de combates intermitentes que convirtieron la vida
común en casi un imposible. Fue en 705/6, cuando comenzaron las operaciones de
mayor envergadura. En esta ocasión los golpes fueron más calculados y
codiciosos; y el resultado estuvo dado por botín, esclavos y sobre todo miedo
entre los lugareños. Los pueblos comenzaron a trasladarse hacia el interior, en
las alturas, y los enormes y prósperos monasterios “griegos” se rodearon de
altos y gruesos muros para acoger a los campesinos en los días de terror. Se
han consignado más de una veintena de tales raids, entre el 706 y el 71187. En
cuanto al avance por tierra, Musa en persona dirigió las huestes. Precavido, la
aproximación principal desde la antigua Cesarea (Cherchel), pareció haber
seguido la línea en paralelo al limes, luchando sólo con algunos beréberes
hasta llegar (ahora sí de forma histórica) por vez primera al Atlántico, al sur
de Sala88.
87 Las
incursiones árabes han quedado recogidas en las anotaciones de monjes y las
cartas que los higumenos trasladaron a obispos y autoridades. Para estas
consideraciones se puede consultar el trabajo de Rizzitano, V. Gli Arabi
in Italia, L'Occidente e l'Islam nell'Alto Medioevo, vol. I, Spoleto, 1965,
págs. 93-114. Las ofensivas en torno al 715 ya revestían gran peligro y ningún
entorno de Cerdeña estaba seguro; por esa fecha fue necesario trasladar las
reliquias de San Agustín desde Cagliari hasta Pavía, con la anuencia del rey
Lombardo Liutprando. La ulterior historia de avances y retrocesos, cuyos polos
fueron Italia y el Magreb musulmán es el tema específico de la obra a cargo de Jehel,
Georges, L'Italie et le Magreb au Moyen Age, Conflits et échanges du
VIIe au XVe Siècle, PUF, 2001. Podemos señalar que hacia el 727 Bishr Ibn
Safwan fue protagonista de una campaña durísima contra Sicilia que apenas la
flota bizantina logró rechazar. Retornó a Túnez con los barcos a rebosar de
cautivos. No tardaría ya la invasión en regla aunque en esta oportunidad no iba
a ser un plan tan ambicioso como en tiempos de la conquista de África. 88 La mítica “cabalgada de Ukba” es
un anacronismo histórico flagrante. De hecho, todo el relato demuestra ser una
reproducción y síntesis de diversas leyendas y tradiciones anteriores
cristianas y musulmanas de la misma índole. La
El exarca bizantino con sede en Septem, un personaje que
ha dado motivos para el destilar y lucir de mucha imaginación y gasto de tinta
a lo largo de siglos, parece haberse llamado Iulianus (Julian o Juliano), y
aunque puedan ser objeto de discusión muchas de sus facetas (incluso la
exactitud de su denominación), resaltó como una figura histórica nítida y bien
definida. Tal vez las imaginativas fuentes árabes quieren recordar el momento
en el que Musa intentaba los primeros avances sobre territorio imperial,
comprobando que no sería un paseo triunfal como hasta entonces en el trayecto
extralimes. El Abjar Machmua, en contraste con otros aún más hermosos y
poéticos, refleja los duros combates entre Musa y Julián, con triunfo defensivo
del latino ya que, “contaba con gente tan numerosa, fuerte y aguerrida como
hasta entonces no había visto” (citado por Hita Ruiz y Villada
Paredes en De Septem Frates a Sabta, Actas II Congreso la Ciudad en
Al-Andalus y el Magreb, pág. 489). Y también cabe deducir que una alianza
tácita se establecería entre godos y bizantinos frente a beréberes y árabes.
Víveres y refuerzos enviados por el rey hispano-godo Witiza serían el soporte
logístico de esa resistencia enconada que bloqueaba el paso a los invasores89.
