El periodo de Justino II (565-578)
12 Justino II y el patricio Tomás. Una esperanza renovada.
Hasta el año 569-570, la tranquilidad fue, en general, la
regla en el África romano-bizantina. Cierto es que hubo tensiones religiosas
entre Justiniano y los obispos de la provincia (junto a muchos otros de todo el
Imperio) por causa de ciertas veleidades de orden teórico-teológicas de las que
hizo gala el anciano augusto18. Pero la paz social y exterior se mantuvieron y,
con esfuerzo, una nueva generación se pudo ver libre de la feroz y dañina
guerra. Los moros en vías de integración se mantuvieron en sus reservas, asumiendo
poco a poco los modos económico-culturales del sedentarismo. Incluso los más
aventajados, aceptando una beneficiosa cristianización, antesala junto a la
lengua (que hubiera requerido de bastantes más generaciones) de la romanización
en aquellos tiempos. El sistema que tejió un líder clarividente como Juan
Troglita sólo se vio puesto en relativo y limitado peligro cuando otro
gobernador, Juan Rogatinos, en el año 563 cometió la enorme torpeza y la aún
mayor injusticia de asesinar al viejo Coutsina cuando acudía a la capital para
cobrar la subvención, que para él y los suyos había resultado en pago a los
servicios prestados. Sus deudos se levantaron, dirigidos por el hijo y
volvieron de nuevo algunos disturbios. Parece, no obstante, que fueron mucho más
leves que antaño y afectaron sólo a la comarca sur de Numidia. El inútil
sucesor de Troglita fue apartado del mando y el tribuno Marciano, sobrino del
emperador, al mando de las tropas de guarnición, pudo pronto terminar con el
problema. 18 Se trata de la llamada “Querella
de los Tres Capítulos”.
En noviembre del año 565 falleció el gran Justiniano y
accedió al poder Justino II (565-578), hombre resuelto y bien dotado que, como
es habitual en los relevos que se hacen esperar, pretendió cambiar muchas cosas,
casi todas. Y con un criterio mucho más agresivo; sabido es que rompió viejos
pactos, negándose a abonar tributos a los persas y tribus exteriores en el
Danubio, que se guardaban de hacer la guerra virtud a ellas. A la postre
resultaría un craso error. Desde luego, la política africana sería objeto de su
atención preferente. Por fortuna gozaba de la mejor influencia en este caso,
porque había nombrado ministro de su máxima confianza en la cancillería de
Constantinopla a un africano, el patricio Anastasio; quién a su vez elevó a la
prefectura regional a un inteligente gestor, Tomás, cuya actuación sería
impecable19. El sistema de defensa fue renovado. Hoy se distingue su obra en
las ciudadelas que se elevan con gran visión estratégica en el transcurso de las
vías principales, por ejemplo aquellas que desde Teveste y Cirta confluían para
llegar al valle de Medjerda20. Y aún más importante, más allá de las fronteras
protegidas se hizo proselitismo religioso entre los garamantes de Fezan y los
gétulos al sur de la Cesariana, con cierto éxito. La administración se
reformó también buscando eficiencia y mejor control. Las magistraturas fueron
de obtención gratuita, para evitar el nepotismo y la corrupción; la percepción
de impuestos delegada a las ciudades y, a sabiendas de la función
verdaderamente de sostén popular que ejercía el clero, en particular los
sacerdotes de a pie, se les autorizó a enviar, directamente, cuantas
reclamaciones o prevengos quisieran, a las oficinas imperiales centrales, para
que, como decía la ley emitida al respecto, “nos, conociendo la verdad,
decidamos lo que conviene hacer”, (Zacarias, III, 9-10, año 568).
13 Algunas consideraciones sobre la economía y la sociedad africanas de la
época
SOCIEDAD
La división clásica de la sociedad romana en tres grandes
grupos, los possessores u honorati, de gran riqueza; los decuriones,
curiales o equites, de recursos económicos medios, y la plebei,
amplia masa pobre aunque libre; que se había mantenido en equilibrio con éxito
relativo durante el Alto Imperio, sufrió una poco saludable mutación en la
época previa a Diocleciano y Constantino. Los equites declinaron, 19 Aún recién iniciado este periodo,
el mismo cronista de las guerras, poco antes de morir en Constantinopla, lo
saluda con mucha esperanza; por medio de ellos "África consolidaba su
esperanza de vida" (Coripo, Panegírico de Justino II, I,
18-21). 20 Se conservan, entre otros,
los vestigios de Tubursicum Bure, (Teboursouk), Agbia, (Aïn-Hedja) y Tignica,
(Aïn-Tounga).
sometidos a una relativa mayor presión fiscal que el
resto, disparándose una polaridad indeseable, ricos y pobres, de la que sólo se
derivaron inconvenientes. Si bien en el África, a juzgar por la pujanza de las
ciudades y su economía, no pareció incidir tan profundamente dicha crisis, de
algún modo fue inevitable la dicotomización social. La invasión vándala
quebrantó a los honorati pero seguramente también asestó otro gran golpe
a los curiales. La reentrada romana de la mano bizantina supuso una
restitución de unos y otros, aunque no hay duda de que la clase media lo iba a
conseguir en mucha menor medida, causa última de la impotencia final de la
sociedad21. Veamos a continuación, en detalle, cada capa del estrato social
africano de la época: Los Possessores Como en el resto de la
romanía, el ordo senatorius, la clase de los senadores era la categoría
social de mayor rango. No hay duda que la tiranía de los vándalos había hecho
mucho daño a esta clase, pero no es menos cierto que sobrevivió y que muchos
retornaron desde el exilio en Galia, Sicilia, Cerdeña, Italia y, sobre todo,
Constantinopla (muy ilustrativa es la lista de obispos ofrecida por Victor de Vita).
Eran propietarios de vialle y de predios y por tanto gozaban de ingentes
rentas. Algunos, no pocos, eran de hecho “multipropietarios” en diversas
regiones y diócesis22. Por supuesto, se trataba de una clase de ideología muy
tradicionalista y aunque los ejemplos de cristianismo son a veces
deslumbrantes, la persistencia entre ellos de paganos no fue algo raro, incluso
a finales del siglo VI. Algunos, como el ministro Anastasio en época de Justino
II, alcanzaron puestos de máxima responsabilidad en el gobierno central
bizantino y, como es más de entender, también en la prefectura primero y el
exarcado después. Los Curiales Los propietarios medios, aquéllos
que poseían terrenos en torno a los XXV iugera (unas 6'5 hectáreas), habían
constituido el verdadero corazón del África romana (San Agustín procedería de
una de estas familias). No eran una clase homogénea. Los más destacados eran
los optimates (“principales”), que solían conformar la élite urbana,
magistrados locales, sacerdotes de culto pagano primero y cristiano después,
21 No
sólo medidas políticas desacertadas en el marco de una evolución general del
mundo romano, fenómeno muy complejo, también la guerra mora fue principal
factor etiológico de la asfixia de los curiales en la región. Éstos perdían su
cosecha modesta y estaban abocados a la ruina; en muchos casos vendían la
tierra a los possessores, los únicos que aguantaban, protegidos en la
ciudad, las terribles razias. Los artesanos que exportaban por vía marítima
continuaron su actividad, incluso conocieron alguna época dorada con Bizancio,
pero aquellos que dependían de las caravanas por el interior hacia Cirenaica y
Egipto se hundieron sin remisión. 22 La misma Egeria, famosa hispana por su viaje a Tierra
Santa, tenía fincas en el África. Otros ejemplos muy notables son el de Santa
Melania la Joven y los Valerii, casta que distribuía sus posesiones desde Roma
a Tingitana y Cesariana (Melania sería un nombre muy propio de la Tingitana
romana y cristiana) (Alföldy, G: Römische Sozialgeschichte Wiesbaden ,
1984, págs: 259-260).