Pese a todo, los árabes seguramente avanzaron desde el suroeste, próximos a la
costa atlántica, tomando Sala, Lixus y hacia el 706 la vieja ciudad y anterior
capital de Tingi. Pero ahí, de nuevo, se detuvo su camino; seguro que debido a
las fortificaciones bizantinas, la cobertura naval y el apoyo transfretano a
Juliano y sus hombres, que se mostraban “maestros en la defensa”90. Pero,
¿cuales eran los elementos internos que configuraban el vigor “septensiano”? El
potencial defensivo natural de la semi-isla de Septem/Ceuta es algo muy
conocido y notorio. Habría que sumar la fortificación, que debió ser
particularmente importante, como lo prueba en texto el que sobre un sinfín de
obras, de las que hoy
refutación más reciente y documentada (entre muchas otras anteriores) se
puede consultar en el artículo de E. Gonzalbes Gravioto, “La Septem
bizantina en el año 682: la entrevista que no tuvo lugar”, Transfretana, 6.
1994, págs: 111-123. En cuanto al territorio de la Tingitana bizantina, aunque
se debate su extensión en aquel final, debía incluir la franja de territorio
norteño, desde Sala en el Atlántico (muy cerca de Rabat), hasta Rusadir, (la
actual ciudad española de Melilla), con un limes muy impreciso uniendo ambos
puntos a la altura de Volúbilis y Bu Gelú (seguramente en la línea natural
geográfica que en la actualidad sigue la carretera entre aquella capital y
Oujda, a la frontera argelina). No faltaban oppidum robustos y ciudades de
tamaño medio, destacando Lixus (Larache), Tingi (Tánger) y, por supuesto,
Septem (Ceuta). 89 Chalmeta
P. así lo señala evocando diversas fuentes árabes (P. Chalmeta, Invasión
e islamización. La sumisión de Hispania y la formación de Al-Andalus, 1994,
pág. 116). Sin embargo más definitiva y segura es la aportación arqueológica.
Signos de intensa presencia visigoda en ese tiempo se atestigua en la Septensiana;
en base sobre todo a lo que demuestran haber sido partes de pertrechos y
vituallas (hebillas, monedas, ánforas y cerámica variada), tal y como se recoge
en el monumental trabajo de Noe Villaverde, que el autor viene a resumir
(sumando todo el catálogo de piezas) en un párrafo: “Al igual que en Tingi,
los restos arqueológicos de Septem permiten atestiguar entre el siglo VII e
inicios del VIII la relación de la plaza con el medio visigodo, pues de allí
proceden elementos de indumentación y monedas” (Noe Villaverde Vega,
Tingitana en la antiguedad tardía, (Siglos III-VII), pág. 368). 90 Esta alternativa táctica de
progresión es la más razonable. Tendría el flanco izquierdo siempre a cubierto
de ataques y afrontaría las villas más significativas. Desde el levante,
aproximarse a Ceuta y la costa implicaba atravesar el difícil macizo del Rif y
la también plaza muy fuerte de Rusadir, (Melilla). Que Tánger y Larache cayeron
antes está bien sentado y ello se suma a las razones anteriores. vemos
restos impactantes, aparece resaltada como sobresaliente en el De Aedificis de
Procopio91. Y aún más, la población latina en Septensiana no era
precisamente pobre. Restos de todo orden en los yacimientos demuestran una
actividad industrial y comercial más que notable en los siglos VI- VII (los
árabes en tiempos de Al-Bekri todavía se maravillan de las obras dejadas por
los cristianos, como señalaremos más adelante). Los funcionarios y soldados
bizantinos serían también, sobre todo, de extracción local. Por ende ningún
deseo de abandonar estaría presente. La voluntad de encajar y aguantar, así
como la peculiar autonomía en las decisiones, algo que está fuera de duda en
todo lo referido a “Julian”, implican un deseo vivo de supervivencia sin
considerar lealtades o alianzas temporales. La imbricación táctica (exitosa)
entre visigodos y bizantinos parece haber llegado hasta el 710. Todo se
revolucionó por entonces, justo cuando fallecía Witiza y el dux de la Bética,
Rodrigo, se hacía con el poder en la corte de Toledo. El “bético” da la
impresión de haber tenido una perspectiva muy diferente en torno a lo que se
jugaba en aquella compleja situación.
17 El último armisticio.
El pacto de Julián (710-711)
"Ceuta, ciudad antiquísima, conserva muchos
monumentos del pueblo antiguo que la había tenido por hogar, entre otros las
ruinas de algunas iglesias y baños. Un acueducto que parte del río Aouîat y que
contornea la orilla del mar meridional hasta la catedral que es ahora la
Mezquita Aljama, lleva a la ciudad toda el agua que necesita. Fue Ilîan, señor
de esta plaza, quien le dió a Tarec Ibn Ziad los medios para pasar a Hispania
con sus compañeros” ABOU-OBEÏD-EL-BEKRI Descripción
del África Septentrional, año 1067-8 aprox. La relativa soledad y amplia
autonomía con la que actuaban los septensianos en los inicios del siglo VIII
puede hacer cuestionarnos acerca de si aún cabe hablar de Bizancio en África.
Si Constantinopla tenía todavía algún tipo de autoridad nominal, no es menos
cierto que el Tribuno o Exarca estaba obligado a lidiar muy por libre. Sea como
fuere, los bizantinos o “rumis” seguían habitando y defendiendo su tierra y
91 “En
una vertiente de los Pilares de Heracles, a la derecha del estrecho, existía en
tiempos una fortaleza sobre la costa llamada Septum, la cual fue edificada por
los romanos en los primeros tiempos, pero siendo dañada por los vándalos
permanecía postrada desde hacía algún tiempo. Nuestro emperador Justiniano la
fortificó por medio de un muro y la puso en seguridad por medio de una
guarnición. Pronto consagró a la Madre de Dios una muy notable iglesia,
dedicando a ella el umbral de entrada al Imperio, y convirtiendo ésta fortaleza
en inexpugnable para todas las razas del género humano” (Procopio de Cesarea,
De Aedificis, VI. Vii. 16. ‹Pág. 393. Trad. Dewing‹).
forma de vida (y aún lo harían por muchas décadas más)
por lo que cabe seguir desarrollando los acontecimientos finales92. Parece ser
que el rey Rodrigo cosechó muy pronto la enemistad de los ceutíes y ello sólo
se nos ocurre posible como respuesta a terrible contrariedad: un cese drástico
en los apoyos. Tal vez debido a la conjunción de varios factores: una
animadversión arraigada en la persistente competencia del “fretum” sobre
los intereses de los duces béticos93, una juvenil inconsciencia y el típico giro
copernicano que un oponente suele hacer respecto a la política de su
predecesor. ¿En el marco de una nueva “política fuerte”? Es difícil de valorar;
pero no cabe duda de que la sensación de “blandura” que dejaba Witiza entre la
facción más enérgica y centralista de la élite goda podía ser algo bien
comprensible94. No cabe duda de que tal planteamiento sólo dejaba a Julián una
alternativa: pactar con los árabes. Que accederían de buen grado; tal vez
porque veían una ocasión ideal para hacer trampolín sobre un reino en absoluta
quiebra, más que maduro para una nueva aventura; como era el visigodo del que
sólo las huestes julianas se interponían. Un pacto “a lo Teodomiro”, la
hipótesis más verosímil, encuentra referencias muy tardías, pero con todos los visos
de no ser inventadas. En virtud del tratado (siguiendo el paralelo de Murcia),
los árabes se comprometerían a respetar la autonomía total de Septem y su
comarca, no pudiendo entrar en la ciudad. A cambio, los ceutíes deberían
aportar, caso de conflicto, soldados y/o guías auxiliares a los escuadrones
islámicos. Nada nuevo en los anales, desde tiempos lejanos. Y es que, casi a la
vez, la oportunidad de extraer beneficio musulmán de ello se presentaba: la
facción witizana solicitaba apoyo para derrocar al advenedizo Rodrigo. Algunos
escuadrones, no muchos, se trasladarían a la península, al amparo de los
puertos y navíos de Julián95.