se generaban entre sus vástagos segundos, que no era
habitual heredaran tierra pero sí cultura. Ha aparecido un gran número de
tumbas de época bizantina que se circunscriben a curiales. Ello implica una
permanencia tenaz pese a sucesivos infortunios. Los modernos estudios, que
datan cronológicamente con mucha mayor precisión, permiten señalar, sin margen
de error, esos periodos de paz y aquéllos difíciles, cuando la provincia se
resentía por la acometida bárbara, principalmente en las áreas fronterizas23. Los
Negotiatores y Mercatores Los negotiatores (comerciantes ricos)
conformaban un grupo no bien ubicado; sin llegar al rango curial tampoco eran
plebeyos. Con problemas en la época vándala, se reanimaría su actividad llegado
Bizancio, aunque muchos ahora debían ser de origen oriental y no pocos
judíos24. La Plebs Urbana Artesanos, pequeños comerciantes,
burócratas o empleados de las oficinas y el proletariado urbano engrosaban el
grupo de los “plebeyos urbanos”. Sacudidos por terribles convulsiones en
el siglo V y a lo largo del VI verían disminuir su patrimonio y capacidad de
forma drástica. Se puede percibir el empobrecimiento de poblaciones antes
acomodadas en casi todas las ciudades del África25. La Plebs Rusticana Constituyendo
la mayor parte del conjunto poblacional, los “plebeyos rústicos”
incluían campesinos libres con pequeñas propiedades, jornaleros estacionales y
colonos que tenían arrendadas parcelas de grandes terratenientes. Se les
aplicaban impuestos en especie (annona), además de la dolorosa capitatio,
una tasa individual que se sumaba a las cargas impuestas por los dueños. Desde
el siglo IV hay una decidida tendencia a engrosar el colonato en detrimento de
los libres, algo común en todo el Imperio, y las medidas de los emperadores
bizantinos no parecen haber cambiado la cuestión; salvo en el primer y
23 Así,
en Tingitana puede verse que una ciudad meridional como Volúbilis reduce el
lujo de sus enterramientos, mientras que al Norte, en Tingi, (Tánger) o en
otras de mayor índice de seguridad, como la guarnicionada Sala; se consumen
sarcófagos de plomo y mármol, a veces facturados en talleres muy lejanos, hasta
de la propia Roma. 24 De
nuevo en Volúbilis, desde el siglo IV, se comprueba la presencia de una
comunidad hebrea comercial muy significativa. Allí, Teofanes y el patriarca
Niceforo señalan a un tal Cecilius como protopolites o primer ciudadano (primus
civitates), encargado de recaudar la collatio lustralis o impuesto
urbano pagado cada 5 años. 25 En Septem (Ceuta), los trabajadores de las salazones
serán enterrados apenas sin ajuar y en simples tumbas cubiertas por pizarras o
restos de ánforas, en basílicas cristianas y cementerios adjuntos donde también
se pone de manifiesto gran precariedad. Por supuesto, los ciudadanos pobres de
ciudades con más empaque, como Cartago o Leptis, aguantarán mucho mejor.
decisivo momento de la reconquista, con un Justiniano muy
preocupado por la paz social. Los Esclavos Aunque no parece
haberse sostenido una cifra sustancial de esclavos en el África bizantina, hay
muchas señales de que existieron en número significativo ocupados en
determinadas tareas hasta el final. Sirvientes domésticos y agrícolas cuya
condición seguramente no era peor, o tal vez aún era mejor, que las de los
colonos o el proletariado urbano. Los Extranjeros en Foedus: tribus
beréberes En los periodos de paz, las tribus beréberes, organizadas en
clanes, permanecían bajo control en comarcas limitadas, en general montañosas o
sobre todo, en las llanuras áridas al borde del limes. Sin duda ocuparon cada
vez espacios más amplios, aprovechando el abandono por parte de los romanos y/o
la destrucción de poblados y cultivos. Estaban organizados y regidos por sus
propias élites y las actividades básicas parecen haber sido el pastoreo, la
venta de esclavos y la nunca renunciada rapiña. Grupos “peregrinos” surgían y
desaparecían con cierta facilidad, en virtud a un nomadismo que ocupaba un
amplísimo pre-desierto y que se conectaba con el desierto y aún más allá.
Durante los siglos bizantinos, los “moros” parecen haber tornado en muchas
ocasiones hasta sus lugares de origen en Nubia y Chad. El caso del
Colonato Aunque se ha repetido hasta la saciedad y sin ningún
fundamento aportado por vía alguna que el dominio bizantino había agudizado la
concentración y el colonato, parece que la verdad fue precisamente la
verificación de un fenómeno contrario. Los fortines que Justiniano mandó
construir, muchos y no lejos unos de otros, tenían por objeto dar refugio a
campesinos libres que vivían en pequeñas aldeas (Cod. Just. I, 27, 2,4),
asentamientos cuyos humildes vestigios se han estudiado ahora obteniendo
valiosas piezas y fidedigna información sobre la vida en tales, entre los
siglos VI y VII. En el mismo sentido apunta la re-creación de las tropas
limitanei, encargadas a la vez de la vigilancia fronteriza y de volver a poner
en función las tierras abandonadas (Cod. Just. I, 27, 2, 8). Es más,
pese a la presión de los possessores que demandaban no sólo la
restitución de las tierras sino también que se obligara a los colonos a volver
(aquellos que durante el periodo anárquico entre la caída vándala y el
afianzamiento de la autoridad imperial habían abandonado), el emperador decretó
que los servi rustici y coloni conservaran su libertad. Y, tal
vez decidido a subrayar el carácter “liberador” de la reconquista, se atrevió a
ir más lejos, fijando por ley en el 533 que los hijos de un matrimonio mixto, adscritius
y liber, eran libres y el “colonato” a decidir.
En época de Justino II, hacia el 570, se volvió a
considerar África igual a las otras provincias, lo cual puede entenderse como
prueba de que se había alcanzado la “normalidad”. Por ende se anularon las
disposiciones especiales anteriores; para cargar sobre los siervos y colonos la
obligatoriedad de trabajar siempre la misma parcela. Tiberio en el 582 confirmó
idéntica normativa que, sin duda, buscaba frenar el abandono de los campos. Es
notorio cómo las guerras moras de la primera mitad del siglo VI incidieron
mucho en Byzacena y menos en las otras provincias. La población sufrió,
añadida la peste, un brutal desplome. Prueba indudable es la reducción de
obispados que se reflejan en distintas listas; pasando a menos de la mitad
desde finales del V al último tercio del VI. No obstante parece que algo pudo
recuperarse, porque justo un siglo después el patricio Gregorio intentó
apoyarse en estos hombres y fijar su capital aquí en aquel intento descabellado
de independizarse cuando llegaban los califales. No hay ninguna duda de que los
árabes pudieron ver signos tangibles de prosperidad, incluso en la castigada Byzacena.