92 La
hipótesis que a veces se defiende sobre un dominio directo visigodo o una
aceptación como “vasallo” de Julián respecto al rey Witiza y sus inmediatos
antecesores y después Rodrigo, adolece de graves defectos. El principal es que,
si ello se hubiera dado, alguna fuente habría reflejado seguramente tal
información (como la historiae Wambae de San Julian, el Ordo gentis Gothorum,
las actas del Concilio del 694 o aún la Continuatio Hispana) en consonancia con
“tamaño” éxito visigodo (reino que siempre había tenido aspiraciones sobre Tingitana,
parte histórica de la diócesis hispaniarum. Los “ecos” árabes siempre
distinguen a los rumis africanos de los súbditos rumis bajo los visigodos. 93 Así lo considera Noe Villaverde: “cabe
plantear que la circunscripción juliana, originada con los restos de los
dominios bizantinos del Estrecho, persistían en competencia con los intereses
de los duces béticos” (Noe Villaverde, Tingitana en la Antiguedad
Tardía, pág. 369). También Pedro Chalmeta, quien pone de relieve el relato
Ajbar Machmua que de forma inequívoca explica el desacuerdo Julian-Rodrigo por
el cese de esos apoyos. 94 Witiza
había cedido excesivas parcelas de poder a ciertos grupos de nobles,
devolviendo propiedades confiscadas y reduciéndoles pagos o impuestos; lo cual
había generado una engañosa sensación de paz “intragótica” pero a la vez una
animadversión entre los más firmes y, en cualquier caso, una merma peligrosa de
ingresos para la corona. La moneda se depreció tanto que el oro prácticamente
no se acuñó más. La falta de presupuesto habría propiciado el debilitamiento
del núcleo real del ejército y la insurrección social (esclavos y siervos
abocados a la más absoluta de las desesperaciones, hasta entonces brutalmente
reprimidos) alcanzaría cotas más que alarmantes (para un análisis pormenorizado
de estos aspectos, se puede consultar el texto específico de Luis A. García
Moreno, El fin del Reino Visigodo de Toledo, 1975). Rodrigo tenía
fama de hombre aguerrido y duro, el ideal para remontar la situación,
aparentemente. 95 A la espera de tener
estudios arqueológicos más precisos en el área de Medina Sidonia-Algeciras-
Estepota, la duda sobre el dominio o no de las dos partes del Estrecho por
parte de los septensianos persistirá. Assido, (Medina Sidonia) había
Pronto Musa debió advertir que el sostén a una disputa
por el trono podía ir mucho más allá. Decidió sumar más efectivos y no es de
extrañarse que los septensianos les incitaran a ello. Tan bárbaros les
parecerían unos como otros que mejor era “reenviar” a los árabes más al Norte
que tenerlos concentrados a la puerta96. Parece que la campaña de Musa/Tariq
sorprendió a Rodrigo. Estaba muy ocupado en el Norte, sofocando la rebeldía de
los duces de Septimania y Tarraconense, quienes no reconocían su
ascenso. Volvió raudo para sufrir flagrante derrota en la controvertida batalla
del Guadalete. Si allí perecieron los mejores hombres del séquito real no debe
resultar extraño que la oposición al avance musulmán no fuera verdaderamente
firme. Tingitana/Ceuta resistirían dos veces más tiempo del que lo haría casi
la totalidad del mucho más extenso reino godo. Dos comunidades bien distintas
en cuanto a cohesión social y valor militar, evidentemente.
Periodos subsiguientes
18 Penúltimas noticias de Septem (Ceuta)
En torno al año 740 se produjo un levantamiento general
de tribus beréberes en Hispania y la parte más occidental del norte de África.
Tuvo notable éxito y nuevos efectos devastadores sobre una vida urbana que
apenas remontaba; porque los árabes estaban faltos de efectivos (de hecho los
mismo auxiliares de orden nómada “amazig” serían mayoría en las guarniciones de
todos esos territorios) y los rumi, ya en precaria situación, arrinconados y
desarmados salvo en los lugares “con pacto”, tenían pocas oportunidades. En
suma, apenas nadie fue capaz de oponerse y los ejércitos califales que serían
enviados, con premura, tendrían graves dificultades a uno y otro lado del
Estrecho (de esta época derivan, seguramente, algunas leyendas de duros
enfrentamientos entre árabes y beréberes que luego se han confundido con los
habidos albergado
el cuartel de una guarnición goda muy significativa, tanto que era cabeza de un
territorium y ceca, centro emisor periférico de moneda que siempre existían
para pagar a importantes concentraciones de efectivos. Sin embargo, en Iulia
Transducta (Algeciras), no ocurre nada similar a inicios del siglo VIII (García
Moreno: Ceuta y el Estrecho de Gibraltar en la Antiguedad Tardía, siglos
V-VIII, Actas. I. pág. 1112). Otro apoyo, siempre con precaución, lo
constituyen los escritos de Ibn Adari, ámbos afirmando que el Comes Julián
dominaba ambas márgenes. Por nuestra parte, la naturaleza geográfica táctica
del Estrecho nos empuja, sin sombra de duda, hacia la misma conclusión: ningún
barco puede cruzar sin ser bien visto en uno y otro sentido. Si los visigodos
hubieran tenido en sus manos el área de Algeciras es incuestionable de que allí
se habrían fijado torres vigías para dar señales de alarma ante los primeros
desembarcos, por más modestos que fueran. A día de hoy el planteamiento sigue
siendo el mismo. 96 Existen
bastantes indicios literarios sobre la participación de los tingitanos rumi en
la primera campaña árabe contra Hispania, como auxiliares y guías. Es bien
significativo que en la toma de Carmona “los árabes sólo pudieron entrar al
fingirse las gentes de Ilian fugitivos y abrir las puertas de la ciudad a los
musulmanes” (Gonzalbes Busto, G. De la Ceuta biznatina a la Ceuta
Islámica, pág. 22; el autor se basa en los relatos de Al-Maaqari, Ajbar
Machmua y Ibn Al Atir). La misma Crónica del 752 nos dicta otro ejemplo
definitivo con aquel Urbano, cristiano del África, que acompaña y asesora a los
invasores.
un siglo antes entre Bizancio y el Califato; en este
segundo conflicto los “romanos”, en efecto, ya tuvieron un papel más
secundario)97. El desarrollo de esta importante revolución, en el caso concreto
de la Tingitana, puede ser seguido con cierto detalle. Muchas pruebas
apuntan a que el “pacto tipo Teodomiro” que habían sabido arreglar los ceutíes
se mantenía y que el general sirio omeya Balyi Ibn Bashir buscó apoyo en
aquella población cristiana que estaba a resguardo de las fortalezas. El Ajbar
Machmua aún recuerda que por entonces Ceuta “era una ciudad bien fortificada,
de bastante población y abundantes recursos en sus alrededores”, (Ajbar
Machmua, pág. 35 de la ed. y 46 de la Trad.), prueba indirecta de que la
capital rumi estaba intacta. Los jariyíes obtuvieron la victoria en la famosa
batalla de al-Asraf y los jinetes árabes se cobijaron tras los muros que
Justiniano había levantado hacia dos siglos. Tal vez aquella fue la primera vez
que gentes musulmanas pisaron sus calles. Durante casi año y medio, rumis y
sirios soportaron el asedio sin recibir ayuda de ningún lado, porque los
soldados beréberes de las comarcas más al sur de la Bética (entonces ya
empezando a ser ese Al-Andalus que tanto se nombrará) colaboraron activamente
con sus correligionarios “africanos”. De hecho, todo apunta a que se trataba de
un verdadero intento de asentamiento libre, por parte de los “moros”, en el
África e Hispania por igual, nuevas tierras para ellos de promisión. La Crónica
Mozárabe del 754, un texto prácticamente contemporáneo de los hechos, lo
explica con detalle. Según el relato, los beréberes asentados en la península
se dividían en tres grupos. Uno de ellos bajó con destino a Ceuta y, aunque no
la tomó, consiguió controlar el Estrecho durante algún tiempo para “ayudar a
sus amigos a que pasasen también a fin de sumarse a la tarea de asentarse en la
península”98. En Ceuta asediada se cobijaría una masa enorme de refugiados,
afluyendo desde Tánger y aún más lejos. Los que pudieron escaparon en navíos
rumi; de los que sabemos algunos por lo menos surcaron el Mediterráneo en busca
de tierras más tranquilas en el corazón de Bizancio99.