Sus citas aluden todavía a grandes extensiones de olivos, ya sin cuidar es
cierto, y “restos innumerables de aceiteras donde los frutos eran
transformados” (Ibn Abd-el-Hakem en Ibn Khaldum, trad. Slane, I,
pág. 306). De hecho sólo a finales del siglo VII es cuando la región sucumbe en
la ruina completa, al sentir de Diehl y Bourde, coincidiendo con el golpe
postrero que le inflingió la invasión hilaliana (Diehl, l'afrique
byzantine, t. II, pág. 403). Algo comparable al resto, desde Tripolitania a
la Tingitana, la última en ceder. Las fotografías aéreas de comarcas como
Cherchel, Melilla, y los alrededores de Sierra Bullones no engañan: allí hubo
una vegetación y cultivos prósperos en tiempos pre-musulmanes, aunque hoy se
levante el polvo a cada pisada. ECONOMIA En el África bizantina
persistía, en la medida que los acontecimientos bélicos lo autorizaron, una
economía agrícola principalmente binaria, arboricultura y cerealocultura; a las
que se sumaban un importante comercio exportador de todo ello y también de
otras manufacturas que sobresalían dentro del mundo mediterráneo. Discrepan los
autores sobre la riqueza general y el nivel de vida de la población, en un
abanico que va desde las visiones pesimistas de Courtois o Diehl hasta las
modernas de Février que, en base a excavaciones, se deslizan hacia una visión
mucho más halagüeña, tanto como para poder hablar de un “renacimiento
bizantino” del África. Lo cierto es que en toda la antigüedad, durante un
periodo de 5 siglos, las fuentes y el análisis de los restos arqueológicos dan
testimonio de una apabullante prosperidad. Que cede, aunque no desaparece, en
la vandalocracia y que, al parecer, se mantiene más de lo que se pensaba antes
en tiempos de Bizancio.
En este hermoso mosaico se muestra un jornalero del campo (¿siglos V-VI?),
con detalles que permiten “ver” tal época y trabajo (el arado y siembra a
principios del invierno), incluido el esfuerzo humano (la disposición física)
que ello implicaba. Se encontró en la antigua CESAREA (Cherchel, República de
Argelia). Hacia el siglo I a.C., a comienzos del periodo romano, la
economía se basaba en el cereal y la provincia era “annonaria” y de monocultivo
hasta la era flaviana, cuando la Lex Manciana señaló una nueva carta
geo-agrícola para la zona. Las altas estepas (el “Sahel tunecino”), y una buena
parte de la Byzacena junto a la Zeugitana o Proconsular
meridional se dedicaron a partir de entonces al olivo intensivo. Coripo nos
informa de que los ejércitos bizantinos “caminaban a la sombra que
multiplicaban las espesuras arbóreas”, un manto verde que aún cronistas árabes
como Ibn Idhari y An-Nuwairi vieron desplegarse desde Trípoli hasta Tánger26.
La viña predominaba en el sur de la Byzacena y al lado de ella también
se hacía mucho aprovechamiento de la higuera, los almendros, el pistacho y el
granado. En compañía de la palmera datilera que, como en la actualidad,
abundaba en Tusurus (Tozeur), Tacape (Gabes), Capsa (Gafsa), Tiger (Tagyus) y
en Turris Tamalleni (Telmine). Por supuesto, los huertos alrededor de las
ciudades tampoco faltaban en ningún caso. La ganadería se centraba en gallinas,
cabras, ovejas y equinos, estabulada o reducida en recintos. La pesca y las
salazones ocupaban un lugar privilegiado en la costa tingitana y atlántica
donde ciudades como Septem (Ceuta) y Tingi (Tánger), tenían en ello una arcana
y beneficiosa fuente de vida. No hay duda tampoco de que el artesanado africano
disfrutó de buenos días en la férula bizantina. Arquitectos y maestros
constructores han dejado legión de pruebas de ello, por no hablar de los
mosaicistas, cuyos hermosos trabajos desenterramos ahora bajo la arena del
desierto. Al igual que la cerámica, en particular la producción de ánforas que
viajaban a Marsella y Tarragona aún en el siglo VII.
26 Es muy
difícil imaginar hoy tal realidad, a la vista del terreno árido y desforestado;
pero el triunfo del nomadismo y la desaparición de los cuidados campesinos
imprescindibles y de las infraestructuras, en particular la ingeniería
acuífera, fueron causas de semejante transformación. Con todo, el grano siempre
será muy importante, se exportará a Constantinopla en cantidades muy notables
al menos hasta el reinado de Heraclio.
En resumen, un mundo vivo aunque amenazado que, a cada
avance de la investigación, quiere proclamar su mejor condición y ganas de
sobrevivir entre los siglos V y VII.
14 La amenaza altavo-visigoda
Considerando todo el vasto Imperio, Justino II tuvo
que hacer frente a una terrible concatenación de agresiones. Los ávaros
avanzaban desde el Norte, a sangre y fuego, los lombardos con la misma
violencia asaltaban Italia y los persas insistían en una guerra intermitente
sobre la frontera oriental. Por fortuna, en África y las demás posesiones del
poniente, la situación estaba relativamente tranquila. Los moros Laguatan
habían abandonado el territorio africano y después de lanzar alguna incursión
en Cirenaica crearon problemas en Egipto hacia el 582. Pero esas
regiones estaban más consolidadas y respondían con medios autóctonos a los
bárbaros “peregrinos”. Los Garamantes, al sur de Tripolitania y Numidia
se convirtieron oficialmente al cristianismo y firmaron una alianza con la
romanía. No es de extrañar que numerosas tropas desde aquellas tierras de
Occidente se trasladaran para reforzar los frentes amenazados al Oriente. Esta
tesitura no tardaría en ser vista y aprovechada por el reino visigodo de
Hispania, que contaría con el apoyo del que restaba único problema en África:
el también “reino” o autonomía mauretano-romana con capital en Altava y
dirigido entonces por un líder ambicioso llamado Garmul. Leovigildo atacó y
tomó Assido (Medina Sidonia) en el 570, una operación que apuntaba sin disimulo
hacia el Estrecho. Una dinámica que encajaba con las operaciones “altavas” que
se dirigían en dos direcciones simultáneas; por un lado expediciones de castigo
y razia (“piratería”), sobre las Islas Baleares (incluso alcanzando las costas
de Provenza, según recoge el cronista Mario de Avenches) y por otro golpeaban
el territorio tingitano. Así puede entenderse la muerte en el 569 de Teodoro,
al año siguiente la del general Teoctistos y aún en el 571 aquella de Amabilis,
(hechos sólo señalados por Juan de Bíclaro, un obispo de Gerona en la
ideología-patriotismo germano, que no simpatizaba precisamente con los
bizantinos, por lo que cabe entender cierta “exageración” en los altisonantes
cargos que se asegura tenían los derrotados)27. Pese a tales, los avances de
los hombres de Garmul y de los visigodos fueron muy limitados. Todo apunta a
que los bizantinos se ciñeron a una bien planificada defensa, que culminaría
con éxito y sin menoscabo significativo de sus posesiones. Sabemos que Septem
(Ceuta), aumentó su densidad poblacional entre el 560 y el 575,
27 Juan de Bíclaro, ed. Mommsen, MGH, a.a.,
t. XI, pág. 212)
posible signo de una concentración romana que
buscaba asegurar un área vital entre dos enemigos peligrosos que pretendían
confluir y actuar de común acuerdo. Los godos quedaron empantanados en el bajo
Guadalquivir (también fracasaron ante Malaca), y los “altavares” no lograron
hacerse con ninguna ciudad importante. La actividad diplomática de Bizancio
sería otra vía de respuesta, tan eficaz como siempre. De algún modo los
imperiales consiguieron que en el norte peninsular los indómitos
hispano-romanos libres en las regiones astur-santanderinas y los vascones
crearan problemas. A la muerte de Liuva, los godos dejaron por fin de atacar en
el Sur. En el año 574, un Justino II exhausto (seguramente roto por una crisis
neurovegetativa generada por el estrés) decidía retirarse y traspasar el poder
al jefe de su guardia: Tiberio Constantino.