97 Los
grupos humanos implicados en la rebelión no debían llevar mucho tiempo en el
área norteafricana y desde luego tampoco en la peninsular, porque aún
predominaban los politeístas y recién islamizados que profesaban una forma muy
simple de culto: el “kharijismo”, originada en Oriente y difundida entre los
menos “civilizados”, aquéllos que desconocían la vida urbana y toda su compleja
organización de clases y división del trabajo. Algunos de los “Zenata” y
“Branes” más rezagados que habían seguido el “rebufo” de la invasión árabe,
traían con ellos la herejía que les servía también como supraestructura
ideológica para mantener su diferenciación. Pronto, los que supieron crear
dominios en áreas extensas, perderían su “comunismo” inicial y articularían
nuevos poderes de orden más “tradicional”. 98 “los moros residentes en Hispania
se reúnen en plan de guerra, deseando someter a Abdelmelic para pasar al otro
lado después de conquistar su reino y ofrecer así a sus amigos de allende el
mar un paso por él. Divididos pues en tres secciones, destinan una a Toledo
para destruir la fuerte muralla de la ciudad. Otra la envían a asesinar a
Abdelmelic en su residencia de Córdoba. La tercera la mandan al puerto de Ceuta
para vigilar la llegada de aquellos que según hemos dicho, habían escapado de
la guerra contra los moros” (Crónica Mozárabe del 754, ed. Pereira, 85. pág. 111). 99 Una prueba de ello es que por
entonces se procedió al traslado de las reliquias de San Casiano, patrón de la
ciudad de Tingi/Tánger y algunas otras del obispo San Epifanio, hasta Chipre
primero y poco después a Constantinopla, lugar donde se guardarían durante
siglos, tal vez hasta la IV Cruzada (1204). Para el cristianismo antiguo en la
ciudad de Tingi-Tánger puede consultarse el artículo de Villaverde Vega y
Zan López, Cristianización y propaganda episcopal durante el bajo
Imperio Romano en Tingi, Tánger, Marruecos. Acta Antiqua Complutensia, 3.
págs. 391-401.
Sólo la abundancia de recursos y la excepcional defensa
pétrea explican el tiempo en el que aguantaron. Los autores árabes hablan de
los repetidos asaltos y de que “los moros asolaron el país en varias leguas a
la redonda”. Y al final (tal vez corría Octubre del 741), los soldados árabes
pactaron su salida de la ciudad rumbo a la península. Entonces Septem-Ceuta,
con los últimos rumi dejados a su suerte sucumbió. Al-Bakri nos asegura que la
urbe fue arrasada y todos sus ciudadanos asesinados o esclavizados, quedando
despoblada. Parece claro que aquellos beréberes no eran locales ni pretendieron
después quedarse allí. Se empeñaron en destruir una tierra que, de ser la suya
o quererla aguantar en sus manos, jamás habrían castigado así. El urbanismo les
era extraño y ajeno100. ¿Es éste el final de un post-bizantinismo en Tingitana?
No, todavía hay una larga agonía a desarrollar. De hecho, como el resto de los
“mozárabes”, aunque en minoría, los africanos (no sólo tingitanos, como veremos
más adelante) persistirían el mismo tiempo que aquellos otros similares de
Al-Andalus, hasta el siglo XII, seguramente firmando un definitivo punto y
final la invasión almohade. Así lo defiende una autoridad en el mundo antiguo
del Maghreb como Don Gabriel Camps101.
19 Perspectiva bizantina del África convertida en Magreb
Como muchas veces hicieron (casi siempre), los bizantinos
se empeñarían en guardar buena memoria de la Historia, máxime de aquella África
que fue parte íntima y notable de la Romanía. En los siglos que van del IX al
XII (y aún en el XIII, aunque ya por entonces se aceptaban nuevos términos),
los escritores y mercaderes de Bizancio distinguían nítidamente entre
“africanos” (que eran rumis) y los invasores, bien árabes o “moros”, todos
ellos “sarracenos”. Inclusive cuando se enfrentaban a tales en muy nuevas
situaciones y lugares, nunca los denominaban de otra forma que no fuera la
segunda, consignando para ellos un carácter de “invasores impenitentes” que,
primero usurpadores de tierras (el África), después lo intentaban en otros
lares (Creta, Sicilia o Grecia), rompiendo siempre la paz y el orden del
ecumene. Podría decirse que los bizantinos jamás “naturalizaron” a moros y
árabes como “originarios o titulares” de la antigua diócesis; mantuvieron una
tajante diferenciación; y en palabras de la profesora Nikè-Catherine Koutrakou
“mantuvieron del África una
100 “Los
árabes hicieron con los habitantes de la ciudad un pacto de amistad y obtuvieron
permiso para establecerse en ella. Fueron expulsados algún tiempo después por
los beréberes desde Tánger; y Ceuta quedó abandonada y en ruinas, sin otros
habitantes que los animales salvajes” (Al-Bekri, ed. Slane, pág.
204). “Esclavizaron a los habitantes de la ciudad y la devastaron hasta el
punto de quedar desierta” (Ibn Jaldun, ed. Slane, 2º ed. II, pág.
137). 101 G. Camps, “Comment la
Berbérie est devenue le Maghreb arabe”. Revue de l¹Occident Musulman et de
la Méditerranée, 35, (1983), pág. 14.
percepción que tendría más de pasado que de presente...
remarcando que, incluso en los textos populares, estos aphroi formaban parte
por siempre” de la romanía hermana occidental (Koutrakou, Entre
fiction et réalité: la Méditerranée et l'Afrique a'après les sources
hagiographiques méso-byzantines, VIIe-XIe siècles, Mésogeios, 7 -2000-,
pág. 83). En efecto, en aquellos “best sellers” de tan amplia difusión como
eran las hagiografías, tenemos una de las mejores pruebas de todo ello; amén de
que en muchos casos dan una información inestimable sobre muchos
acontecimientos posteriores a la conquista de los que, en otro modo, estaríamos
ignorantes. Por ejemplo, la Vida de Santa Atanasia de Egina menciona a los
moros que “después de haber aniquilado a los africanos” habían devastado la
isla, a principios del siglo IX, momento en el que el marido de la santa
encontró la muerte a manos de los mismos. Otro lo encontramos en la llamada
Vida de San Gregorio el Decapolita (en el que incluso se describe a un espía árabe
recogiendo información en el puerto bizantino de Otranto) y que señala aquellos
navíos sarracenos (no los llama nunca africanos) que desde la “pobre África”
perseguían a los mercantes romanos (uno de los “milagros” del santo consiste en
lograr que el barco con el que viaja atraviese el Mediterráneo occidental sin
ser abordado por ellos). Por último, tal vez éste sea el mejor “informante”,
recordamos la famosa Vida de San Elías el Joven, escrita en el siglo X
relatando acontecimientos del IX. Según afirma, Elías había nacido en Enna
(Sicilia), caído cautivo y hecho esclavo por sarracenos terminaría en el
mercado de Kairouan. Allí, “un cristiano africano rico” puede comprarlo y
asiste a un oficio nocturno en una iglesia de la ciudad, donde da gracias a Dios
y recibe la eucaristía de manos de un obispo llamado Pantoleón. Aún después
ejercerá como médico entre los “moros” que aún son “extraños y un tanto
errantes” antes de retornar a territorio bizantino (donde por cierto sus
propios compatriotas le encarcelan acusándolo de espionaje)102. En fin, una
perspectiva histórica que difiere mucho de la que es ordinaria (¡casi
incuestionable, sin caer en la ofensa!) en nuestro mundo de hoy.
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