El periodo de Tiberio Constantino (578-582)
15 La destrucción del reino de Altava (577-578)
La década de los setenta en el siglo VI es un periodo de
reacción y éxito en el África bizantina. Pese a las dificultades en el frente
persa, Italia y los Balcanes; exarcas y tribunos se sintieron lo
suficientemente fuertes como para intentar reafirmar allí la romanidad. Y
retomar la iniciativa con una importantísima tarea: destruir el reino de Altava
y dar término a la amenaza permanente que suponía su orgullosa independencia,
aliada secular de los visigodos. Aunque concentrando los mayores esfuerzos en
el frente persa28, que sabía el más importante, no olvidó Tiberio I Constantino
(578-582) el Occidente. Con este fin delegó en excelentes gestores. Uno civil,
Tomás, como Prefecto del Pretorio, que ya había servido en el cargo entre el
565 y 570 y otro militar, Gennadio, que también daría sobradas pruebas de
eficiencia. Tanto que será en el corto tiempo de este emperador cuando se
obtenga un brillante avance: la victoria total sobre Garmul, que vino a ampliar
la Diócesis, dando unidad y mayor coherencia al territorio gracias a la
seguridad en el corredor terrestre entre la Cesariana y la Tingitana.
Pocas dudas cabían que el reino mauretano-romano de Altava significaba un
peligro estratégico de primer orden. Las jornadas del 570-571 lo habían puesto
bien de manifiesto y cualquier otro intervalo de colaboración y nominal
sumisión dejaban paso. En el 573
se habían perdido las fortalezas de Dara y Apamea. El mismo Tiberio como
general y un joven Mauricio en el mismo rango se vieron obligados a fajarse
duro para contener al enemigo. En el 578, éste último capturó la fortaleza de
Afumón y avanzó hasta obligar al basileo persa a solicitar una tregua. Aunque
no faltaron 1as angustias, ese mismo año los avaros y eslavos causaron la
desolación en Tracia.
a la incertidumbre de una siempre posible hostilidad
amparada y en sincronía con la potencia visigoda de Hispania. Siete años
tardaron los bizantinos en retomar la iniciativa y solucionar de una vez por
todas, la incómoda cuña sita entre sus territorios al sur de Cesarea mauritana.
Si parece que la preparación fue lenta y minuciosa, la campaña del general
Gennadio una vez desatada fue fulminante. Y eso pese a que la capacidad
defensiva de los “altavanos” debió ser notable, muchos oriundos latinos y
buenos conocedores del terreno con unidades que seguían los criterios de la
guerra técnica. A los que se sumarían algunas tribus moras del sur del actual
Marruecos, en número difícil de precisar pero importante. Tal vez el bizantino
optó por el terror (ahora era posible devastar, no luchaba sólo contra moros
nómadas) y tras acorralar a Garmul, “fortísssimus rex” consiguió
destruir su ejército y darle muerte (“Gennadius magister militum in Africa mauros
vastat, Garmulen fortissimum regem, qui iam tres duces superius nominatus
Romani exercitus interfecerat, bello superat et ipsum regem gladio interficit” (Juan de Bíclaro, Chronica minora saec.
ed. Mommsen, pág. 215) 30 El Papa San Gregorio Magno felicitó por todo ello al
general bizantino, en una carta que se ha conservado: “Os felicitamos por
extender la República en la cual se honra a Dios, de tal suerte que el nombre
de Cristo se expande todo alrededor por medio de la predicación de la fe entre
las naciones sometidas. Rogamos a Nuestro Señor y Salvador que proteja a
vuestra eminencia en su misericordia, para ayuda de la Santa República, que
otorgue a vuestro brazo más y más fuerza para propagar su nombre a través de
las naciones vecinas” (Gregorio el Grande, Lettres, I, 73,
ed.. P. Minard). La victoria fue muy importante y tuvo gran difusión; su
eco llegaría hasta lejanos rincones y no sólo al círculo informado de
Constantinopla. Ahora no se trataba de una batalla contra nómadas sin patria ni
cultura, era un triunfo sobre lo que casi se tenía por un Estado, con
territorio y estructura de tal.
El periodo de Mauricio (582-602)
16 La creación del exarcado de África
El general Gennadio quedó al mando de las tropas de
África durante largo tiempo. Y, en la estela de Juan Troglita, no dudó en
perseguir más allá del limes a los bárbaros. Hacia el 590 sabemos que atacó a
ciertas tribus sitas muy al Sur, tal vez en la región allende de la Tripolitania,
para prevenir algún raid y a la vez imponer la presencia entre ellos de
misioneros, clara intención de pacificar y preparar el camino de unas entidades
semi-civilizadas que hicieran de colchón30. Sabemos que el emperador Mauricio
puso en marcha una importante reforma administrativa, la creación de los exarcados,
territorios “ultramarinos”, caracterizados por una especial autonomía de
funcionamiento, de cara a agilizar las decisiones y adaptarlas mejor a las
situaciones propias de cada territorio; bajo el mando unificado de un exarca (31 Personaje del mayor rango posible
(un patricius gloriosus/gloriosissmus), que aúna en su persona los
antiguos cargos de Magister Millitum (jefe militar) y Prefecto del
Pretorio (máxima autoridad civil), un verdadero vice-emperador en el área que
sólo responde ante el augusto en Constantinopla.). Tal medida,
de profundo calado, apostaba por la descentralización y la eficiencia, aunque
se arriesgaba a la secesión que será su peligroso “talón de Aquiles”. Las
antiguas provincias de cada Diócesis ahora se denominarán eparquías y éstas
también sufrirán alguna modificación. Un texto del obispo Jorge de Chipre que
data de los primeros años del siglo VII sirve para conocer la estructura
provincial del Imperio bizantino a tal fecha (Jorge de Chipre, Descriptio
Orbis Romani, ed. Gelzer). Tripolitania pasó a depender de Egipto
(al igual que ya ocurría con Cirenaica), la Sitifisiana y Cesariana
se unificaron en la Mauritania I y el conjunto de la Tingitana con
las Baleares y Spania (territorios de Hispania) pasaba a denominarse
Mauritania II, fijando ahora su capital a la ciudad de Septem (Ceuta),
mejor constituída que las clásicas Tingi (Tánger) y Cartago Espartaria
(Cartagena). No es extraño que en un escrito de la época, el Anónimo de Ravena,
a esta región se la denomine Mauritania Gaditana o Hispana). En suma y
siguiendo a Diehl, el África bizantina, tras el establecimiento del régimen de
exarcado, se configuró en 6 regiones o eparquias (con sus correspondencias a
estados actuales): 1. Proconsular (Túnez) 2. Byzacena (Túnez-
norte de Argelia) 3. Numidia (norte de Argelia) 4. Mauritania I (area
norte entre Argelia y Marruecos) 5. Mauritania II Pars hispánica, (sur
peninsular, Ceuta, Melilla, norte de Marruecos e islas baleares) 6. Cerdeña y
Córcega (también incluía la importante base de Malta). Gracias al mismo
prelado chipriota sabemos con precisión que los límites exteriores del exarcado
seguían siendo los mismos que en el periodo de Justiniano I y, por ende, cabe
estar seguros de que nada había perdido Bizancio. No hay seguridad de la fecha
en la que se estableció oficialmente, pero la primera mención al exarcado
africano data del año 591, asumiendo Gennadio como primer titular.
17 La época dorada: Heraclio el Viejo, y su hijo homónimo, el Joven
En el año 600, el emperador Mauricio eligió como exarca
de África a un veterano general llamado Heraclio. De origen discutido (tal vez
nacido en Capadocia), era un hombre muy capaz que había participado en las
guerras persas ya desde la década del 580. Heraclio se trasladó a su nuevo
puesto con toda su familia que incluía un hermano, Gregorio, un sobrino,
Nicetas, y un hijo también de nombre Heraclio, al que para distinguirlo se le
añadirá el sobrenombre de “el Jóven”. Todos estos varones servían en la carrera
militar y llegarían a tener un enorme protagonismo en la historia bizantina de
los decenios a seguir. África era entonces una región pacificada y próspera, en
los términos relativos a aquel periodo mediterráneo-bizantino32. Gozaba de
mucha mejor situación, desde luego, que unos Balcanes infestados de bandas
eslavas y que una Mesopotamia o Armenia en la perenne incertidumbre de la
guerra con Persia. La agricultura había renacido, las obras llevadas a cabo
habían conseguido rehabilitar los sistemas de irrigación. La pesca y las
salazones estaban a pleno rendimiento. Las vías interiores eran seguras y el
comercio por mar (transportando grano, aceite y vino hasta Italia y el
Oriente), disfrutaba de un nuevo auge. El monetario no sólo se atesoraba
también corría por causa de oferta y demanda33. Las letras africanas volvían a
señalarse entre los eruditos de la romanía. Incluso la vieja élite podía
disfrutar de un bucólico “faire niente” en villas lúdicas para fin de
semana como en los añorados siglos del Bajo Imperio. La familia heráclida, por
más que se insista en un dudoso origen armenio parece haber sido, al menos,
bilingüe. Muchos tracios habían sido enviados como magister millitum al
Occidente, con toda seguridad debido a su dominio “natural” del latín; y lo más
razonable es que esa norma “el conocimiento de la lengua vernácula en el
exarcado” no se rompiera en este caso. Máxime cuando el exarca conectó pronto y
muy bien con los ciudadanos a los que agradó incluso su onomástica34.
Ejerciendo con un acierto tan pleno como continuado y terminando por sentir
tanto aquella tierra que, a pesar de que su hijo llegaría a ser emperador en
Constantinopla, aquel Heraclio el Viejo nunca abandonará ya su puesto y hogar
en Cartago para morir y ser enterrado en la basílica de la Teótocos, donde tantas
veces habría asistido a los oficios y a las más gozosas ceremonias de una vida
familiar que parece haber respondido plenamente al arquetipo cristiano. Todo su
largo mandato, más de 20 años, sería de absoluta paz 32 La imagen pesimista (con matices)
que ofrecía el gran clásico Charles Diehl, se pone ahora muy en cuarentena.
África entre el final de la guerra que condujo Juan Troglita hasta poco antes
de la oleada árabe a mediados del siglo siguiente tuvo un brillante devenir.
Pueden consultarse los artículos de M. G. Fulford: “Carthage:
overseas trade and the Political Economy c. AD 400-700”, Reading Medieval
Studies 6 (1980) 68-80; S. Ellis: “Carthage in the Seventh Century:
an Expanding Population?”, Cahiers des Etudes Anciennes 17(1985) 30-42 y S.
Ellis: “North African Villages in the Byzantine Period”, XXe Congrès
des Etudes Byzantines I, Séances Plénieres, Pré-Actes, (Paris 2001), 78. 33 El trabajo de Morrison, Cecile:
“Les monnaies byzantines”, Archaeonautica 3 (1981) 35-52, viene a
demostrar, en función de análisis de precios, el incremento de transacciones y
monetario en el periodo que señalamos. 34 San Heraclio era el patrón de la ciudad de Tuga donde se
veneraban las reliquias. Ese nombre resultaba común entre los africanos y no
falta quien apunta a una conexión arcana previa de los heráclidas con la
provincia.
social y exterior, manteniendo el limes con firmeza y
dando prueba de la cimentación de aquella bonanza descrita. Heraclio el Joven
tuvo mucho tiempo para tomar conciencia de las realidades y perspectivas del
África. Seguramente visitó todas las eparquias, pudiendo revisar los sistemas
defensivos establecidos por Solomon y Troglita y, en contraste con la dura
Capadocia, la fertilidad de los campos, la dulzura de las estaciones y la
tradición social-urbana de una población más cercana al pasado romano
alto-imperial de lo que podía ser común en el este de Anatolia. De todo ello
obtuvo trascendentales enseñanzas para el futuro. De lo primero, en concreto al
valorar los oasis con sus sistemas de irrigación y la vulnerabilidad de tales a
los raids beréberes, extrajo la lección del daño que se podía causar al enemigo
con tal odiosa e inhumana acción: la aplicaría con cruel éxito más tarde al
invadir la Mesopotamia persa, llevando a Cosroes y su nación hasta las mismas
puertas del abismo. De lo segundo, la ingente reserva económica del África y su
potencial fuente de hombres y energía política, se sirvió como razón suprema
para sopesar muy seriamente la posibilidad de trasladar la capital de la
romanía desde Constantinopla hasta Cartago, justo cuando la del Bósforo se
hallaba acorralada entre feroces enemigos persas y ávaros que parecían
invencibles. Parece que “el Joven” se zambulló en la vida africana; los días sobre
las soleadas costas del Promontorium Mercurius, los paseos en el Odeon y
la Colina de Juno, tardes en el Teatro y “derbis” en el hipódromo; aquel sería
su “bello tiempo” personal. Lo cierto es que Heraclio, ya anciano, recordaría a
menudo y con nostalgia tales andanzas. Sabemos que participó en las
espectaculares cacerías de leones, animales que aún vivían por aquellos parajes
en aquel tiempo y causaban daños al ganado. Y que frecuentó las impresionantes
termas de Antonino y los círculos sociales más escogidos. También pudo leer
mucho, consultando en las bibliotecas de la capital y aún en la famosa de
Leptis35. Si el Strategicom de Mauricio peca de rigidez (y él demostró ser un
militar flexible como pocos) cabe preguntarse de donde obtuvo la idea de saltarse
las normas y desarrollar una guerra de largas escalas, con una tropa reducida
pero firme, dispuesta a entrar en territorio enemigo y devolver golpe por golpe
mientras los propios ciudadanos “aguantaban el chaparrón” encerrados entre
muros: tal vez en la Juánide de Coripo o algún otro texto perdido que
describiera la excepcional táctica del magister Juan Troglita, el “vengador de
África”.
35 Muy a
finales del siglo XIX un viajero francés pudo ver las impresionantes ruinas de
Leptis y su puerto, en el olvido desde hacía muchos siglos. Debió ser una
experiencia tan emocionante como doliente. Y nos dejó unas hermosas frases al
respecto: “Cerca de este primer jardín yacen, en sus márgenes, las ruinas de
Sabrata o Abrotunum. Por desgracia, sólo encuentro un dédalo informe de restos,
entre los cuales resplandecen trozos de enormes columnas de mármol blanco y
dados de monolitos, cada uno de los cuales podría ocupar un vagón de tren. Me
queda el consuelo de copiar una inscripción latina de una estela que parece que
hubiera sido grabada ayer. Sin duda el viento la ha descubierto hace poco: no
olvidemos que la arena conserva admirablemente aquello que cubre. En el
acantilado quebradizo mi mano excava significativos restos de mosaicos. ¡Qué
cosecha se podría obtener aquí si se otorgaran permisos para realizar
excavaciones! A lo largo de 1.500 metros la playa aparece cubierta de piedras
talladas sueltas, capiteles rotos, mosaicos y explanadas que debieron ser
lugares públicos...” (Henri Méhier de Mathuisieulx. "A travers
la Tripolitaine", 1903).
Originada en un asentamiento o factoría fenicia, la ciudad de TAMUDA
serviría como sede permanente de una guarnición militar (a lo largo de los
siglos I y II aquí estaría acuartelada el Ala III de los Astures) a la par que
centro comercial y agrícola. Con un eje, vía terrestre, que la conectaba con
Cesarea (Cherchel) y Tingi (Tánger) y un rió, el Martil, navegable hasta aquí
que servía para el intercambio comercial aún más lejano. En época bizantina
debió ser uno de los centros más próximos a Septem (Ceuta) de la que la
separaban unos setenta kilómetros, al interior, entre el Aquila Minor, (Cabo
Negro, que ahora los marroquíes denominan “Ras Tarf”) y el Aquila Maior, (Cabo
Mazari). La foto data del año 1949, cuando formaba parte del protectorado
español y por desgracia en la actualidad su estado es idéntico si no peor. El
yacimiento continúa sin ser explorado. (Foto del Servicio Geográfico y
Cartográfico del Ejército del Aire Español tomada el 24-11-1949)
Muchas cosas, tal vez las más importantes, ligaron la
personalidad y formación de Heraclio con la tierra de Apuleyo y San Agustín.
Hasta encontraría allí su primera esposa. Un hombre joven, bien parecido, talla
prominente y ojos azules, de prometedor futuro sería pieza codiciada entre las
doncellas de la “toda Cartago”. Un acomodado terrateniente llamado Rogas
(Rogatus) tenía una hija, Fabia, con la que iniciaría un largo noviazgo.
Terminaría en matrimonio casi 10 años después en unas condiciones muy
especiales y después de novelescas circunstancias.
El periodo de Focas (602-610)
18 Focas, el tirano, augusto en Bizancio y Heraclio el Viejo, exarca en
Cartago
En noviembre del año 602, las tropas del Danubio se
alzaron en rebeldía y dirigidos por un simple centurión alcanzaron a entrar en
Constantinopla. El líder, Focas, ordenó sin más asesinar al emperador Mauricio
y a toda su familia. Se amparó del Palacio Sagrado y comenzó un terrible
periodo en la historia de Bizancio.
Aunque los cambios de poder en la Nueva Roma no eran algo
raro ni mucho menos, y se respiraba cierta indisposición contra el gobierno que
pretendía reducir los onerosos gastos de corte y ejército; ya se llevaban por
entonces varios siglos de sucesiones no traumáticas en las que se habían
respetado las formas y la vida de los depuestos. El proceder de Focas
representó una excesiva respuesta, un choque brutal, al sentir de la mayoría de
la sociedad (lebs y patricios) que solo a regañadientes aceptó el cambio.
Heraclio el Viejo, al que cierta amistad había unido con el malogrado Mauricio,
debió acoger las noticias con mucha prevención. Su autoridad en el exarcado era
incontestable y Focas no se atrevió a desposeerlo. Hubiera sido, en cualquier
caso, una disposición imposible de hacer cumplir. Así, durante 6 años se mantuvo
una curiosa situación: África seguía formando parte del Imperio (el exarca
nunca se nombró a si mismo otra cosa) pero el contacto con la metrópoli se
ejercía desde una independencia de facto como nunca antes. Prueba fidedigna es
que en la ceca de Cartago no se emitió jamás ningún sólido a nombre de Focas.
El radical cambio en Constantinopla no significó mejora alguna, más bien lo
contrario. En apenas un trienio la situación general en la Romanía llegó a ser
dramática. El ex-centurión supo aplicar el terror interno pero su incapacidad
en economía y exterior era flagrante. Se arrojó en brazos del clero más
“ortodoxo” para mermar su creciente impopularidad (lo cual haría que el Papa en
Roma mandara elevar en su honor una columna y estatua sobre el mismo foro) pero
ello no fue suficiente ni evitó nuevas desgracias. Los persas se enseñorearon
del campo en Anatolia mientras los eslavos y ávaros masacraban a la población
latina en los Balcanes. Un clamor en las provincias sufrientes, la
desesperación de los más humildes y los ricos a la vez, se extendía por cada
rincón a lomos de víctimas desplazadas... Desde el Senado, Egipto y Cirenaica
se escribirían angustiadas misivas al exarca exhortándole a actuar,
deseosos de apoyarle en cuanto él iniciara la esperada reacción. En el año 608,
Heraclio el Viejo decidió dar un paso sin retorno: retuvo los barcos con grano
que debían partir hacia Constantinopla con la annona; pan que junto al
circo mantenía en inestable fidelidad a los habitantes de la capital. Ésta fue
la gran sirena para una insurrección en muchas otras diócesis. Mientras el rey
de reyes persa, Cosroes, llegaba hasta Calcedonia (donde los habitantes
trasladaban a duras penas las veneradas reliquias de Santa Eufemia) Siria era
un dolor, el Ponto, Bitinia y Armenia escapaban a todo control, Egipto hervía
en conspiraciones y los ilirios aterrorizados se refugiaban en Salónica. Sólo
el Papa de Roma y el Patriarca de Alejandría con sus turbas de fanáticos monjes
continuaban apoyando al emperador, tan pusilánime como sanguinario. Un viejo
Heraclio no estaba en condiciones de ponerse al frente de los soldados para una
misión incierta, que prometía ser larga; pero su hijo sí. Nicetas y Gregorio
avanzaron a través de Tripolitania, Cirenaica y Egipto sin
oposición. Entretanto, Heraclio el Joven partía con la flota, directo al
corazón del Imperio.
El periodo de Heraclio (610-641)
19 África reconquista Constantinopla. Año 610
“Cuando el que ahora es nuestro piadoso gobernante, junto
con su padre de eterna memoria, supieron lo que había hecho este corruptor,
planearon liberar el Estado romano de la gran tiranía del personaje. Y eso
llevaron a cabo... Y después de la muerte del usurpador, nuestro emperador
quiso reunir a sus parientes y retornar con su padre en África, después de
urgirnos a que eligiéramos el hombre que deseáramos como gobernante. Con
dificultad, conmovido por nuestros ruegos, aceptó ser el soberano...” Chronicon
Paschale, 615. Cuando las velas de la flota africana se pudieron ver desde la
acrópolis de Bizancio, la masa popular asaltó el palacio sin que los guardias
se atrevieran a impedirlo. Heraclio desembarcó en Bucoleón y hasta allí
arrastraron al sanguinario que perdió aquel día corona y vida: - ¿Qué has
hecho del Imperio?, ¿no has podido oír el lamento de los romanos que perecen
por la espada de bárbaros al Este y Oeste?... - ¡Tú lo harás mejor,
advenedizo africano! Ciertas o no, bien posible fue el cruce de parecidas
frases entre uno y otro36. Parece que Heraclio se mostró muy reacio a tomar el
poder, los cronistas lo han reflejado de una forma que inclina a no creer que
se trate de una simple refusatio imperii, modo literario de resaltar la
modestia. Sin duda no se le escapaba la dificultad de la misión; salvar la
Romanía sería una tarea épica en la que habría que “echar los restos” porque el
rey Corroes, que ya se hacía llamar el “victorioso”, estaba envalentonado y se
empeñaba en una guerra total, dispuesto a incluir y sumar todas las provincias
de Anatolia entre sus satrapías, amén de Egipto y Siria. ¿Por qué
no volver a la paz de África y seguir allí una semi-independencia y otra vía
local a la supervivencia romana? 36 La anécdota, aunque con palabras no
exactamente iguales, fue recogida por Juan de Antioquia, Hist. FGHV: 38,
Dindorf.
“Ruegos y discursos historicistas” acabaron haciendo
mella. El 5 de octubre del 610, los senadores en pleno le proclamaron imperator
de los romanos y justo después, en la iglesia de San Esteban, Heraclio recibió
la bendición del Patriarca Sergio mientras el pueblo rompía en aclamaciones
levantando banderas color esmeralda. En la misma ceremonia contrajo matrimonio
con su novia Fabia, que mudó su nombre al más cristiano y a la par griego de
Eudocia37. La noticia del triunfo de Heraclio corrió como la pólvora y llegó pronto
al África, su tierra, donde los ciudadanos proclamaron los méritos diciendo:
“este emperador Heraclio será como Augusto” (Juan de Nikiou, 542). Parece que
ese mismo año del 610 terminó su existencia en Cartago, el Viejo Heraclio. Le
sucedió Gregorio, que continuó hasta el 617 y a éste Nicetas que ejerció hasta
el 629. Dos generaciones de la misma familia en el cargo tuvieron ocasión de
crear un vínculo extraordinario del que evidentemente los heráclidas, y el
emperador a la cabeza, nunca quisieron desprenderse.
20 África durante la primera fase de la gran guerra bizantino-persa
(610-617).
Primeras cesiones en Hispania.
Entre los años 610 y 617, el emperador Heraclio y su
pueblo hicieron frente a una situación de extrema gravedad, como nunca antes en
el Imperio de Oriente se había dado. Y aunque en perspectiva de lo que después
ocurrió, se puede advertir que aquello sería sólo el primer capítulo de una
serie muy larga (hasta el 720), de ocasiones límite; tal vez por ser el inicio,
aquel primer lustro tuvo que resultar más difícil y doloroso que ningún otro.
La capacidad de improvisación, el temple y la vitalidad de unos dirigentes y la
sociedad entera se pondrían a dura prueba. La guerra con Persia atravesaba por
entonces los momentos más difíciles. En el 611, los persas tomaron Cesarea de
Capadocia, y en el 614 la mismísima Jerusalén sufrió los rigores del saqueo.
Corriendo el 616, Siria, Armenia y Bitinia estaban en llamas mientras las
hordas ávaro-eslavas campaban sobre las áreas rurales en Iliria, Macedonia y
Tracia. Los lombardos seguían presionando en Italia. Las unidades bizantinas no
daban abasto y sumaban, una tras otra, espantosas derrotas. No ha de
resultarnos extraño que el visigodo Sisebuto aprovechara la ocasión en la parte
que le correspondía. Isidoro de Sevilla38, no deja de señalar, entusiasmado,
las
37 Fabia-Eudocia
no vivió mucho tiempo. El 7 de julio del 611 dio a luz una niña, Epifania, y el
3 de mayo del 612 un hijo, Heraclio-Constantino. Pero ese mismo año, el 13 de
agosto, tal vez a resultas de la asfixia en el curso de una tremenda crisis
epileptica, falleció (o, quizás fueron las convulsiones en una fiebre extrema
por una infección puerperal, porque la muerte ocurre en el triclinio adyacente
al agisma-santuario de las Blaquernas, allí donde los ricos y pobres buscaban
la salud por medio del agua sagrada que brotaba en el pecho de una estatua de
la Virgen). La esposa africana fue enterrada en el mausoleo de los Santos
Apóstoles. 38
Isidoro de
Sevilla, Hist. Goth, c.61, ed. Mommsen, pág. 291-292.
dos supuestas “grandes” victorias del rey germano sobre
lo que no pudieron ser más que muy reducidos contingentes romanos, sin duda
limitanei locales. A juzgar por las crónicas y circunstancias, los fortines del
limes fueron destruidos y muchos campesinos asesinados. Se apuntó a una
“sangrienta” limpieza del territorio que hiciera imposible una vuelta de los
imperiales. En plena euforia victoriosa, y pese a la resistencia de las
ciudades costeras bizantinas, los godos intentaron saltar al otro lado del Fretum
Gaditanum (Estrecho de Gibraltar). Signo evidente de que también la mayor
parte de los dromones se habían desplazado hasta Oriente. Roderico de Toledo
nos habla de la empresa navigans que logró “subyugar” poblaciones en la costa
africana39; no en balde, en la propaganda oficial seguía considerándose parte
de la Hispania y dependencia “natural” del reino visigodo-hispano. El exarca de
África tenía muy escasos medios para oponer. Nicetas y muchos escuadrones
africanos se batían entonces en Egipto contra los persas. Otros tantos, que
habían ido con Heraclio en el momento de su ascenso al trono, permanecían entre
los defensores de la capital, que estaba siendo atacada cada vez con más
peligro40. La resistencia, siempre alentada por el Imperio, de los
hispano-romanos norteños, astures y cántabros, junto a los indómitos vascones
no resultó suficientemente útil en esos años. El único consuelo fue que no hubo
noticia de incursión alguna por el Sur y el pre-desierto; los beréberes parecen
haber estado inactivos durante todo ese tiempo41. En fin, la precariedad fue
tal que se hizo necesario rogar por la paz. El general Cesareo y el obispo
Cecilio de Mentesa sirvieron como intermediarios entre los máximos líderes,
Heraclio y Sisebuto. Los términos del armisticio parecen haber sido
relativamente “dulces” pero implicaron la pérdida de la mayor parte de los
territorios en Hispania. No obstante, los bizantinos lograron mantener en sus
manos el Estrecho, con el eje Iulia Transducta-Septem (Algeciras-Ceuta) y todas
las ciudades importantes costeras, incluyendo todavía la capital y sede del
obispo que en tiempos pretendió hacer sombra al “primado de Toledo”, la vieja
Cartago Nova o Cartago Espartaria (Cartagena). Por supuesto la tierra africana
quedó totalmente en manos de la Romanía. 39 Roderico de Toledo, Hist. Hisp. II, 24. (Hic
Sisebutus in propria persona bis contra Romanos triomphavit et aliquas eorum
urbes expugnavit: deinde in Africa trans fretum navigans plurimas gentes sibi
et dominio Gothorum subjecit). 40 Hace pocos años se desenterró en Estambul una estela
funeraria en un lugar que se corresponde con un arcano cementerio militar de
Constantinopla. Corresponde, al sentir de los especialistas, a la de un soldado
africano de Heraclio (Zuckerman. C: “Epitaphe d'un soldat africain
d'Heraclius servant dans une unité découverte à Constantinopla”, Antiquité
Tardive, 6, 1998, págs: 377-382). (“Aquí yace Teodoro, soldado de
bienaventurada memoria, el ha venido desde la ilustre provincia de Mauritania,
su prefecto se llama Zarus, de la gens Zarakianus en la comarca de las tres
ciudades, muerto el 9 del mes de octubre de la N indicción"). 41 Desde la guerra contra el reino de
Altava en el 590, ya no se oye hablar más de problemas beréberes o moros; “el
silencio cae a renglón seguido durante más de medio siglo sobre estos grupos
hasta el primer raid árabe del 647 en Byzacena”, Moderan, Yves: Les
Maures et l'Afrique Romaine, (IV-VII siècle), pág. 680.
21 África en el cenit de la guerra persa de Heraclio (617-626).
La pérdida de Cartagena
En los primeros años de la década del 620, las
dificultades de Bizancio en Anatolia y Tracia lejos de aminorar subieron de
grado. Los ejércitos o columnas persas buscaban una batalla decisiva con el
reducido pero eficiente nuevo ejército de Heraclio. Que marchaba sin descanso
eludiendo al enemigo y procurando devolver el daño, hacia el extremo del Ponto
y Armenia. En torno al 525, los ávaros se propusieron el asalto directo a los
muros de Constantinopla, mientras sus aliados, al mando de Shebaraz cerraban el
cerco en la costa asiática del Bósforo. En el 626 se dieron los más terribles
encuentros. Dentro resistieron el pueblo armado y una guarnición entre los que
se hallaban los batallones africanos bajo el mando de Teodoro, uno de los
hermanos de Heraclio. En ese mismo tiempo el rey visigodo Suintila lanzó un
definitivo ataque contra los territorios bizantinos en Spania. Isidoro de
Sevilla lo describió como una victoria rápida, aunque tal vez exagere un tanto.
Desde Valentia (Valencia) los germanos avanzaron a lo largo de la restaurada
vía paralela a la costa y tomaron Dianium, Cartago Nova e Illici. De la antigua
Diócesis Hispaniarum, sólo el entorno gaditano y tal vez también el Algarbe
portugués, permanecieron sujetos a la Romanía (amén de las islas Baleares, en
ningún momento inquietadas). Hacia Tingitana cabe suponer la huída de
los romanos, un África que sirvió ahora de refugio y a la que los visigodos no
podían dañar. Las noticias llegaron a Constantinopla justo cuando los ávaros se
cansaban del asedio y emprendían una retirada “colérica”, incendiando todos los
extra-radios; sólo se libró, según las piadosas crónicas, el santuario de las
Blaquernas, por entonces aún situado extramuros. Estaba claro que los
bizantinos no iban a tener oportunidad de “reconquistar"”, ni siquiera a
medio plazo. Pero que esa posibilidad pareció haber inquietado a los
gobernantes godos está también fuera de duda. Las medidas que tomaron fueron
drásticas, señal de que la población de las áreas recién tomadas no les era
afecta, como a veces se da alegremente por supuesto. La “españolidad goda”
parece haber sido algo más propio de la élite intelectual visigoda (Isidoro,
sería su máximo exponente), que una realidad emocional sentida por las diversas
capas sociales. No fue necesario “verter tanta sangre” como en época de su
predecesor Sisebuto, pero se puso mucho empeño en la destrucción hasta los
cimientos de la mayor parte de las ciudades importantes, un curioso fenómeno
que no cabe entender si no es para obligar a una “emigración” de las gentes y
para evitar su vuelta al lugar. Cartago Espartaria o Cartagena, por supuesto,
estuvo entre ellas; habría que esperar después mil quinientos años para que las
piedras erigidas por el general bizantino Comenciolo, que celebraba una
victoria sobre los bárbaros godos, volvieran a la luz.
22 Un pírrico triunfo sobre Persia.
La Romania retrocede en los Balcanes
En el año 627, tras la batalla de Nínive, la arriesgada
estrategia del emperador Heraclio cobró sus frutos. Las tropas persas, agotadas
frente a los muros de Constantinopla, retrocedieron hacia su país, sufriendo
muchas bajas. Los ávaros por igual se replegaron al Norte. La columna romana en
Mesopotamia arrasó los sistemas de riego, quemó las cosechas y asesinó como si
de bárbaros se tratase. La venganza siempre embrutece al hombre, incluso al más
disciplinado. Ahora no fueron sólo los bizantinos, entre los persas cundió el
cansancio y en el horizonte no aparecían genuinos ganadores. El asesinato del
rey de reyes Cosroes lanzó al reino persa a los brazos de la anarquía. El 21 de
marzo del 630 la guerra terminó, con el augusto “africano” devolviendo la
reliquia de la Vera Cruz a su sede tradicional, en Jerusalén. Sobre el papel,
pareció que todo volvía a la situación previa, tiempos tan cercanos y a la vez
legendarios del emperador Mauricio; pero era pura fachada. Mientras los ávaros
retrocedían, los eslavos se quedaban en los Balcanes, desplazando sin piedad a
los habitantes romanos, que pronto se convirtieron en minoría; gradualmente
aparecía la realidad etnico-cultural eslava en aquellas tierras que habían
visto nacer a Diocleciano, Constantino el Grande o el mismo Justiniano. (Los antiguos pobladores latinos de
los Balcanes no fueron exterminados “in totum”. Algunos se diluyeron y
quedaron asimilados a los eslavos (los menos), otros se refugiaron en las zonas
montañosas y sobrevivieron en precarias condiciones durante toda la larga Edad
Media. Aún un grupo numeroso resistió en las islas dálmatas y en la actual
Eslovenia e Istria. Su futuro es digno de recordar. Los llamados “valacos”, de
la palabra eslavo-germana que significa “romano” se mantuvieron como ganaderos
de altura en los actuales países de Grecia (Epiro), Albania, Bulgaria y la
antigua federación yugoslava. El Estado actual de Rumanía recogió el mayor
número y tuvo su impronta nacional en esa “romanía” que no cesa de reivindicar.
Los llamados “dálmatas” (el famoso Marco Polo era uno de ellos) habitaron las
islas del Adriático y la intrincada costa, sufriendo durante siglos la presión
de los eslavos y es a finales del siglo XIX cuando en la isla de Carces
(llamada ahora Krk), desaparecen los últimos habitantes latinos del
archipiélago. Otros pocos miles aún padecieron represión bajo el gobierno de
Tito (“panyugoslavista”), a partir de 1945, y fueron deportados en masa a la
región italiana de Istria donde poco a poco perdieron su identidad).
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